Ese fueguito interno

Lecturas

Hoy me tocó estar de tu lado de la conversación

Y me di tanta pena.

Nina Ferrari

 

“¿En qué momento se me pudo haber ocurrido que un domingo puede ser un lindo día?” - se pregunta Lucio desde su sillón rojo recientemente tapizado mirando por la ventana que le muestra los nubarrones que prometen estamparse por el resto del día en el vidrio.

“Qué día de mierda” - maldice para sí.

Está desparramado en ese sillón, con sólo un bóxer oscuro y la mirada fija en la pantalla apagada de su televisión. Al levantarse para poner música, lo primero que hace siempre, se dio cuenta que no había luz. No la había en todo el edificio, ni en toda la cuadra, ni en todo lugar al que llegaba su mirada desde su departamento. Lo malo de estos días es que Lucio no puede evitarse, y él lo sabe.

“Si tan solo pudiera usar el celular… Pero con 20% de batería poco se puede hacer, tengo que tener resto por las dudas” - se reprocha al agarrar el aparato para escribirle a su amigo Manu y quedar a medio camino.

Sin redes, sin música, sin ninguna pantalla que lo entretenga, este domingo comienza a parecerse a un castigo, a un callejón sin salida.

“Los domingos deberían pasar más cosas, siempre todo pasa en la semana y los domingos parecen la muerte.” - reflexiona.

Se mueve para ir a prepararse un café, al no poder usar cafetera, decide tomar leche sola, del cartón. Asqueado vuelve al sillón, se tira y mira el techo.

- “Un tema de lecturas” diría Manu, que todo lo ve siempre mejor, más positivo que yo. – y se ríe sin ganas. – Seguro diría que es un buen momento para encontrarse a uno mismo, reflexionar y hacer cosas para las que no solemos tener tiempo, que boludo.

Ya no habla para sí, habla para las paredes que lo acogen, para el televisor que lo observa, para las nubes que lo espían desde la ventana.

- Como la última vez que me escribí con Pía, que me dijo que le parecía innecesario que le haya dejado de contestar los mensajes, que podría haberle dicho lo qué me pasaba y ella solita se ocupaba de irse.

Lucio sabe que no se escribió con Pía, simplemente leyó los siete mensajes que ésta le mandó en el lapso de un mes para saber qué estaba pasando con él. Pero las paredes son misericordiosas y no dicen nada.

- Es una cuestión de lecturas, si te fijas bien, no contestar, también es un mensaje y ella decidió seguir insistiendo… Vaya uno a saber por qué.

Él sabe porque, le dijo que la iba a volver a ver, pero el televisor decide no protestar ante tal falta de sinceridad.

Lucio se siente incómodo, busca una nueva posición en el sillón, pero no mejora. Decide levantarse, la habitación está en penumbras, las nubes oscuras no dan tregua a la posibilidad de la salida del sol. Su celular vibra. “Mensaje de Ceci” dice la pre visualización de la pantalla de bloqueo. Un peso se instala en su estómago, lo obliga a volver al sillón.

- Cecilia…- dice y se despeina con una mano los pelos ya de por sí revueltos.

La oscuridad se abre camino entre el manto lúgubre de la habitación. Afuera, como si hubieran escuchado, las nubes llueven con mayor intensidad, salpicando los vidrios.

- Cecilia… - repite y sus señales internas le indican que el día no va a mejorar.

Un escalofrío le corre hasta la nuca al pensar en abrir el mensaje. Se queda mirando la pantalla negra.

- Es una cuestión de lecturas, - insiste- ella podrá mandar los mensajes que quiera pidiendo explicaciones, pero la realidad es que no hay nada que explicar, porque yo, Lucio, no le doy explicaciones a nadie, y menos a una chica que conozco hace tan poco.

Este discurso auto calmante surte efecto y se relaja. Revolea el celular cerca en el sillón y se queda mirando las uniones de las baldosas de su piso.

De pronto recuerda su primer amor, adolescente, fallido, como corresponde a esos amores. Retorna a él de manera insondable el dolor que le produjo saber que “su” chica no le correspondía. Trata de sonreír, no le sale. El peso se hace más molesto.

- La puta madre, ¡¡¿cuándo vuelve la luz?!! - grita, como respuesta, la lluvia repiquetea en la ventana.

Se levanta, va hacía la alacena y busca algo para picar, no tiene hambre, pero no tiene mucho más para hacer. De chico solía recurrir a esa estrategia, por eso estaba entrado en kilos en la primaria, hasta que luego pasó a ir al gimnasio y hacer deporte, eso sí que lo salvó, o eso cree… Encuentra un paquete de galletitas de cereales húmedas, que lleva al sillón con su peso a cuestas. Al masticar la primera rememora a su ex, su única ex, comiendo esas galletitas como conejo mientras él se reía a carcajadas de eso. Se le va el hambre, o la ansiedad, o lo que fuese que sentía hasta ese momento y que lo había llevado a comer. Lanza el paquete de galletitas contra la pared con una energía inusitada.

- ¡¡Qué día del orto, dios!!- exclama al ver las migas esparcidas por el piso y pedazos de galletita que rocían el sillón.

- ¡¡Si tan solo tuviera un vicio, uno solo donde meter la cabeza ahora!!- se lamenta y se mueve para a limpiar los escombros de su fastidio.




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