Ese fueguito interno

El fin de la clausura

Si voy a ser esclava

Que sea de mis instintos primarios

De la bajeza más vulgar

Que pueda necesitar mi entrepierna.

Meli Cueto

 

Un sonido molesto previene de la mesa de luz. Con dificultad Agustín abre los ojos y cierra la boca que tuvo abierta gran parte de la noche a decir por la dificultad que tiene al tragar mientras intenta apagar el despertador, que sigue sonando en tonos cada vez más elevados. Al fallar en reiteradas oportunidades, toma el aparato y lo catapulta contra la pared de un solo envión. Estruendo. Silencio.

Día 120 del Aislamiento Preventivo y Obligatorio. Agustín se desprende de la colcha y mira el celular, tres mensajes de la app de citas, que ahora solo sirve para hablar con extraños, porque de citas ni hablar con una pandemia respirando en la nuca de la humanidad. Los mira y deshecha, como hace siempre que mira esas notificaciones, hace días (no puede hablar de meses porque no sabe bien en qué mes está) está buscando algo, pero no parece haber nada en las afueras virtuales que lo ayuden. Ni siquiera sabe bien qué está buscando. ¿Algo que lo calme mentalmente? ¿Qué le sirva de bálsamo al alma? ¿Qué lo ayude a parar sus pensamientos?

Se mueve de la cama y levanta el colchón. Allí encuentra la camisa que dejó “planchando” la noche anterior para la reunión de hoy. Esta técnica sofisticada, la había aprendido de su abuela que había trabajado en casas de familia limpiando y cuando estaba cansada de planchar se sentaba a tomar mate sobre las prendas de sus patrones bien dobladas y así descansaba un poco de ese trabajo tan alienante. Él le había dado su toque implementando el colchón.

Sacude la prenda y se la pone, se queda en bóxer y va trastabillando hasta el baño, se lava la cara. Ve como sus únicas compañeras de departamento siguen aumentando de tamaño y color. Sus ojeras. Cada noche se le hace más difícil conciliar el sueño, la app de citas no ayuda, el aplomo y decepción que siente cada vez que ingresa ahí, sumado al encierro, menos.

Se prepara un café instantáneo, mientras el agua se calienta en la pava eléctrica piensa en la reunión de ese día. Su jefe pidió las planillas de la semana, otro calvario para él, que había estado luchando contra el Excel y sus funciones cuerpo a cuerpo. No era un trabajo típico de él, pero en estas circunstancias que estaba viviendo, nada era típico. Suspira.

Revuelve el café y mientras el olor de la infusión inunda su andar, se dirige a encender la computadora sobre su improvisado escritorio, no tenía uno antes porque no lo necesitaba, ahora no le quedó otra que armarse uno con lo que tenía en su departamento. Ingresa ID y contraseña en la web, espera a ser aceptado en la reunión.

Apenas ingresa ve a la secretaria de su jefe, Florencia. Son ellos dos en la sala. Ella le sonríe mostrando sus dientes y achinando los ojos mientras algunos mechones de su pelo pellirrojo, enrulado y alborotado le caen sobre su ojo derecho.

- Buen día Agustín- Se limita a decir, mientras se acomoda el pelo.

- Hola Florencia- responde él adormilado.

- En 5 minutos vuelvo, voy a buscar el agua para el mate y termino de ingresar a los que estén esperando- le aclara con energía y antes de que él pueda responder se levanta y se va. 

Su compañera regresa con termo y mate en mano. Agustín se queda observando como ella teclea y clickea en su PC. Algo de esa observación intrusa pero lícita le atrae, verla distraída enfrascada en sus tareas le produce algo que no puede descifrar.

La reunión comienza, son tantos en la de hoy que pierde de vista el cuadrado donde está ella. Empiezan algunos reclamos, algunos pedidos… Aun no es el turno de Agustín. El tedio comienza a adueñarse de su mente y con él aparece la somnolencia. Para evitarlo, busca el cuadrante de la secretaria del jefe. La encuentra y para no volver a perderla, la fija en su pantalla con botón derecho. Continúa con su observación intrusa. Nota que tiene una remera con breteles finos que se pierden en su mata de pelo largo, se percata que de acuerdo a los movimientos que hace con su cabellera parece que no llevara breteles. Le impacta su nuevo descubrimiento y se queda mirando con mayor atención sus hombros blancos y sus clavículas que se resaltan por momentos, junto a su cuello, donde descubre algunas pecas errantes. Una imagen mental lo asalta inesperadamente, se refriega los ojos para alejarla.

De fondo escucha las excusas de su jefe relacionadas al contexto de pandemia para evitar el pedido de aumentos y de mejoras en los horarios de home office. Mientras, él está en la reunión con Florencia en primer plano. Ella está jugando con un lápiz que mueve entre sus dedos, pronto se da cuenta que él está haciendo lo mismo. Con miedo a ser descubierto y cierta vergüenza deja de hacerlo abruptamente, lo que produce que el lápiz caiga al suelo.

No sabe quién sigue en el cronograma de presentación, no recuerda el orden que establecieron. Mientras su café se enfría, continúa mirando a través de la milagrosa mirilla que resultó ser su pantalla, empieza a notar una tensión que se acumula dentro de él. Ahora el termo de Florencia es objeto de las manos de ésta y mientras ella escucha las directivas de su jefe, sus largos dedos atacan con caricias ascendentes y descendentes la circularidad del objeto. Agustín traga saliva. Su corazón ha comenzado a latir con velocidad. Una presión que antes no estaba en su bóxer se hace eco de su respiración agitada.




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