—No se ha roto ningún hueso —informó el médico luego de revisar a Georgiana. Era un médico amigo de Henderson. Éste le llenaba las manos de dinero y él guardaba silencio. Jena lo detestaba con toda su alma. —Pero se ha lastimado mucho. Esos moratones no desaparecerán por ahora. Recomiendo una semana en cama.
—¿Una semana? —protestó Douglas. —En una semana es la fiesta en casa de la señora Harrington. Debemos estar ahí ahora más que nunca. Haz que se recupere antes.
—En realidad, yo recomendaría un mes de reposo, pero…
—Estás loco. Vete de mi casa.
—Está delicada, Henderson —dijo el médico en tono serio. —Pudo haberse desnucado y morir. Tienes suerte de que haya sobrevivido, así que cuídala.
—Dale medicinas y lo que sea para que esté en pie lo antes posible.
—Te estoy diciendo que…
—Y yo te estoy diciendo que la mediques para que se ponga bien. ¿En qué idioma te lo digo para que entiendas? —el hombre de cabello canoso y algo alborotado dejó salir el aire y sacó de su maletín un papel en el que hizo una lista y se lo entregó. —¿Con esto se recuperará?
—Algunas son para el dolor, y otras para que recupere las fuerzas.
—¿Es todo?
—Por ahora, sí. Vendré en unos días a revisarla.
—Bien. Tú… ¿de casualidad puedes prestarme treinta mil libras? —el médico lo miró sorprendido, luego se echó a reír.
—Siempre bromista. Si tuviera treinta mil libras, no tendría que trabajar el resto de mi vida.
—Claro. —El médico se despidió luego de recibir su paga y se fue. Douglas Henderson quedó a solas en su despacho un rato, y con las manos empuñadas se preguntaba qué iba a hacer ahora. No había sido su plan que Georgiana se accidentara. Obviamente tenía que castigarla, pero incluso en ese caso pensaba moderarse. Debía encontrar un nuevo padre para su hijo en la fiesta de los Harrington.
—No fue un accidente —dijo la voz de Austin entrando al despacho. —Ella se lanzó para huir de la sala de los arneses.
—¿Me lo vas a reprochar?
—Esa niña ya ha dado por perdida su vida. Ten cuidado. La has empujado demasiado lejos.
—Ah, por favor.
—Te lo estoy diciendo, Doug.
—¿Ahora me pides que tenga compasión por ella? He perdido treinta mil libras y la posibilidad de tener un hijo. No creo que él la haya rechazado. La has visto desnuda. Cualquier hombre que se sienta atraído por las mujeres habría caído.
—¿Y qué tal que sea cierto? —preguntó Austin, sembrando la duda en Douglas.
—Sería el hombre más tonto sobre la tierra. Y yo tendría muy mala suerte, al haber elegido precisamente al hombre capaz de resistírsele.
—Diste por sentado que él la aceptaría en su cama, y mira las consecuencias. Vas a tener que planear mejor tu próximo paso.
—Por eso quiero llevarla a la fiesta de los Harrington. Es la última de la temporada. Luego, todos los malditos ricachones cerrarán sus casas y se irán al campo por el invierno, y en Bath quedarán sólo los inservibles. Me aseguraré primero de que el objetivo desee a Georgiana antes de enviarla a su cama.
—Elige uno con buena apariencia, por favor. No quiero tener que lidiar con un niño feo. —Douglas se echó a reír. —¿Cómo pagarás las treinta mil libras?
—Ah, no me hables de eso.
—Ese hombre vendrá furioso a cobrarte.
—Veré cómo apaciguarlo. Ah… creo que tendré que darle mis sementales en parte de pago. Maldita estúpida inepta. —Austin sólo hizo una mueca. También a él le dolería tener que deshacerse de tan finos caballos, pero al parecer, no había opción.
Pasaron dos días, al cabo de los cuales, Georgiana volvió a abrir los ojos. Al comprobar que estaba viva, lloró.
El dolor en todo su cuerpo era un claro recordatorio de que seguiría viviendo, que su infierno se extendería un rato más.
¿Hasta cuándo?, se preguntó. ¿Había venido a este mundo sólo a sufrir? ¿Hasta cuándo?
—¿Señora? —la llamó Jena suavemente, y Georgiana movió la cabeza para mirarla. —Por favor, no vuelva a hacer algo así. No se rompió ningún hueso, pero pudo ser fatal.
—Quería que fuera fatal.
—Pero caer por las escaleras…
—Ha matado a muchas esposas indeseadas —dijo. Lo decía como si nada. Como si sólo comentara un chisme de sociedad.
—Hay cosas peores que la muerte —insistió Jena—. Pudo haber quedado lisiada.
—Lisiada estaría bien —siguió Georgiana. —Así no me tocaría… ni me obligaría a tocar a otros. —Ella volvió a cerrar los ojos y Jena tragó saliva. Extendió una mano y apartó el cabello rubio del rostro de Georgiana, y entendió. Georgiana volvería a intentarlo, volvería a buscar su muerte, cometería una locura como la última para huir.
Los ojos se le humedecieron con lágrimas de ira y resignación.
Ella también había concluido que la muerte era mejor que este tipo de vida.
—Buscaré… ese veneno —le dijo, y Georgiana volvió a abrir los ojos y la miró. —Será una muerte más limpia y segura. Sin dolor. El señor Henderson quiere que vaya a la fiesta de los Harrington. Esté recuperada o no la obligará a asistir, y creo tener claro por qué… Él le buscará un nuevo candidato para tener ese hijo. No me cabe duda. —El rostro de Georgiana se compungió y los labios le temblaron de miedo. —Pero no pasará —le prometió Jena. Llegaré a tiempo.
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Editado: 22.11.2024