—Viniste temprano —le reprochó Sebastien Chevalier a Nathaniel en cuanto lo vio. Nathaniel no se escandalizó cuando este lo recibió usando solamente una bata de seda azul, muy acorde con el mobiliario de El corsé roto, un burdel exclusivo que Sebastien dirigía.
Nathaniel parecía descolorido en medio del salón, usando su ropa de colores sobrios, mientras alrededor, sillas, tapetes y cortinas chillaban en diferentes tonos de azul.
Vio a Sebastien servirse un trago, y declinó cuando le ofreció uno a él.
—Señor Radcliffe —saludó una fulana saliendo de la misma habitación que Sebastien, usando un simple negligé de encaje rojo, y Nathaniel no alcanzó a responder a su saludo, pues ella subió rápidamente las escaleras que llevaban al segundo piso.
—Ha pasado una semana desde que dijiste que investigarías a Douglas Henderson. ¿Tienes algo para mí?
—Una simple nota habría bastado, Radcliffe. Venir a estas horas es inhumano.
—Es casi mediodía —le recordó Nathaniel.
—Pero sólo he dormido tres horas.
—Tal vez porque estuviste ocupado no en el trabajo —sonrió Nathaniel señalando con la cabeza las escaleras por donde se había ido la fulana.
—Como sea —evadió Sebastien. —Sí. Tengo información. A ver… —Nathaniel pensó que Sebastien buscaría papeles donde tendría esa información, pero él simplemente se sentó de cualquier manera en un diván y miró al techo como si tratara de recordar algo específico. No tenía la información escrita en ningún lado, sino en su mente.
Nathaniel se consideraba inteligente, y a veces incluso alardeaba de su buena memoria, pero Sebastien, ese cabrón francés que amasaba una fortuna a base de casas de juego y burdeles, lo superaba en muchos aspectos.
—Treinta y un años —dijo, —Pocas deudas importantes, excepto la tuya, por supuesto, casado desde hace dos años… y muchos rumores alrededor.
—Cuenta.
—Se dice que… prefiere a los muchachos… por encima de las mujeres. —Nathaniel lo miró sorprendido. —Tiene un tío muy rico, Francis Holman. Él odia a ese tío, no lo ha visto en décadas, pero hace un tiempo le llegó una notificación; si quiere heredarle, tenía que casarse, y se casó. Pero el anciano volvió a cambiar las reglas, y ahora no le basta con que esté casado; debe tener un hijo. Si quieres averiguo si ese hijo debe ser obligatoriamente un varón, o si al anciano le da igual que sea una niña…
—Sigue.
—El problema es… según mis fuentes, que Henderson no es capaz de estar con una mujer por más que tenga ayuda.
—¿Ayuda?
—Ya sabes. Hay “ayudas” para que un hombre se excite y cumpla su deber. Pero eso no le es suficiente a Henderson. Así que tener una esposa disponible, joven y bonita, no le ha ayudado a tener ese hijo que necesita tan desesperadamente.
—Y por eso anda ofreciéndola, para que alguien la embarace y luego hacer pasar ese hijo como suyo.
—Es correcto —sonrió Sebastien terminando su vaso de licor. Hizo una mueca y volvió a ponerse en pie. La bata se había caído hacia un lado y se hizo visible el torso lampiño y musculado. Recientemente, también Sebastien se había hecho aficionado al boxeo.
—¿Qué tan rico es el anciano?
—Muy rico —contestó Sebastien encogiéndose de hombros. —Su patrimonio debe estar en unas cincuenta, o sesenta mil libras. Por esa cantidad, debió pensar que valía la pena casarse y pasar por lo que fuera necesario con tal de conseguir el heredero.
—Él no está pasando por nada, ella es la que está padeciendo.
—¿Disculpa? —preguntó Sebastien confundido. Nathaniel hubiese preferido no tener que contarle a nadie fuera de la casa lo que estaba pasando, pero, después de todo, Sebastien era una persona que sabía guardar secretos.
—Georgiana Henderson está en mi casa —dijo. Sebastien sonrió con picardía.
—Entonces, cediste a la tentación. ¿Por treinta mil libras? ¡Vaya! La puta más cara del continente.
—No seas tonto. No se trata de eso.
—¿Entonces de qué se trata? —Nathaniel dejó salir el aire.
—Creo que sólo estoy salvando una vida y metiéndome en un problema enorme por eso. Por lo tanto, he decidido sacar la mayor ventaja posible.
—¿Qué tipo de ventaja? —preguntó Sebastien mirándolo de reojo, pero aún con esa sonrisa pícara brillando.
—Deja de imaginar cosas. Y gracias por la información. En un rato me reuniré con ese hombre a renegociar los términos del pago de la deuda.
—Haz que firme. —Nathaniel sonrió.
—Cumplirá con el acuerdo aunque no haya firmado nada.
—Tú sabrás —dijo Sebastien en tono displicente. —¿Ya te vas? Quiero dormir siquiera otro par de horas. —Nathaniel suspiró.
—Sí. Ya me voy. —Sin pérdida de tiempo, Nathaniel dio la vuelta y salió de El corsé roto subiendo a su caballo. Frank McNeil, uno de sus hombres de confianza, lo había estado esperando afuera.
Sin mediar palabras, emprendieron rumbo al lugar donde se había dado cita con Douglas Henderson. Había elegido para esto un sitio neutral, donde nadie los escuchara; se trataba de un paseo entre dos propiedades que daba vista al río Avon, y que a esta hora estaría solitario. El viento frío movía su ropa, y las nubes en el cielo empezaban a amontonarse.
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Editado: 22.11.2024