Esencia

CAPITULO 8

NARRA LENA

Esa tarde, después de regresar de la universidad sin novedades… Samira llega sin anunciarse. Lleva un cuaderno distinto. Forro azul marino. Letras caligrafiadas a mano.

—Hoy trabajaremos tu presentación formal —dice—. La manera en que te presentes en sociedad será evaluada no solo por profesores, sino por otras familias, redes, y grupos de influencia.

Nos sentamos en la alfombra. Ella despliega varias tarjetas con frases.

—En Arabia Saudita, hay códigos de etiqueta social femenina muy precisos. ¿Sabes qué debes decir si el rector te saluda y estás con el rostro cubierto?

—¿Que no puede saludarme porque no soy visible? —respondo.

No ríe. Pero una luz le cruza los ojos.

—Debes bajar la cabeza y decir: assalamu alaikum warahmatullah. Es suficiente. No das la mano. No sostienes la mirada. El respeto no necesita ojos fijos, sino intención pulcra.

—¿Y si una mujer me habla y yo no quiero responder?

—Tú nunca niegas el saludo. Pero puedes responder con delicadeza, con frases cortas, con un gesto educado. Aquí, ignorar es agresivo. Pero invadir... también lo es.

Me enseña cómo sentarme en público. Las manos sobre el regazo. Nunca cruzar las piernas en presencia de mayores. Evitar reír a carcajadas. Evitar interrumpir. No decir “yo creo” todo el tiempo. Saber cuándo hablar. Saber cuándo guardar silencio. Saber cuándo el silencio es el lenguaje.

—Y en todo esto... ¿dónde queda quién soy?

Samira me mira con algo que no sé si es tristeza o admiración.

—Quien eres queda dentro. Cuidada. Fuerte. No para ser ocultada… sino para no ser profanada.

Esa noche, la segunda estera de oración aparece a mi lado, casi por arte de magia. No la toco. Pero me siento frente a ella. Observo. Algo se mueve dentro de mí. Como si el mundo entero se hubiera vuelto una gran mezquita... y yo estuviera sentada en su puerta, espiando desde fuera.

Mi padre cena conmigo. Por primera vez en la misma mesa. No hay guardias. No hay protocolo.

Solo él. Y yo.

—Quiero felicitarte, hija. Hoy fuiste impecable.

—Impecable —repito, casi con ironía.

—Sí —sonríe—. Elegante, respetuosa, firme. Eres más fuerte de lo que crees.

Bebo agua. Miro su rostro. Me intriga este hombre que castiga con silencios, pero también escucha cuando le hablas como adulta.

—¿Puedo hacer otra petición?

—Claro.

—Puedo obedecer. Puedo estudiar. Puedo cubrirme. Pero... ¿puedo seguir siendo yo?

Él baja la mirada. Luego asiente.

—Siempre que ese “yo” no me lo arrebate la vida… ni este país.

Me atraganto de sentimientos.

Se levanta.

—Estudia. Lucha. Y brilla. Con recato… pero brilla.

Antes de marcharse, se detiene.

—Perdona otra vez el castigo. No fue por odio. Fue torpeza. A veces los hombres actuamos con miedo… y lo disfrazamos de autoridad.

Y se va.

Y yo me quedo con la garganta hecha un nudo, como si por primera vez... el suelo no fuera un enemigo. Antes de dormir, miro la estera de oración.

Y sin saber por qué... recuerdo otra cosa.

Dos ojos dorados. Altísimos. Inalcanzables. Que me juzgaron como una tormenta juzga a una vela. Me duermo preguntándome si volveré a verlos. Porque si los veo... no prometo no incendiarme.

“porque tengo que ser tan terca y él tener cara de problemas.”

Al día siguiente Samira llega puntual. Siempre lo hace. Ella no entra: aparece. Como si su sombra llegara antes que sus pies.

—Assalamu alaikum, Layla.

—Wa alaikum assalam, ustadha —respondo casi sin pensarlo, y ambas sonreímos un poco.

Qué lejos quedó la chica furiosa que le gritaba que no quería vestirse de sombra. Porque ahora, ella es una aliada, una que me enseñara a domar el islam a moldearlo a mi favor…

Nos sentamos en la alfombra. Esta vez ha traído consigo un cuaderno bordado en color oliva y una pequeña pizarra que coloca frente a mí con delicadeza.

—Hoy hablaremos de lo que llamamos protocolo de interacción social con hombres, protección femenina y los marcos de justicia.

—¿Todo eso en una sola clase?

—Tal vez no baste una vida para entenderlo todo —responde—. Pero podemos intentarlo.

Abre el cuaderno. Habla como el rumor del agua sobre piedra.

—En el islam, el contacto entre géneros se considera algo con implicaciones espirituales. No es una negación del otro genero, sino un resguardo del alma propia. Las mujeres y los hombres deben respetar hayaa’, la modestia, tanto física como verbal, visual y emocional.

—¿Y si un hombre se me acerca?

—Depende del contexto. Si te saluda, le devuelves el saludo con cortesía, sin contacto físico, sin extender la conversación innecesariamente. Si insiste… te alejas. Si persiste... lo reportas. Las mujeres aquí no están desprotegidas. Solo se protegen de forma diferente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.