NARRA ZAYD
Yusuf se despierta antes del adhan. Siempre lo hace. Dice que los pájaros le cuentan secretos antes del amanecer, y yo no tengo el corazón para cuestionar eso.
“Hayat, nuestro hijo crece con prisa.”
—Abi, hoy quiero dibujar una mezquita con alas.
—¿Una mezquita con alas?
—Sí. Para que pueda volar cuando la gente la necesite.
Lo dejo dibujar en mi estudio privado, sobre papeles finos que otros usarían para contratos. Sus dedos son rápidos. Crea líneas que no entiendo, pero siento. Le sirvo café con leche. Le corto el pan en triángulos, como su madre lo hacía conmigo y me solía decir que en el futuro ella lo haría así para los dos.
Un futuro que nunca llego, su vida se deslizo entre mis dedos como agua que desaparece en la arena del desierto.
—Abi… ¿voy a tener otra mamá?
—No.
—Dicen que tengo que tener otra mamá, porque si no voy a crecer como un hijo del viento.
—No hagas caso, no saben de lo que hablan.
Disimulo mi molestia manteniendo la vista en el monitor frente a mí. Y entonces la pregunta vuelve.
—Abi, ¿mamá voló?
—Sí —le susurro, con la voz quebrada—. Fue la primera mezquita con alas que conocí.
Lo abrazo. Lo siento respirar contra mi pecho. Lo amo con esa ferocidad que solo tienen los hombres rotos. Mi hijo es el tesoro más grande que poseo.
—Abi… ¿es malo querer tener otra mamá?
No se cómo responder a eso. ¿es malo iniciar una nueva vida? ¿me culpare por eso? ¿encontrare a quien ame a mi hijo como mi esposa lo haría? La respuesta es un no, para todo. Y ese es el mayor de los problemas.
—Abi… ¿puedo buscar una mamá?
—Claro —. Digo sentándolo en mis piernas —. Siempre que sea buena contigo, la aceptare. ¿tanto quieres tener una mamá?
Baja la mirada y mira sus dedos.
—Dicen que soy del viento si no la tengo, y quiero tenerla.
Lo abrazo con fuerza y beso su cabeza. Baja de mis piernas y sale corriendo a continuar dibujando su mezquita con alas.
Mi madre no tarda en aparecer. Siempre lo hace cuando huele dolor.
—Zayd —dice, con voz de decreto—. No puedes seguir así. Yusuf está creciendo y tú estás desapareciendo.
—Estoy presente. Cada día. Cada oración. Cada respiración que él da, yo se la custodio.
—Pero no tienes con quién compartir esa oración. Ni esa respiración.
—¿insistirás? — me molesto — No envíes mujeres a mí, todas se acercan intentado manipular mi vida, así empiezan y luego irán contra Yusuf.
—Hijo, sé que fue una mala experiencia con Amira, nos equivocamos con ella.
—¿equivocarse? Ella intento manipularme para abandonar a Yusuf, y con sus manipulaciones te controlo. ¿Qué hubiera sucedido si la aceptaba?
Ella intenta suavizar.
—Al menos ve con tus amigos esta noche. Sal a tomar aire, aunque sea al infierno.
Me levanto y asiento en silencio. Acepto.
Me pongo un thawb negro, discreto. Me dejo la barba tal como la llevo desde que Hayat murió: ni larga, ni ausente. Una barba de duelo.
Voy a un bar privado en el distrito de Al-Nakheel. No es un lugar clandestino. Es uno de esos sitios donde los hombres de alto perfil van a negociar lejos de los ojos religiosos. Hay licores importados. Música suave. Luz tenue. La policía lo ignora si las puertas están cerradas y nadie grita haram.
Me siento en la barra. Pido whisky japonés. El hielo suena como traición.
Pienso en Hayat. En cómo murió en mi casa. En mi cama.
Su parto fue complicado. Hemorragia interna. Los médicos querían intervenir con transfusión urgente. Ella se negó. Por creencia. Porque no confiaba en el origen de la sangre. Porque temía profanar el cuerpo que debía volver puro a Dios.
Yo no discutí. Yo confié. Yo perdí.
FLASH BACK
—Hayat — sostengo y beso su mano —. Por favor.
—No — jadea con la cara sudorosa y el cuerpo débil —. Será su voluntad.
Pego mi frente a su cuerpo, nuestro hijo llorando a un lado. Lo ponen en su pecho, lo besa.
—Zayd, ve a tu hijo —. Me piden y lo hago a un lado.
No veré a quien está robando la vida de mi esposa.
—Amor — su mano temblorosa y débil me sostiene —. Él no tiene la culpa. Es mi decisión.
—Te lo suplico Hayat, no quiero perderte.
—Sostenlo por favor, prométeme que lo cuidaras.
Remacho los dientes y sostengo a ese pequeño pedazo de carne con respiración y llanto. Envuelto en una manta blanca cubierta de sangre. Sus ojos están cerrados.
—Qué bello te ves de padre —. Sus palabras apenas se entienden y se escuchan —. Cuídalo, amor.
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Editado: 28.08.2025