NARRA LENA
He caminado por casi todo el mercado con el niño de la mano. Él me observa. Mira alrededor pero no parece reconocer a nadie.
—Ya caminamos mucho —. Me detengo —. Demos otra vuelta, pero esta vez ¿me permites cargarte?
Sus ojos titilan. Luego, me dice,
—¿Tienes miedo de que no te quieran?
No sé qué responder. Así que simplemente... lo abrazo.
—Te aseguro que tu mamá te quiere, ella no te abandono. Seguramente está buscándote como loca.
Termino cargándolo en brazos y lo trato de levantar, pero no funciona. Así que lo pongo sobre mis hombros.
—¿puedes ver a tu mamá?
—No…
Camino por el mercado. Las personas me miran mal. Estoy cubierta, pero con el niño a cuestas es difícil ver porque el velo se movió.
—¿Ya la puedes ver?
—No… tal vez… necesito llegar más alto.
—Mala idea… solo te ofrezco un metro sesenta y cinco, Yusuf.
—Dices mi nombre bonito.
—Es mi acento, por eso se escucha raro.
—¿Por qué me ayudas?
—Porque eres un niño en problemas, y los adultos debemos ayudar a los niños.
—¿Por qué?
¡joder! Ya se puso parlanchín. Es bueno… significa que tiene confianza, por lo menos ya no está llorando.
—Porque los niños son personas débiles por naturaleza, necesitan cuidados, no significa que no sean valientes y fuertes, pero hay cosas que no pueden hacer solos.
—¿Cómo qué?
—Como ver direcciones, o no perderse.
—¿y cómo sabes que no te has perdido?
Detengo mis pasos… ¿y Rana? ¿Dónde estamos?
—Porque conozco el camino —. Mentirosa —. Ahora sigamos buscando a tu mamá, si la ves me dices.
Rogando a todos los cielos recordar el camino, regreso sobre mis pasos, viendo por donde he camino para no volver a perderme.
NARRA ZAYD
Estoy apoyado contra la sombra de una columna de piedra, justo al borde de la explanada del zoco. Mi vestimenta hoy es neutral: thawb marfil, ghutra sin agal. El protocolo se oculta cuando uno quiere observar sin ser observado.
Y ahí están. Ella. Y él. Regresando por quinta vez, ella lo carga sobre sus hombros como si no pesara. Yusuf tiene una enorme sonrisa. Y parece que conversan.
Me mantengo en la penumbra de las palmas inclinadas, donde el sol no pregunta ni el nombre ni la intención. Me vuelvo testigo de una escena que no pertenece a los tratados del islam ni a los manuales del protocolo.
Hace un momento Yusuf estaba sentado en el borde del pavimento, las piernas encogidas, las manos cubriéndose la cara. Llorando con ese llanto serio de los niños que no saben si el mundo les pertenece o los amenaza. Pasaron muchas personas y nadie se detuvo a auxiliar a mi hijo. Solo lo evitaban.
Yo la observaba a ella desde que ingreso al mercado, comprando sin sentido. Llevando todo lo que veía a su paso, gastaba como si no hubiera mañana. Creí que era superficial como todas las mujeres que mi madre a traído. Pero entonces, cuando por fin ella llego a donde mi hijo estaba, contrario a pasar de él, se acercó. Con una voz suave, y ofreció su ayuda.
—Yusuf, estoy cansada —. Ella lo pone en el suelo. Cuando regresan a su punto de partida.
—Pero perdí a mi mamá —dice Yusuf levanta la mirada.
La observa como si hubiera sido convocada por los ángeles de los cuentos que inventamos juntos cada noche. Mentira gloriosa. Parte del plan. Ella se agacha. Sin miedo. Sin mirar a los lados como quien pide permiso a los cielos o a las paredes.
—No te estoy abandonando —. Le dice acariciando su cabeza —. Me canse de dar vueltas por el mercado, hace calor, puede salirte sangre de la nariz si te pega mucho el sol.
Ella no sigue las pautas. No espera la confirmación de ghayrah ni la sombra del recato. Sólo es una mujer intentando consolar a un niño.
Mi niño.
—¿Te gustaría que comamos un helado mientras pensamos qué hacer?
Él asiente… con demasiada emoción… el rey del helado sale a la luz. Yusuf puede comer helado de día y de noche, por él viviría a base de helado.
Le compra un helado. Y ella se compra otro. No se descubre el rostro. Parece que sus clases empiezan a surtir efecto. Pero no son suficientes para quitar de ella esa aura de desafío.
—¿tienes calor?
—No —. Responde mientras están sentados en la heladería —. Estoy triste, ¿Estás triste también?
La pregunta me saca el aire. Y no sé si es parte de su actuación o si mi hijo esta triste de verdad…
—A veces me pongo triste —responde ella—. Hoy... un poco menos.
—¿Porque me viste a mí?
—Sí. Porque te vi a ti.
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Editado: 01.09.2025