NARRA ZAYD
Llego al palacio sin Yusuf. Mi auto cruza los portones de hierro sin prisa, como si no llevara dentro el vacío más evidente. La noche aún huele a oud y gardenias. Pero algo falta. Y mi madre lo nota antes de que yo cruce el vestíbulo.
—¿Dónde está Yusuf?
Lamia, siempre vestida de elegancia sin grietas, me observa con ojos que ya son parte de mis genealogías. Su abaya gris humo flota detrás de ella como sombra propia.
—Lo dejé con la familia de un amigo —respondo con tono neutro, como quien habla del clima.
—¿Qué amigo?
—Confía en mí.
—¿Y tú confías en ellos?
—Sí.
—¿Está bien?
—Más que bien.
Mentira parcial. Yusuf no está con ningún amigo. Está con Lena. Y ese es el centro de todo.
Plan: una semana bajo su cuidado, bajo sus gestos, bajo su esencia real. Que ella lo guíe sin saber que está siendo observada. Que lo toque sin pensar en normas. Que lo consuele sin tener miedo a romper leyes de oro.
Que yo sepa de verdad si en ella vive una madre. Y en ese propósito, la mentira se vuelve virtud.
—No regresará por varios días —le digo a mi madre, que aprieta los labios.
Subo a mi estudio. Apago las luces. Enciendo mi auricular.
Click.
Una línea directa al micrófono que Yusuf lleva oculto entre los pliegues de su camiseta. Tecnología de escucha inteligente. No para invadir. Solo para aprender.
Y entonces… su voz.
—¿Esos son tus deseos? —. Ignoro de que hablan.
—Sí.
—Bueno, son deseos complicados. Me llevara un poco de tiempo saber si puedo cumplirlos o no. Tengo que hacer una cita con el señor de las hadas, el consejo debe verificar que en efecto seas un niño bueno, ¿te importaría esperar?
—No, puedo esperar.
—De acuerdo pequeño sultán, cuando tenga una respuesta le informare si sus deseos pueden ser una realidad. Ahora vamos a dormir.
—Lena… ¿puedo quedarme contigo esta noche? Me da miedo dormir solo aquí. Nunca había estado sin mi almohada de estrellas.
Silencio. Luego… su voz.
—No puedo, Yusuf. Esto no está permitido. No es correcto.
—Pero tú eres correcta. Yo lo sé.
Silencio más largo.
—Está bien. Pero solo esta noche. No se lo digas a nadie.
La línea se vuelve más suave. Escucho su respiración. La de él. El roce de sábanas. Una risa baja.
—Tu cama huele como tú.
—¿Y cómo huelo yo?
—Como viento bueno. Como las cosas antes de que duelan.
El micrófono graba cada palabra como si fuese una oración que no pertenece al Corán, pero sí al corazón. Yo me quiebro un poco.
Porque no se necesita teología para reconocer la bondad en una mujer que le permite a un niño dormir seguro. Y si se trata de Yusuf es como si sostuviera mi corazón desnudo.
Esa noche duermo con el audífono puesto. El sonido de la respiración de ambos arrulla mi sueño. Un sonido suave, una respiración lenta. Y da la apariencia de que ella lo tiene abrazado por lo cercana que se escucha la respiración de ambos.
Al día siguiente, el mundo vuelve a girar.
Reunión con inversionistas de Dubái. Firma de contrato de expansión digital en Malasia. Desayuno con el Ministro de Comercio. Pero en mi oído… siempre Yusuf.
—Lena, ¿puedes decirme qué hace que las personas se marchen del mundo?
—A veces el cuerpo no puede más. A veces el alma decide descansar. A veces Dios llama antes de lo previsto.
—¿Y por qué no nos dice cuándo?
—Porque tal vez si supiéramos… dejaríamos de vivir de verdad.
Escucho mientras firmo acuerdos millonarios. Escucho mientras apruebo nuevas divisiones comerciales.
Pero mi oído, mi centro, está en esa casa donde él pregunta, y ella responde como si estuviera cosiendo su alma en la suya.
Por la tarde, el ambiente cambia.
—¿Tu padre dónde vive, Yusuf? —la voz de Tariq, firme, inquisitiva.
Se escucha un poco de interferencia, como si pasaran a traer el micrófono. Supongo que ella lo está abrazando o tocando para darle seguridad. Espero que sea así, por alguna razón imagino que es así.
—En muchas partes. Es como una nube con piernas.
¡jajajaja! Ese niño… ¿una nube con piernas? ¿así llamas a tu padre? Pequeño bribón…
—Señor ¿nuestra propuesta le causa gracia?
¡ay Allah! Estoy en una reunión…
—No —. Intentó parecer serio — continúen.
No presto atención, sigo escuchando la conversación de mi hijo. Y trato de contener mi risa.
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Editado: 01.09.2025