-Charles, Charles, despierta Charles
Escucho la voz de la base resonar como un eco a lo largo y lo ancho del bello paisaje. Debo volver.
Abro los ojos, y lo primero que veo son las frías estrellas con sus luces temblorosas. Las primeras veinticuatro horas pasaron en un abrir y cerrar de ojos.
-Lindo momento eligieron para llamarme. Justo me disponía a saborear una rica trucha arco iris. Cambio
-Siento haberte despertado de tu sueño Charles. ¿Cómo te encuentras? Cambio
-Digamos que con ganas de desayunar, almorzar, cenar, todo junto. Cambio
-Está bien. Puedes levantarte y consumir tu primera comida. Después de comer recuerda descansar treinta minutos. En ese lapso puedes leer los periódicos del día que están disponibles en el banco de datos de Simón. Luego inicia tus ejercicios diarios. Cambio.
-Ok muchachos. Por lo visto no dejan nada librado al azar. Cambio
-Hacemos lo mejor que podemos por ti Charles. Cambio.
-¡Tanta humildad me conmueve! Nos vemos, muchachos. Cambio y fuera
Me levanto y me desperezo, gracias a la gravedad artificial no tengo que flotar como los primeros astronautas del siglo veinte. Me dirijo a la gran pantalla y contemplo el espacio, el monótono pero cautivante espacio. No me canso jamás de mirarlo. Es un espectáculo que tan solo unos pocos privilegiados pueden apreciar desde la posición en que me encuentro. Ver las estrellas desde la tierra o desde un telescopio es una cosa, pero apreciarlo desde el espacio mismo, sentirse rodeado por completo de esa magnificencia infinita, es algo único. Me embarga una sensación de pequeñez absoluta y realmente lo es. Tratar de comprender lo infinito es imposible, va más allá de nuestra capacidad de raciocinio. Calcular las distancias a que se encuentran aquellas minúsculas señales de luz que emiten las estrellas más distantes, es solo cuestión de números traducido a miles de años luz, pero medir el universo… ¿A dónde llega todo esto? ¿A dónde termina? ¿Qué hay más allá del más allá? ¿Cómo entender que no existe un límite? ¿Cómo entenderlo? Un filósofo del siglo veinte dijo alguna vez que el infinito se esconde en la pequeñez y en la inmensidad, y que en estos dos puntos extremos radica la incomprensión de nuestra existencia.
Mejor será dejar mis abstractos pensamientos y dedicarme a comer y luego a mi sesión de entrenamiento físico.
Los días pasan rápidos y poco a poco me acerco al objetivo indicado. Todo se reduce a comer, ejercitarse y dormir, con un aseo cada cinco días. El viaje hasta las cercanías del “agujero negro” se desarrolla con normalidad, sin ningún contratiempo técnico de la nave ni físico de mi parte.
Así llegamos al día cincuenta y tres desde que se inició este viaje, quizás mi último día entre los mortales.
-Bueno Charles, es la hora de la despedida. No vamos a ser hipócritas y no reconocer que tus opciones de sobrevivir bajan estrepitosamente. De aquí en más, cuando estés adentro, no podremos comunicarnos; es así que te deseamos la mejor de las suertes. Cambio
-¡Oh, vamos, no me van a decir que ahora se han puesto sentimentales muchachos!
-No es por ti Charles, es por Simón¡ ¡Jajaja!
-¡Muy graciosos! Bueno muchachos, gracias por la despedida y espero verlos pronto. Cambio y fuera
-Bueno Simón, acá estamos tú y yo. ¿Qué nos deparará el futuro? Eso si que no lo sé
-Si quieres te puedo dar una lista de probabilidades y teorías.
-¡Oh, no Simón! Gracias. Cuando asumes la postura de científico eres realmente aburrido.
-Por lo visto no me tienes en buen concepto Charles.
-No te ofendas Simón, eres muy didáctico. Lo que pasa es que ya estoy viejo para soportar las explicaciones y enseñanzas, sea de un humano o un ordenador. Quizás, después de este viaje, piense en retirarme. ¡Pero basta de charla y emprendamos el viaje! ¡Adelante!
La MAV-1 avanza hacia el abismo. Durante los primeros minutos todo marcha bien. La oscuridad absoluta devora la nave. De repente una fuerte sacudida la estremece.
-¿¡Qué sucedió Simón!?
-Un meteorito nos sobrepasó muy cerca. Ellos están siendo arrastrados por la fuerza de gravedad del agujero, nosotros avanzamos más lento porque vamos frenando, aconsejaría apagar los motores y dejarnos arrastras libremente y de esta forma igualar la velocidad de otros posibles meteoros y evitar cualquier riesgo de colisión.
-Muy preciso tu informe Simón, pero ¿por qué no informaste de la presencia del meteorito antes de que nos sobrepasara?
-Ya había sacado los cálculos, y estos decían que la nave no corría peligro.
-Está visto que llevo las de perder con los ordenadores en una discusión. Apaga los motores.
La MAV-1 es arrastrada por la atracción gravitacional del “agujero”. El indicador de velocidad ubicado en el extremo superior izquierdo de la pantalla, muestra que vamos a veinte mil quinientos ochenta kilómetros por segundo, velocidad que va modificándose continuamente hacia arriba. De pronto, la gran succión. El velocímetro salta de los veinticinco mil seiscientos que llevaba en ese momento, hasta los cuarenta mil, sesenta mil, ochenta mil y en aumento. Es tan solo un milisegundo que quedo expuesto a tamaña aceleración, pero es suficiente para sentir como mi cuerpo se hunde contra el asiento, como si un gran pie invisible me aplasta sin piedad. El sistema de protección se acciona automáticamente, y una burbuja protectora desciende sobre mí nivelando la presión que soporto. Me siento desfallecer y tardo varios minutos en recuperarme.
-¿Te sientes bien Charles?
-¿¡Qué si me siento bien!? ¡Pedazo de chatarra! ¿¡Por qué no accionaste el sistema antes!?
-El sistema se acciona apenas se sobrepasan los 65 mil kilómetros por segundo, pero la variación de velocidad fue muy brusca en ese lapso.
-Perdóname Simón, la culpa no es tuya, es de los idiotas que te crearon. Ahora sé lo que siente un mosquito al ser aplastado.
Editado: 14.11.2022