Parte 1

La botica había estado ahí desde, bueno, desde siempre.

≪Esencia Perfecta, un perfume celestial para cada ocasión≫, era una pequeña tienda de aspecto cuco y fino, casi salida de una película de San Valentín.

Sus paredes estaban pintadas de beige, con un ribete dorado en el techo de escayola. Desde el suelo hasta el reborde, estaban repletas de estanterías de madera con diferentes extractos de todo lo podía tener olor, ordenadas por colores. El suelo era de mármol negro, tan liso que lucía como un espejo.

Una gran ventana daba al exterior por la parte izquierda, dando una luminosidad casi divina.

El mostrador, de madera de caoba, era tan largo como el ancho de la estancia y tras él, estaba el pequeño laboratorio dónde mezclaban y creaban los perfumes y colonias a gusto del cliente.

Todo el conjunto hacía que el establecimiento pareciera tres veces más grande de lo que en realidad era y cuando amanecía y los rayos de sol se colaban por las cristaleras, todo el lugar resplandecía con miles de colores distintos como si hubieran entrado al interior de un arcoíris.

La perfumería estaba regentada por un amable sesentón algo regordete y de barba blanca, su gran sonrisa siempre era sincera y sus ojos, además de traviesos, eran agudos y sabios. Se había hecho muy conocida en poco tiempo, y era uno de los comercios clásicos para comprar los regalos de Navidad y de San Valentín.

Cada temporada, el dueño contrataba a un jovencito o jovencita, y aunque siempre eran amables, atentos y cordiales con la gente, nadie recordaba una vez se marchaban sus nombres o de dónde venían, hasta que sus propios rostros se diluían formando un recuerdo vago e idealista.

Ese año, había contratado para esas fechas a un joven de cabellos rubios y ojos celestes, del color del agua cristalina, de mirada dulce, sonrisa tímida y piel blanca.

Su nombre era Cyril.