—¡Andrei! ¿Vas a salir?
Se dio la vuelta con la mano en el pomo de la puerta y contestó.
—¡Sí, mamá! ¡Voy a salir con Ronda!
La mujer resopló, acercándose a su hijo con aspecto cansado, se paró frente a él, con los brazos puestos en jarras y resopló.
—¡Qué poco me gusta esa chica, Ronda!
—Mamá, no otra vez…
—Tranquilo, hijo —dijo su madre alzando una mano en señal de paz—. Ya tuvimos esta conversación, no voy a repetir lo que ya sabes que pienso respecto a esa chica.
Luego sacó de su bolsillo un monedero y se lo entregó al chico.
—Sólo te iba a decir que me compraras el regalo de tu padre, intenta buscarme algo que pueda gustarle, hace años que no consigo sorprenderle. ¿Me harás el favor?
—Mamá, ya sabes que no…
—Por favor, Andrei, últimamente él habla más contigo que conmigo, seguro que tienes más suerte que yo.
El chico suspiró resignado, aceptando la cartera y metiéndosela en el bolsillo. La madre sonrió y le dio un beso en la mejilla.
—¡Diviértete! —dijo entre risas y regresó al interior de la cocina—. ¡No te olvides que hoy es Nochebuena y vienen los abuelos a cenar!
—¡No lo haré! ¡Hasta luego, mamá!
Andrei tanteaba el monedero de su madre en el interior del bolsillo de la chaqueta, mientras el autobús conducía a través de diversas calles, una tras otra.
Ronda acababa de enviarle un mensaje, diciéndole que iba a llegar una hora más tarde a su cita, justo después de que se subiera al transporte público. Ronda solía tener esa clase de detalles, siempre imprevisible, siempre saliéndose con la suya.
Andrei suspiró viendo como su parada se acercaba. Bueno, al menos tendría tiempo de buscarle un buen regalo a su padre. Y aprovecharía para dar un vistazo al de su madre, ya que aún no había pensado en nada.
El centro comercial se le presentó ruidoso y bullicioso. Agobiante, denso, abrumador. Por eso su padre siempre se escaqueaba de ir. Andrei podía comprenderlo.
Paseó entre la gente, mirando escaparates y buscando nada en concreto, intentaba encontrar algo que pudiera gustarles o al menos que necesitaran. Resopló, cuando de nuevo, una mujer cargada de bolsas llenas de regalos y hablando por el móvil le dio un empujón. Andrei se masajeó la zona. Al menos, la anterior se había disculpado.
Escapando del bullicio, se pegó a la cristalera de uno de los comercios, pensando en irse, cuando un brillo en el interior de la tienda le hizo mirar.
Un joven, de cabellos rubios y mirada azul, estaba limpiando las estanterías e iba oliendo cada una de las esencias, que puestas en pequeños recipientes de cristal, convertían la luz que entraba por el ventanal en pequeños arcoíris cada vez que alguien los cambiaba de sitio.
Sin pensarlo demasiado, Andrei se encaminó al interior de la tienda, sobresaltando al muchacho y logrando que se le cayera una de las esencias.
—¡Perdón! —se apresuró a decir Andrei, agachándose al lado del joven que ya estaba limpiando el desastre con un paño.
—No es problema —sonrió el chico y se llevó los cristales rotos tras el mostrador.
Luego regresó con una fregona, limpió todo y le hizo frente por primera vez. Andrei tragó con fuerza.
Era de lejos, el ser más hermoso que había visto en toda su corta existencia. Ligeramente más alto que él, su piel era pálida y suave, su cabello parecía resplandecer como rayos de sol, sus ojos poseían el tintineo inquieto de una cascada, y su sonrisa le atraía como si fuera un satélite.
—¿Puedo ayudarte?
Las palabras se abrieron paso en su desaguisado cerebro, hasta que Andrei las comprendió.
—Yo… ah…
—¿Tal vez buscas un regalo para alguien? —preguntó Cyril colocándose detrás de la repisa de madera.
Andrei parpadeó y recordó porqué había ido al centro comercial.
—Sí, ¡eso es! Mis padres. Bueno, quiero decir, un regalo, para mis padres. Dos regalos. Uno para mi padre y otro para mi madre. Eso era, más o menos —dijo de manera atropellada Andrei, haciendo que el joven se riera.
Campanitas celestiales del trineo de Papá Noel, pensó Andrei.