Había decidido regresar a su casa, cuando su madre le llamó por el móvil.
—¿Mamá? Voy de vuelta. Adivina. Tenías razón acerca de Ronda, está liada con Brandon —dijo Andrei meditabundo sentado en la parada del autobús, sin poder dejar de recordar el hermoso rostro de Cyril.
—¡Oh, hijo! ¡Lo siento! ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien. En realidad no me gustaba tanto.
—Bueno, entonces todo está bien.
—¿Y para qué me llamabas, mamá?
—Para preguntarte si habías encontrado algún regalo para tu padre. Ya sabes lo difícil que es hacerle uno…
Andrei casi dejó caer el teléfono al suelo.
—Pero, mamá, ¿no recuerdas que os compré dos colonias y os las di en Nochebuena, cuando vinieron a cenar los abuelos?
Su madre se echó a reír a través de la línea telefónica.
—Cariño, ¡qué bromista estás hoy! ¡Pero si eso es esta noche!
Andrei entró de nuevo en modo zombie y dejó de escuchar lo que decía su madre. Colgó al momento y se llevó una mano a la cabeza. Estaba volviéndose loco. Aquello no era posible. Él recordaba perfectamente los dos días. La cena con los abuelos, las risas, a los trastos de sus hermanos pequeños haciendo trastadas, la pena porque su hermana y sus sobrinos no habían podido ir. Andrei lo recordaba todo, ¿porqué su madre no? ¿Porqué nadie recordaba la tienda?
Un vacío se le asentó en el estómago y la cabeza empezó a dolerle. Su visión se tornó borrosa y quiso salir de allí. La gente agolpada en la parada se apartó a su paso. Andrei avanzó a trompicones hasta que llegó a un lateral del centro comercial. En el callejón dónde estaba la basura, Andrei vomitó todo lo que había comido aquel día.
Una mano se posó sobre su cabeza y le dio un pañuelo para que se limpiara. Andrei susurró un ≪gracias≫ y lo aceptó.
—¿Estás bien?
Esa voz. Andrei se incorporó de golpe. Allí estaba. No lo había soñado. Su mano se movió por cuenta propia y alcanzó la mejilla del otro muchacho.
—Cyril… —susurró Andrei con una sonrisa.
El joven le miró con los ojos muy abiertos.
—¿Me recuerdas?
—Por supuesto —dijo Andrei y luego le miró con el enfado dibujado en sus ojos—. ¿Puedes explicarme qué ha pasado? ¿Porqué soy el único que recuerda la tienda, los perfumes, a ti?
Cyril se llevó una mano a la boca.
—No es posible.
Andrei le miró frunciendo el entrecejo.
—Se supone que estas cosas no pasan. Que sólo son rumores…
—¿Qué cosas? ¿De qué hablas?
—No puedo, yo…
—¡Ah, no! ¡No me vengas con esas de nuevo! ¡Quiero la verdad! ¡Ahora! —exigió Andrei a voz de grito.
Cyril asintió sobándose las lágrimas que se le habían escurrido de los ojos y le ofreció sus manos.
—Te lo contaré todo.
Andrei miró con desconfianza al chico, pero con un suspiro de coraje se adelantó y las aceptó.
Una corriente salió de sus brazos y les recorrió cada parte del cuerpo hasta ponerles los vellos de punta. Algo empezó a elevarlos y Andrei vio alucinado como sus pies dejaban el asfalto. Quedaron suspendidos a unos metros del suelo, cuando en la espalda de Cyril nacieron dos hermosas alas, brillantes y con las plumas blancas.
La respiración se le quedó atascada, Andrei no podía creer lo que veía. Cyril le miró a los ojos y sin mover los labios, le dijo:
—Cierra los ojos, Andrei.
Y Andrei obedeció.
En su mente empezaron a surgir imágenes, tan rápido que no podía distinguirlas unas de otras. Eran personas. Personas de otras épocas, hombres, mujeres, niños. Allí había muchas vidas, entrelazadas. Algunas más felices que otras.
—Son todas las vidas que he guiado a lo largo de mi existencia —explicó en su mente Cyril—. Soy un ángel de la guarda, Andrei. Mi cometido es cuidar de los humanos y orientarles en sus decisiones.