Los ángeles no se habían prodigado mucho en aceptar la estancia de Cyril en la tierra. Poco después de consumar su amor, en medio de risas y demás torpezas, había aparecido una nota sobre la mesita de noche que rezaba: “Sé feliz y trabaja duro, Andrei. Cyril, vive por nosotros”.
Ya de día, Andrei despertó con una sonrisa en los labios y se apresuró a compartir su felicidad con su hermoso y fabuloso novio nuevo.
Estirándose sobre su amante, que raro sonaba esa palabra en su mente, Andrei besó el pecho y luego el cuello de Cyril, descansando su cabeza sobre su hombro después. Ya despabilado, Cyril llevó su mano a la espalda de su enamorado acariciando con sus dedos el contorno del trasero y la columna vertebral.
—Buenos días —susurró el antiguo ángel, recibiendo un gruñido como respuesta—. Ya veo que no eres un ser matutino.
—¿No que ya lo sabías? Has estado observándome desde que nací, ¿recuerdas? —replicó Andrei dibujando espirales con su dedo sobre el pecho de Cyril.
—¿Cómo olvidarlo? Eras el bebé más hermoso que he visto en mi vida. Y ha sido una vida bastante larga.
Ambos rieron y sus cuerpos hicieron vibrar la cama. La luz del sol entraba por la ventana entreabierta de la habitación de Andrei y una suave brisa mecía las cortinas.
—En un rato, mi madre vendrá a llamarme para desayunar, y nos encontrará a los dos tumbados en mi cama. Tengo curiosidad por saber la cara que pondrá…
Cyril se tensó bajo el peso de Andrei.
—No es necesario que se entere así, podríamos esperar para decírselo…
—No —le cortó Andrei—. Prefiero que lo sepa cuánto antes, no quiero jugar a las escondidas. Sé que tanto ella como el resto de mi familia nos apoyarán.
—Te amo, Anee —dijo Cyril abrazándole con fuerza.
Andrei soltó una risita al escuchar el apodo por el que lo habían bautizado sus sobrinos pequeños cuando no eran capaces de pronunciar su nombre, y que ahora se había convertido en su mote.
—Quería hacerte una pregunta, Cyril. ¿Porqué no eras capaz de hacerle un perfume a Ronda?
—¿No es evidente? Estaba enamorado de ti, Andrei, no podía hacerle un perfume a alguien a quien detestaba —explicó Cyril—. La esencia sólo era auténtica cuando mis sentimientos eran puros hacia la otra persona. Si se la hubiera hecho, probablemente habría olido a estiércol y a patatas podridas —concluyó arrugando la nariz.
Andrei sonrió y sentándose sobre las caderas de su ángel particular, le besó a conciencia. Recorriendo con la lengua cada hendidura, cada diente, memorizando la forma de sus labios y el sabor de su piel, hasta que necesitaron apartarse para respirar.
El miembro de Cyril había despertado y golpeaba los cachetes del culo de Andrei, al ritmo de la respiración descompasada de ambos. Andrei sonrió, desapareciendo bajo las sábanas y tomando el órgano en la boca. No hicieron falta más de unos minutos, para que el ángel se corriera con fuerza.
—Vamos a tener que trabajar en tu resistencia, Cyril —indicó Andrei apareciendo de nuevo, al tiempo que relamía las gotas que quedaban en sus labios.
—Si mal no recuerdo, hasta anoche, alguien que yo me sé también era virgen.
—Oh, sí. Pero yo he tenido años de práctica gracias a mis trabajos manuales.
—Sí, lo sé —murmuró Cyril.
—Pervertido…
—¡Eh! ¿Quién es aquí el pervertido? —preguntó Cyril, lanzado un manotazo a la cabeza de Andrei que éste logró esquivar.
—Pero con todo y eso, te amo —sonrió Andrei mirándole a los ojos.
A Cyril se le atoró un nudo en la garganta y por un momento se olvidó de cómo se respiraba. Miró a los ojos de color miel de Andrei y vio tal sinceridad en ellos que su corazón por un instante dejó de latir. Hasta que el beso francés de su hermoso y actual novio le despertó de su ensoñación.
No articularon ninguna palabra más. Tal vez algunos cuchicheos y muchos gemidos, cuando se volvieron a entregar el uno al otro.
La madre de Andrei les encontró una hora después abrazados en la cama y durmiendo con sendas sonrisas en el rostro. Con cuidado cerró la puerta y suspiró de alivio al ver que no era Ronda la que compartía el lecho con su hijo.