Esmeralda

Capítulo 2


Vivo en el apartamento No 26 en el piso No 3 de un edificio  cerca de la clínica, lo cómodo para mis treinta y cinco años de vida. Todos los días me despierto temprano, me quedo unos minutos en la cama, con mi mano derecha corro la cortina que tapa la ventana hacia a un lado, que está al lado de mi cama donde puedo ver una parte de la ciudad. Mi mesilla de noche está al lado derecho de la cama, entre mis ojos medio abiertos alcanzo a ver el libro que estoy leyendo por tercera vez, -Robinson Crusoe, de Daniel Defoe- me convertí en una máquina de devorar libros, literalmente hablando. El año pasado mal contados leí veintiocho libros, entre los cuales incluyen, novelas de romance, poemas, historia y también de medicina que es mi área.  


Duermo en una pantaloneta de futbol, del uniforme del equipo del campeonato de trabajadores que realizamos en la fundación en la que salimos sub campeones, donde no hubiera sido por el penal que desperdicio el bacteriólogo, ese día estaba indispuesto para jugar pero el accedió a jugar así aunque se lo pedimos que no lo hiciera. Cada seis meses realizamos un campeonato lo que qu iere decir que tengo varias de ellas. Duermo sin camisa aunque la ciudad es fría, disfruto del frio y lo abrigadora que son mis sábanas. Antes de levantarme de la cama siempre tengo en cuenta en no poner el pie izquierdo de primero, un agüero que es escuché desde joven por la radio, desde esa vez se me quedó grabado para siempre. Con la coincidencia que un día puse el pie izquierdo de primero sobre el suelo y ese día las cosas no salieron muy bien para mí. Todas las mañanas antes de poner un pie en el suelo siempre me aseguro en que sea el derecho.  


Prendo la radio, mientras me baño voy escuchando las noticas de la mañana. Antes de entrar a la ducha dejo puesta mi ropa en la cama para cuando salga de la ducha solo sea de cambiarme. Empaco mis cosas y mis papeles en un bolso de cuero que mantengo desde mis años de estudio en Europa. Tomo mis llaves y bajo hasta el sótano a buscar mi vehículo de transporte, aunque el Porsche Cayenne S, me espera todos los días con las puertas abiertas, yo siempre lo ignoro por mi bicicleta con parilla adelante. De nada me sirve tener un buen vehículo y durar más de dos horas en un tráfico donde voy a perder un tiempo que nunca voy a recuperar.  
Me monto en mi bicicleta y pedaleo unos cuantos kilómetros, costumbre que adopté en mis años en Europa donde me pareció que era una buena práctica, ejercitaba mi cuerpo, contribuía con el medio ambiente, llegas más rápido a tu lugar de destino. Aunque en días de lluvia tengo que cambiar de parecer. Al recorrer mi camino hacia la oficina paro en el semáforo que esta por la Avenida Caracas, una señora vende unos pasteles con jugo de naranja muy sabrosos, siempre le compro dos servicios para llevar, siempre me los tiene listo y solo paso y le cancelo y sigo con mi camino. Cuatro cuadras antes de llegar a la clínica, a un costado de una panadería esta Juan Andrés, un niño de catorce años que trabaja como embolador de zapatos, siempre desayuno con él, a él le llevo el pastel y el jugo de naranja. Mientras desayunamos repasamos las clases de un francés no muy fluido que le doy a diario. Es un joven inteligente y muy trabajador, ha aprendido bien las lecciones y ya ha puesto en práctica su nueva lengua. Un día me contó que había tenido la oportunidad de lustrarle los zapatos a un francés, pudo entender su idioma y el extranjero también lo entendió a él, eso lo llenó de orgullo y lo motivó a seguir aprendiendo de mis lecciones. Luego sigo hasta la clínica, dejo mi bicicleta en el parqueadero que está destinado para mi Porsche.  

 
Aunque contamos con una cafetería prefiero del almuerzo de Don Panchito, el jardinero. Ya un señor de sesenta años que lleva años trabajando con la fundación. Su esposa se prepara los mejores almuerzos, a medio día siempre llega a mi oficina.  
-Buenas tardes jefe ¿Puedo entrar? –dice Don Panchito, puedo sentir los años en su voz. 


-Eso depende de lo que traigas- Le respondo en forma de juego.  
-Especialidad de la casa, es todo una sorpresa, pero si usted quiere me puedo devolver y vendré otro día- Como dejar que se vaya, si todo lo que traiga me gusta. Su esposa ha conquistado mi corazón por medio de sus comidas. Ahora entiendo como Don Panchito habla de amores de su esposa. 


Se convirtió en mi acompañante de almuerzos. Hablamos de todo, de lo más mínimo hasta lo más grande, es una persona con mucha sabiduría y nobleza, ha pasado por momentos duros de su vida y también ha gozado de los buenos. Yo le tengo mucho aprecio y cariño, aunque no me recibe un peso por el almuerzo. A escondidas siempre hago llegar alimentos a su casa. El sospecha de que soy yo el que las envió, pero yo hago de cuenta que no sé de qué me está hablando. 


Terminada la jornada del día regresaba a mi casa en mi bicicleta. Muchas veces preparaba algo de cena, o compraba algo de la calle o pedía un domicilio. Aunque no soy una persona de comer pizza o hamburguesa, no lo hago porque me engorde o no, prefiero los calentados de la esposa de Don Panchito. Llevo años viviendo solo, desde niño me gustó mucho andar solo. Mi abuela siempre me decía que era mejor andar solo que mal acompañado. No porque fuera una persona antisocial como dicen de mis amistades y compañeros de trabajo. No he mantenido una relación con una mujer desde hace muchos años, aunque no voy a negar que de vez en cuando salgo con alguien pero son relación sin ningún compromiso. Tener una relación con alguien es bastante complicado, muchas veces creemos o deseamos tener una persona a nuestro lado para sentirnos acompañado, para compartir momentos. Hay una necesidad en las personas para sentirse queridas y amadas, de brindar amor y recibir. Ese sería lo ideal, de la misma forma que amas o quieres debería recibir, pero lastimosamente no es así. El amor o el gusto de alguien se pasan rápido. Dura más un helado en el desierto que el amor en estos tiempos. Me gusta mucho la tranquilidad, llegar a mi casa a descansar, hacer lo que me gusta. Algunas veces llevo trabajo de la clínica para la casa, otras veces salgo a caminar por el parque del condominio del apartamento donde vivo. Como también prendo la televisión veo algunas películas, pero lo algo de vez en cuando, no soy de ver mucha televisión. Prefiero el encanto de los libros, el que no haya leído un libro no sabe del mundo tan maravilloso que se pierde. Es como descubrir un lugar diferente por cada palabra, por cada línea escrita por su autor. Los libros y los cafés son como uno solo. Después del leer o tomar el primero no quieres parar, es una droga que se adentra a ti. Una droga que voy a querer consumir el resto de mi vida. Me quedo dormido hasta tarde de la noche, hasta que el ultimo gato consuele su sueño, desde mi ventana puedo ver que la única que no duerme es la ciudad. Se hacen relevos las luces, una se apaga y las otras se aprenden. Somos hormigas que trabajan día y noche sin parar. Cada una en diferentes turnos para seguir con el funcionamiento. La noche se hace fría, las estrellas engalanan el insomnio de los que no pueden dormir. Allá afuera en cada persona hay más problemas que el álgebra de Baldor, con la diferencia que estos nos vienes resueltos en la parte trasera del libro. Así termino mis noches, viviendo mi vida, sin mucho y ni más. Si mejor que la de otros, o peor. El dinero y ni el amor te hace diferente. Todos vivimos nuestro mundo y con momentos de depresión, insatisfechos porque tal vez no es la vida que escogimos, no es la vida que deseamos tener. Algunos terminaron trabajando en lo que más odiaron de niños, o sus planes no fueron llevados como lo pensaron. Pero hay que vivirla, con el despertar cada mañana, con el solo hecho de abrir nuestros ojos, ya es ganancia.




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