Esmeralda

Capítulo 4

Decidí volver a mi pueblo así como salí, empaqué unas cuantas cosas en un morral y tomé un taxi que me llevara hasta el aeropuerto. En la radio sonaba una canción de Carlos Gardel;

Volver con la frente marchita
Las nieves del tiempo platearon mi sien
Sentir que es un soplo la vida
Que veinte años no es nada
Que febril la mirada, errante en las sombras
Te busca y te nombra
Vivir con el alma aferrada
A un dulce recuerdo
Que lloro otra vez. Tengo miedo del encuentro
Con el pasado que vuelve
A enfrentarse con mi vida
Tengo miedo de las noches
Que pobladas de recuerdos
Encadenan mi soñar.

Una canción que ese instante eran las palabras precisas de lo que estaba sintiendo, si salir de mi pueblo a buscar mis sueños fue una decisión difícil volver también lo era. Ser el hombre que soy, me costó días de hambre y frio, de tristeza y llanto, de soledad y depresión. Fueron muchas los momentos que pensé en un suicidio, pero fueron más los motivos de vivir. El suicidio es perder la oportunidad, de que las cosas pueden cambiar en cualquier momento. Estoy convencido que el precio fue alto valió la pena tanto sacrificio.

Me gradúe de bachiller a mis dieciséis años, a los días partí a un futuro desconocido, en una bolsa negra de basura empaqué lo poco de mi ropa y las ilusiones de salir adelante. Como no tenía para los pasajes, mi vecino viajaba todos los jueves a la capital en su camión cargado de cerdos. El aceptó llevarme siempre en cuando tenía que ayudarlo durante el recorrido, yo acepté sin tener otra opción. Nunca podré olvidar esa mañana, una camiseta color naranja con mangas azules, un jean azul y tenis de color blanco que durante el viaje se volvieron amarillos, mi madre madrugó a preparar un café, que fue lo único que llevaba en mi barriga ese día. Mucha hambre, hambre de conquistar el mundo, hambre de darle un giro a mi vida y de cumplir mis sueños.

¿A dónde llegué y quién me recibió?

No lo creerán pero muchas veces pienso ¿Cómo pude sobrevivir a tanto? Que hay un ángel de la guardia que cuida de tus pasos. De que las oportunidades son pocas, son pocos los afortunados y lastimosamente las desaprovechan. En un mundo inconforme y mal distribuido, desde que nacemos estamos mal programados.

Soy el hijo único entre mi señora madre Agustina Garza Sorda y mi padre Amancio Urriaga Sandemetrio. De mi padre no podré contar mucho, nos dejó abandonados cuando yo tenía cuatro años de edad. No tengo ningún recuerdo, ni siquiera en un cumpleaños, muchos menos mi bautizo, mi primera comunión o mis grados de estudio. Tampoco un resentimiento con él. Mi madre como pudo trabajando en casa de familia me sacó adelante hasta donde pudo. Con mi padre mantengo contacto, no me considero ser una persona rencorosa, la vida es tan corta como para vivir odiando a alguien.

Desde el avión pude observar una gran parte de mi departamento, un sentimiento que no podía describir surgió una pregunta que rondaba en mi cabeza desde hacía un tiempo –“¿Por qué me fui por tanto tiempo y no volví?- Aquí está mi familia, mis amigos de infancia, de colegio, yo soy de aquí, mis raíces están aquí, nunca debí marcharme por tanto tiempo.”-

Hablar de mi tierra para mí es un orgullo, yo nací en una rivera del Arauca vibrador. Como diría un viejo pasaje de Héctor Paul Vanegas –El ánima de Santa Elena; “Es una ley del llanero darle la mano al que llega, el que está adentro se atiende y el que está afuera se apea y con gran algarabía se le abre la talanquera como si fuera un hermano de otras tierras vinieran…”

Visitar las tierras Araucanas era tener un contacto con lo que soy, de donde era, un contacto con la naturaleza, con los amaneceres y atardeceres que nos regalaban nuestra tierra llanera. No había reloj que controlaran el tiempo, escuchar el canto de un gallo en la madrugada y el bramido de las vacas en el momento de ordeño, el olor a la bosta del ganado, el dulce acorde de la infinidad de aves que habitaban en nuestras tierras.

Desde el cielo pude sentir el olor a cacao que produce Arauquita, el delicioso sabor del chocolate de esta tierra cacaotera. Siendo unos de los mejores cacao en el mundo. Al bajarme del avión pude escuchar las notas de un arpa, acompañados por un cuatro y unas maracas, la voz de un cantante criollo Sebastián Cadena entonando las canciones de nuestra inmensa llanura, de atardeceres y faenas.

Me sentía como un forastero que llegaba de visita. Olvidando que había una mujer que todos los días esperaba este momento. En la mesa de su casa siempre un puesto para cuando yo decidiera volver, pero con la convicción que uno siempre vuelve al lugar donde es feliz.

Decidí seguir mi camino, recogí mi maleta y un taxi me llevara hasta mi pueblo, que estaba a dos horas por tierra. Al entrar al pueblo un letrero que decía:

"Bienvenidos a La Esmeralda, tierra de La Esperanza".

Los inicios de La Esmeralda se dieron en los años 1968 a 1969, no hay una fecha exacta de su fundación, antes de llamarse así, se llamó Puerto Mosquera, el pueblo quedó al lado de Caño Jujú. Durante los primeros años fueron dos familias las que estuvieron perseverando y esperando que llegaran más personas para habitar el caserío. Fueron dos años difíciles, en algún momento pensaron en rendirse, en tomar sus pocas pertenencias y marcharse. En época de invierno, las aguas llegaban hasta la cintura de sus cuerpos, las serpientes salían de sus nidos y era como si ya fueran parte de la familia. Enfermedades provocadas por los mosquitos, otras como el paludismo. Los terrenos quedaban inundados en muchas ocasiones perdiéndose las primeras cosechas que se estaban dando. Fueron llegando más personas, algunos hombres solos, buscando ese rumbo que iniciaron desde la partida de sus tierras natales. Ya no eran dos familias las que estaban, cuando se dieron de cuenta eran quince los hogares conformados. Como no tenían el dinero para pagar mano de obra, se volvieron a los tiempos de nuestros antepasados, al famoso trueque. Cambiaban días de trabajo. Lo único con lo que contaban era con la mano de obra y con la materia prima que tenían por la naturaleza. Fueron algunos árboles las víctimas de las casas que se fueron construyendo.




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