Al día siguiente mi madre, madrugó para ir al mercado. Ella decía; -“El que madruga Dios le ayuda”-. Quería siempre encontrar las frutas y las verduras más frescas.
Me alistaba para salir, cuando por el espejo que está detrás de la puerta, vi que encima del ropero había una caja, una caja de recuerdos de mi juventud. La destapé y encontré un detalle que me regaló el tío Virgilio. Cuando cumplí siete años me obsequió una gorra de los New York Yankees. Según él, estuvo en un partido donde salieron campeones en el deporte de la pelota caliente. Un jugador se la regaló y él ahora me la obsequiaba a mí. Aunque con el tiempo, supe que la compró en el mercado del pueblo que estaba a treinta minutos. Para mí tenía mucho valor sentimental y recordaba mucho sus historias que contaba de su viaje a Norte América para impresionar a las mujeres. Puse la caja de nuevo sobre el ropero y abrí la puerta principal de mi hogar.
La casa de mi madre queda en el Barrio San José Obrero, en toda la mitad de la manzana. Al frente la cancha de fútbol del colegio José María Carbonell. Antes de ser colegio fue el primer cementerio de los tres que ha tenido La Esmeralda. Nunca entendí como un pueblo en cincuenta años de historia ha llegado a tener tres cementerios. Muchas veces pensé que pudo a ver sido por mala planeación o tal vez que sus comienzos no fueron tan bueno como se creía, tiempos ">Abracé a mi madre, lloramos juntos. Caminamos abrazados hasta la cocina, busqué en mi morral un calmante y se lo di a beber con agua de hierba buena. El cansancio y el dolor que sentía en su corazón la agotaron. El medicamento cumplió con su deber. Quedó en su cuarto dormida acostada sobre su cama, abrazando un retrato de Zeus, una foto que le tomaron en el medio del jardín de la casa al lado de unas flores de cayena color rosado.
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Editado: 29.05.2019