La reunión de padres a mediados de año llevó consigo una mala noticia para mi nota perfecta, mi trabajo cotidiano estaba por los suelos, tantos trabajos incompletos y el hecho de que me diera vergüenza responder todo por miedo a estar equivocado (aunque no fuese así) hacían que no tuviera participación en clase (otra estupidez) por suerte ya era amigo de Gabriel, en las reuniones mi mamá se hizo amiga de su mamá (no recuerdo su nombre así que me inventaré uno… Pedra, listo eso no se me olvida) Gabriel había copiado todo día de por medio, justo los días en lo que yo no lo hacía, o al menos casi era así, tuve que ir varios días a su casa para copiar lo de él y él de mí, un día hablamos de las que nos parecían bonitas
- Dígame, dígame, no sea miedoso – me dijo con un brillo de curiosidad en sus ojos
- No, no, primero usted – me daba vergüenza decir que me gustaba Alejandra
- A mí me gustan Alejandra y Daniela – los celos me invadieron en el instante que escuché “Alejandra”. – ya diga usted
- A mí me gusta Alejandra – dije secamente por mis celos
- Es que ella si es liiinda – dijo casi relamiéndose los labios
- Sí – dije odiándolo, pero intentando ocultarlo
- Ese pelo negro así todo lacio, los ojos cafés y con la cara toda linda – dijo una vez más con los ojos entre cerrados imaginándola
- Sí – dije otra vez molesto
- Pero no, me gusta más Daniela – nunca supe si lo dijo porque me vio molesto o si era de verdad, pero mejor lo ignoré y seguí con lo mío. – al gordo también le gusta Alejandra – me dijo con la mirada clavada en el cuaderno. – pero como ella pasa mucho con usted, por eso usted le cae mal – me quedé en blanco, todo lo que había pasado era por celos, incluso ahora me parece absurdo, yo era un nerd, nada más. – y más que a veces parece que usted le gusta – eso me hizo volver al instante
- ¿Por qué? – pregunté sonando más emocionado de lo que quería
- Porque ella lo abraza y siempre juega con usted – deseaba que fuese verdad, incluso imaginaba a ella diciéndome que le gustaba
Seguimos hablando de las clases y todo lo demás, al otro que había ahorcado también le hablaba, pero no tanto como a Gabriel. Mi deseo de que Alejandra me dijera que me amaba no se cumplió, pasó el curso lectivo y nunca me confesó su amor, incluso fui a la fiesta de fin de año para verla, solo verla, con eso me quedaba tranquilo imaginando todo mi futuro con ella, han pasado años desde ese día y aún recuerdo como vestía, un jeans ajustado azul, una blusa blanca con unos dibujos de árboles en negro, un sweater negro de tela delgada con un olor a mora no muy dulce, pero sí lo suficiente, aún viajo a ese día cuando llega a mí ese olor.
En mi segundo año Alejandra y yo estuvimos con la misma profesora, pero en diferente horario, ella iba en la mañana y yo en la tarde, odié eso, pero a la vez me agradó, ella me estaba gustando mucho y por alguna razón eso me daba miedo... (cuánta razón tenía) durante ese año el gordo y yo ya no teníamos razón para pelear, así que hicimos las pases, nos llevábamos bien, a mediados de año jugábamos futbol juntos, claro él era el portero, yo era el más rápido, algo que me hacía destacar, ahora entiendo que para ser “popular” a esa edad solo hay que ser “el más”, no importa en qué, o al menos casi no importa, yo era el de mejores notas, por lo tanto decían que yo era el más inteligente, además de ser el más rápido, correr rápido en ese tiempo sí que llamaba la atención, para el final de ese año ya yo era amigo de los que me hacían bullying, con el gordo me llevaba muy bien, él y Gabriel eran mis mejores amigos y sin duda Marisol era mi mejor amiga, la quería mucho a esa pequeña flaca con voz de susurro, aprobé el año sin mayor complicación, creo que me eximí en varias materias, fui a la fiesta de fin de año para ver a Alejandra, pero no la vi en ninguna parte.
Con el inicio del tercer año estaba mucho más tranquilo, me llevaba bien con todos, deseaba volver para bromear, jugar, hablar con Marisol, molestar a los demás (sí, me volví del callado, al que no se callaba) cuando llegué la profesora me dio un fuerte abrazo y me pidió que ingresara, yo ingresé tres días después del que se suponía que iniciaban las clases, me senté y saludé a todos, la profesora inició la clase después de cerrar la puerta, una clase aburrida de matemáticas como todas las demás, hasta que tocaron a la puerta, la profesora abrió la puerta y atendió al que estuviera afuera, yo me giré y empecé a hablar con Marisol, el ruido se apoderó del aula, todos hablando a la vez, la profesora cerró la puerta sin que yo me percatará, todos hicieron silencio, Marisol intentó advertirme con la mirada, pero yo no le entendí
- Fabián, la pizarra está aquí al frente – me dijo la profesora
- Sí, profe, perdón – dije avergonzado girándome, me quedé paralizado con lo que vi
Alejandra estaba sacando un cuaderno en la primera fila, dos asientos delante de mí estaba Alejandra ¡estábamos en la misma clase! ¡por fin la iba a ver todos los días! ¡podría decirle cuanto me gustaba! Ella se giró, me miró y me saludó con la mano, se sentó y miró hacia el frente, yo ni siquiera respondí a su saludo, solo la veía ahí sentada, ni siquiera me importó la clase, mi corazón latía con demasiada fuerza, me puse nervioso, todo el año, todos los días la iba a ver, después de un año deseando verla, ahora ella iba a estar ahí, no sé qué sucedió después, solo sé que todos se pusieron en pie y salieron del aula
- Vamos – me dijo Marisol sacándome del trance, bendita sea esa mujer, siempre me hacía volver de esas cosas
- ¿A dónde? – respondí como un imbécil
- Afuera, es el receso ¿o se va a quedar? – miré a Alejandra hablando con Gabriel en la entrada
- No – respondí, Gabriel y el gordo sabían que ella me gustaba, pero no sabían cuánto, de hecho, ni siquiera yo lo sabía
- Ay Fabi, me hizo falta el año pasado – me dijo Alejandra dándome un abrazo cariñoso, supongo que ella nunca supo cuánto desee decirle “a mí también por que la amo” en ese momento
- A mí también – dije sin devolverle el abrazo, no porque no quisiera, sino porque mi cuerpo no respondió
- Ay, que odioso, ni un abrazo le da – dijo Daniela bromeando
- No importa – dijo Alejandra. – vamos jugar
Yo los seguí… no, la seguí a ella, no sabía a donde iba, no sabía que iban a hacer, pero iba ella y eso me bastaba para ir a donde fuese.
Los días transcurrieron con la normalidad de la vida de un niño de 9 años, me llevaba bien con todo mi salón, las peleas habían quedado atrás, veía a la que me gustaba casi a diario, me despertaba rápido y en cuestión de un par de minutos estaba listo, ansioso por ir a clases y ver a Alejandra una vez más, a diario iba pensando cómo decirle que me gustaba, talvez una nota en papel, o pedirle a alguien que lo hiciera por mí, ¿de frente como un machito? No, descartado al instante, los nervios nunca me dejarían hacerlo, no podrías imaginar la enorme cantidad de veces que me imagine diciéndoselo, imaginaba que ella decía que también le gustaba y comenzaríamos una relación para el resto de nuestras vidas, pero después llegaba mi inseguridad, mis dudas y me decían ¿y si no le gustas a ella? ¿y si arruinas la relación que tienes con ella? ¿y si funciona, pero igual lo arruinas? ¿y si terminas sufriendo? ¡Agh! Eso último, vi a tantos sufrir por amor que me aterraba pasar por lo mismo, me daba tanto miedo sufrir como los demás lo hacían que para cuando caí en cuenta el año se iba a terminar y yo no había hecho nada más que ser su buen amigo, deseaba decirle todo, pero no pude, durante las vacaciones sabía que la volvería a ver al siguiente año, el cuarto año, la vería a ella, a mi primer y mejor amiga Marisol, a Gabriel para volver a hacer estupideces juntos, a todos, eso me llenaba de felicidad, aunque no tanto el hecho de despertar temprano.