—Alex… contesta tu teléfono, necesito dormir.
Escucho movimiento en la habitación mientras intento acomodarme mejor en la cama. Distingo a Alex saludando a su madre y ya casi estoy volviendo a dormirme cuando un golpe seco me hace saltar.
—¿Qué ahora?
Alexander está en el suelo, con el celular a un lado y una cara como si hubiera visto un fantasma. Corro hacia él.
—Ey, Alex, ¿qué pasó?
No responde. Solo me mira, nervioso, como si estuviera procesando una catástrofe. Así que agarro el teléfono y continúo la conversación.
—¿Hola? Soy Alexa, Alexander está un poco… indispuesto. ¿Qué ocurre? —pregunto, mientras le abanico la cara con la mano, intentando que reaccione.
—¿Alexa? —la voz de una mujer suena indignada, con ese tono que usan las madres cuando ya tienen un juicio completo en su cabeza—. ¿Qué le hiciste a mi hijo?
—¿Perdón? Señora, ¿qué le dijo usted para dejarlo así? —respondo, mientras Alexander se pasa las manos por el cabello, cada vez más desesperado.
—¡Que te casaste con él! ¡Quiero que vengan a las fiestas y me expliquen qué demonios fue eso!
¿Que yo… qué?
Ahora la que necesita aire soy yo.
El ron no me hubiera hecho esto.
Pero no, yo tenía que escoger el tequila, ¿verdad?