—¡La embarazaste! Seguro que está en cinta.
—Señora, no está embarazada. Si no despierta pronto, la llevaré al hospital.
Escucho voces a mi alrededor, lo que solo aumenta mi dolor de cabeza.
Y alguien sigue poniéndome algo picoso en la nariz. Es molesto. Mucho.
—Ey, Alexa, ¿puedes oírme?
Esa voz… ¿Alexander?
¿Por qué Alexander estaría…? Oh, cierto. La boda.
Tal vez, si me quedo con los ojos cerrados, dejen el tema.
—Ya fue mucho. La llevaré al hospital —murmura Alexander.
Bien. Con él podré salir de aquí.
—Iré contigo. Es mi niña.
Ay no. Papá. Por favor, no me hagas esto.
Siento que me levantan. Espera… ¿cuándo me acostaron?
En fin. Será mejor abrir los ojos.
—¡Ey! Despertaste. ¿Cómo estás, pecosa? —la voz suave de Alex me descoloca un poco.
Principalmente porque me está cargando.
Y mi rostro está demasiado cerca de su pecho.
Uno que, por cierto, late como si fuera a explotar. ¿Tendrá algún defecto cardíaco? No es normal ese ritmo.
—¿Tú estás bien? —murmuro, poniendo una mano en su pecho.
El corazón se siente desbocado bajo mi palma. No lo imaginé.
—Me diste un susto horrible. ¿Te golpeaste? ¿Sigues mareada?
Su respiración se calma un poco, y también su corazón. Pero su mirada verdosa sigue fija en mí, esperando una respuesta.
Solo entonces soy realmente consciente de que sigo en sus brazos.
Frente a mi familia.
Toda. Mi. Familia.
Puedo jurar que mis orejas acaban de ponerse rojas de vergüenza.
Intento bajarme, y Alex me ayuda con cuidado, aunque no me suelta del todo.
Sus manos siguen firmes en mi cintura, detrás de mí.
—Ay, hija… la sorpresa fue mucha, perdón. Queríamos celebrar que diste este paso tan bonito —dice mamá, con voz culpable.
Y me parte el corazón tener que decirle la verdad.
—Mamá… tenemos que hablar.
—¿Estás embarazada? ¡Ay, por Dios! ¡Voy a ser abuela! —grita.
Incluso papá sonríe un poco.
—¡No! ¡Dios, no! ¡No estoy embarazada! —mi grito parece decepcionarla.
Puedo escuchar a mi tía Susanne diciendo algo sobre “mis caderas” que prefiero ignorar.
—Es sobre Alexander y yo… ¿podemos hablar en privado? —mi voz tiembla, lo suficiente para poner a mamá en alerta.
Asiente y se dirige a mi habitación.
Alexander no me suelta hasta dejarme sentada en la cama.
Me guiña un ojo antes de salir con papá, dejándonos solas.
—¿Qué pasa, mi niña? —pregunta mamá, con esa mezcla de ternura y miedo que me hace querer desaparecer.