Eso que llaman...Amor

Capítulo 12. Discusión 

Pov. Alexa

El silencio que dejó papá fue casi insoportable.
Solo se escuchaba el sonido de mis pasos y el roce del cartón de las cajas que aún quedaban sin abrir. El aire olía a polvo y café tibio. Alexander estaba en la cocina revisando algo en su teléfono, con esa expresión tranquila que tanto me desespera.

—No me gustó para nada la manera en la que le hablaste a mi papá.

—Tu padre estaba siendo entrometido, Alexa.

—¡Él solo estaba intentando ayudar! No tenías que referirte a él en ese tono.

—Alexa, estás gritando, eso no es necesario —murmura, observándome. Aprieto los labios, molesta.

—Eres hija de Armando, y entiendo que quiera ayudarte, pero no puede ir al departamento de alguien más a dar opiniones u órdenes. Se supone que es nuestra casa —me explica con calma. Y, contrario a lo que quisiera, debo quedarme callada porque es cierto.

Aunque papá tiene las mejores intenciones, está interrumpiendo los deberes de mi supuesto esposo.
Y más allá de eso… moviendo cosas en un departamento ajeno. Qué vergüenza.

—Está bien, pero eso no explica lo que pasa entre tú y papá.

—¿A qué te refieres? —pregunta, levantando apenas la vista del teléfono.

Oh, no. Es lo que creía. Este sabe algo.

—No sé… a cómo te pusiste cuando mamá llamó. O a cómo evitaste mirarme después.

—Estás imaginando cosas, pecosa —responde con una sonrisa leve, esa que usa cuando quiere esquivar un tema.

—No me llames así cuando me mientes.

Alexander suspira y deja el teléfono sobre la encimera. Camina hacia mí con calma, pero sus hombros están tensos.

—No te estoy mintiendo. Solo creo que tu padre necesita espacio, eso es todo.

—¿Y tú cómo sabes eso? —digo, bajando un poco la voz.

Por un segundo, noto cómo su mandíbula se tensa. Luego simplemente se encoge de hombros.

—Porque también soy hijo, Alexa. A veces los padres prefieren no preocuparnos con ciertas cosas.

Quiero responderle, pero no encuentro las palabras. En lugar de eso, tomo una de las cajas y comienzo a sacar la ropa, solo para distraerme.
Él me observa en silencio. Y aunque no dice nada, lo siento más cerca.

Me alcanza las perchas sin que lo pida, me ayuda a colocar las cosas en el armario, y en un momento, nuestras manos se rozan.
El roce es apenas un segundo, pero mi piel se eriza como si hubiese sido mucho más.

—No tienes que quedarte si no quieres —murmura él, casi en un susurro.

—Ya acordamos esto, Alexander. No pienso salir corriendo.

—No hablo de eso —me mira directamente, y por primera vez en el día, no hay sarcasmo ni calma en su tono—. Hablo de quedarte aquí… conmigo.

Me quedo quieta, sosteniendo una camiseta entre las manos.

—Solo hasta resolver todo —respondo, pero su mirada me dice que no cree una sola palabra.

Después de eso, seguimos ordenando en silencio. Él me alcanza una manta; yo acomodo algunos libros en el estante. El reloj de la sala marca las cinco y media cuando ambos parecemos quedarnos sin energía.

—¿Quieres café? —pregunta finalmente.

—Sí, gracias.

Cuando se da vuelta hacia la cafetera, me quedo observándolo. Su espalda, su forma de moverse, la calma controlada en cada gesto.

Y me doy cuenta de algo: Alexander nunca actúa sin razón.
Si está evitando hablar, es porque algo lo obliga a hacerlo.

Y aunque una parte de mí quiere creerle, otra… empieza a sospechar que el secreto no solo es de mi padre.



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En el texto hay: amor en oficina, redessociales, romcom moderno

Editado: 28.10.2025

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