Pov. Alexa
La cama de Alexander no es incómoda.
Eso es lo primero que pienso mientras acomodo la almohada por tercera vez. Es grande, suave y huele a él, lo cual, sinceramente, no sé si me tranquiliza o me pone más nerviosa.
—Puedes tomar el lado que prefieras —dice con una calma irritante mientras deja el teléfono en la mesa de noche.
—No tengo preferencia —respondo, sentándome al borde de la cama.
—Entonces, toma el izquierdo. Siempre duermo del derecho.
—Perfecto —murmuro, aunque en realidad nada de esto es perfecto.
Ambos nos quedamos en silencio unos segundos. La habitación está oscura, salvo por la luz azul del reloj digital.
Escucho cómo se acomoda, cómo el colchón se hunde a su lado, y el sonido de su respiración tranquila. Yo, en cambio, no puedo dejar de moverme.
Media hora después, Alexander suspira.
—Alexa…
—¿Sí?
—Deja de dar vueltas, por favor.
—No puedo dormir —murmuro, frustrada.
—¿Por qué no?
—No lo sé, solo… no puedo.
Silencio.
Luego, su voz suena más cerca.
—¿Tienes frío? ¿Calor? ¿Te molesta algo?
Niego con la cabeza. Me muerdo el labio, dudo un momento y finalmente confieso:
—Es que… normalmente duermo con algo.
—¿Con algo? —replica, intentando sonar neutral.
—Un peluche —respondo bajito, casi avergonzada.
Alexander guarda silencio unos segundos antes de soltar una pequeña risa que me hace querer lanzarle la almohada.
—No te rías.
—No me río —dice, pero su voz lo traiciona.
—Sí lo haces.
—Está bien, está bien —cede al fin, sonriendo—. ¿Dónde está tu compañero de sueño?
—En una de las cajas, creo.
Ambos terminamos levantándonos. Él enciende la lámpara, y la habitación se llena de una luz cálida.
Yo comienzo a revisar una de las cajas junto a la pared, mientras él me pasa una taza de lápices, un suéter, un par de libros.
—¿Cómo se llama? —pregunta con genuina curiosidad.
—Osito.
—Muy original.
—No me molestes, Alexander.
—Perdón, perdón —dice entre risas, mientras abre otra caja—. Solo intento entender la urgencia de encontrar a Osito.
Después de unos minutos, lo encuentro, aplastado entre ropa y papeles. Lo saco y lo abrazo sin pensarlo.
Alexander me observa, divertido, con los brazos cruzados y esa sonrisa que parece disfrutar demasiado verme perder la compostura.
—Listo —murmuro, volviendo a la cama.
—¿Ahora sí podrás dormir?
—Sí. Gracias.
Apaga la lámpara, y el silencio vuelve a llenar el cuarto. Esta vez, me acomodo tranquila, abrazando a Osito y cerrando los ojos.
No sé cuánto tiempo pasa, pero cerca de las dos de la mañana, escucho un suspiro largo detrás de mí.
—¿Otra vez tú sin dormir? —pregunto medio dormida.
—No. Esta vez eres tú la que apagó el aire —responde su voz, baja y algo ronca.
Sonrío apenas.
—Hace frío, y además el ruido me distrae.
—Hace calor, Alexa. Mucho calor.
—Pues tápate menos.
No hay respuesta, solo un gemido ahogado de resignación.
Unos segundos después, escucho cómo se mueve y luego el silencio se impone de nuevo.
Abro los ojos apenas un poco.
Alexander está de lado, mirando hacia mí, con el cabello algo revuelto y la mandíbula relajada por el sueño.
Su respiración es pausada, pero puedo notar por el brillo en sus ojos que todavía no se ha dormido del todo.
Y aunque podría encender el aire otra vez, no lo hace.
Solo suspira, cierra los ojos y se rinde al calor.
Y así, entre el zumbido del ventilador apagado y el ritmo de su respiración, finalmente me quedo dormida.