Eso que llaman...Amor

Capítulo 15. Espacios compartidos

POV. Alexa

Siento algo molesto en la planta de los pies, algo que se mueve de manera insistente.

¿Será un insecto? ¡Iugh, qué asco!

Sin pensarlo dos veces, lanzo una patada para librarme de lo que sea que esté ahí, pero mi pie impacta contra algo duro y escucho un quejido. Alarmada, me incorporo tan rápido como puedo… solo para encontrar a Alexander en el suelo, sosteniéndose la nariz.

—¡Alex, perdón! Déjame ver…

—Vas a matarme un día de estos, Alexa —exclama con la voz nasal, quejumbroso.

—Ay, no seas bebé. Déjame ver.

Cuando me acerco, noto que la sangre le corre por la nariz sin parar.

—Tranquilo, levanta la cabeza y sostén esto. Buscaré hielo.

Le paso una de mis blusas —lo primero que tengo a mano— y corro a la cocina. Abro el congelador y, por supuesto, está casi vacío. Solo encuentro una bolsa de papas fritas frías. Así que vuelvo con eso; algo es algo.

Alex sigue casi igual que lo dejé, pero con la camisa manchada de sangre. Demasiada para un pequeño golpe.

—Por amor de Dios, ¿te duele mucho?

—No tanto.

—Déjame ver.

—¡Auh!

—¡Eres un mentiroso! Sí que te duele. Dame las llaves del carro, te llevaré al hospital.

—Eres pésima manejando, pecosa. — Exclama, y casi puedo jurar que el estupido sonrie.

—Ya lo sé. Solo dime dónde están las llaves.

—En la mesita de noche.

Busco las primeras pantuflas que encuentro y se las pongo a los pies, mientras agarro mi cartera rosa chillona (la que solo uso para fiestas). Meto las llaves del auto, mis documentos, los de Alex y un par de tarjetas de crédito.

—¿Puedes pararte?

—Sí.

Lo intenta, pero se tambalea. Paso su brazo sobre mis hombros y caminamos hasta el pasillo. Imagino que el escándalo despertó a medio edificio, porque una vecina pelinegra aparece en bata de dormir, con una taza de café en la mano.

—Amiga, ¿qué le hiciste? —pregunta divertida.

—Lo golpeé sin querer.

—A eso le llamo yo intensidad.

—Sí, ya verás cuando me encarcelen por golpear a mi esposo.

—¿Esposo? ¡Demonios! ¡William! ¡Ayúdame!

Un tipo —supongo que William— sale medio dormido y me ayuda a bajar a Alex, porque siendo sincera, aunque esté consciente, pesa como si tuviera plomo en los huesos. Ya en el carro, les agradezco y prometo retribuirles con una cena o algo por el estilo.

—Alex, cariño, ¿cómo estás? —pregunto preocupada mientras intento salir del parqueo sin rayar el auto.

Soy pésima en esto. Estoy hecha para ir de copiloto, no al volante.

—Solo un poco mareado. Maneja con cuidado.

—Que sí, tranquilo.

Pero, claro, tenía razón para preocuparse. A solo dos calles del hospital, una patrulla nos detiene.

—Señora, iba usted a exceso de velocidad —dice uno de los agentes.

—Necesito llegar al hospital, mi esposo está mal.

—Jefe, es cierto, está sangrando —responde el otro al ver a Alex.

—¿Joven, qué le pasó?

—Mi esposa me golpeó —murmura él, intentando sonar gracioso.

Los policías no lo captan.

Y así, sin entender cómo, termino escoltada hasta la estación mientras Alex, casi inconsciente, es llevado a emergencias.

En definitiva, el desastre parece tener una fijación conmigo.



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En el texto hay: amor en oficina, redessociales, romcom moderno

Editado: 28.10.2025

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