Esos celos rojos [lgbt]

Capítulo 7

Y de sueño en sueño, Samuel despertó en una nube. Una de algodón y azúcar, cálida y acogedora. Cabello rubio contra su nariz y enredado entre unos brazos morenos y fuertes. Abrió los ojos al nuevo día sabiendo… Sabiendo y no queriendo saber. Abrió los ojos al mundo con el cuerpo relajado y su nariz enterrada en un mar de cabellos indomables. Samuel se removió inquieto, notando como su brazo izquierdo hormigueaba de forma desagradable bajo el peso de Víctor. Este se había acurrucado contra su costado, sus dedos aferrados a la tela del hombro del pijama de Samuel y una de las piernas enredadas entre sus pies.

-Víctor -murmuró con sueño, sacudiendo la figura de su amigo-. Tu despertador.

Víctor gruñó algo ininteligible contra la piel sensible del cuello de Samuel y este tuvo que contenerse ante el estremecimiento que recorrió todo su cuerpo.

-Víctor, mi brazo necesita que te muevas.

-Samuel, aún no es de día.

-Son las siete y media. O eso dice tu móvil.

-Maldita sea.

Su nariz cosquilleó cuando Víctor movió la cabeza.

-Levántate.

Un largo suspiro y Víctor levantó la cabeza. Fue mala idea, pensó Samuel, porque aquellos ojos azules llenos de sueño estaban justo ahí, tan cerca… Cerró los ojos, evitando su mirada. Suspiró y dejó que una sonrisa estirase sus labios. Aquello, concluyó, se estaba retorciendo de forma extraña.

-Ni siquiera sé qué demonios estás haciendo en mi cama, Víctor.

-Anoche me dormí aquí.

-Sí, eso sí que lo sé. Lo que no sé es por qué decidiste que fuera aquí.

Víctor se encogió de hombros, y recostado contra Samuel como estaba, casi le tiró al suelo.

-¿No vas a levantarte?

-Sí. Solo un momento.

Pero Samuel no tenía un momento. El calor del cuerpo ajeno se estaba esparciendo entre las sábanas, generando agradables cosquillas por toda su piel. Aquella carne caliente envuelta en una camisa de algodón y unos pantalones anchos ocupaba demasiado hueco dentro de su espacio personal, y Samuel estaba jodidamente excitado. Al final lo empujó hacia un lado y se levantó de un salto, contento de que su camiseta fuera lo suficientemente larga.

-Si no vas a ducharte tú, entraré yo primero. También tengo clases.

-Ves. Prepararé el desayuno mientras tanto.

Samuel se quedó allí de pie unos momentos, confuso y confundido. ¿Qué demonios pasaba con Víctor? Le observó desperezarse como un gato satisfecho y Samuel pensó que ya había visto suficiente. Tardó unos quince minutos en ducharse y vestirse, y para cuando salió de su habitación, Víctor había colocado un plato lleno de tostadas sobre la mesa de la cocina. Le esperaba también una taza de chocolate.

-Eres el mejor -suspiró tomando la taza humeante.

-No te quemes.

-No lo haré.

Víctor también tenía chocolate para él, y Samuel le vio sonreír mientras se sentaba a su lado. No pudo evitar mirarle de más, preguntándose qué demonios estaba pasando con él. Al final Víctor terminó rápidamente su desayuno y se metió a duchar. Samuel no tenía clases hasta las diez, pero decidió ir antes a la universidad para aprovechar y pasar por la biblioteca.

Y uno no sabe lo pequeño que es el mundo hasta que realmente desea no encontrarse a alguien en él. Llevaba más de cuatro años en esa universidad, y por lo que sabía, aquella persona de mirada disgustada también. ¿Cómo era posible que jamás se hubiesen cruzado antes y ahora, en cuestión de dos semanas, se lo encontrase en todos sitios? Fue frente al mostrador, mientras esperaba ser atendido para tomar prestados dos libros sobre pedagogía.

-Disculpe, ¿dónde tengo que ir para realizar un préstamo externo?

Samuel se sobresaltó, volviéndose de golpe para encontrarse con la mirada arrogante de aquella persona.

-¡Tú!

Solo que él lo ignoró, y la sorpresa de Samuel pronto dio paso al enfado.

-Idiota.

Por suerte, la bibliotecaria apareció con sus libros, y pronto pudo salir del recinto sin tener que dirigir otra palabra al tal Héctor. ¿Cuál era su problema, de todos modos? ¿Realmente iba a tratarle así solo por haberle visto de la mano con otro chico? Samuel sabía que la gente intolerante estaba por todos lados, pero en aquel ambiente académico una actitud así estaba fuera de lugar. Iban a tener que trabajar juntos, por el amor de Dios. Más tarde, cuando le contó a Sergio sobre su mala suerte, este solo murmuró una obscenidad por lo bajo y cambió de tema.

-¿Entonces quedamos este sábado por la mañana? Tengo la reserva hecha para la noche y el desayuno.

Samuel se acaloró, y la imagen del rostro enfadado de Víctor apareció ante él.

-Sí, claro -respondió con una sonrisa. Estaban en una cafetería de la zona por donde Samuel vivía, y ni siquiera parpadeó cuando el rubio se inclinó sobre él para posar sus labios sobre los propios. Samuel había terminado por acostumbrarse a las muestras públicas de afecto. También a aquellas miradas ajenas indiscretas que en mayor o menor medida casi siempre iban acompañadas de reproche.




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