El invierno pasó entre bufandas de algodón y chocolates calientes. Entre nevadas y ensayos que se amontonaban sobre una mesa de madera. La primavera se dejó notar en marzo, con la subida de las temperaturas y el color verde asomándose tímidamente por el horizonte. Había días en los cuales Samuel simplemente salía de casa para perderse por los largos caminos del Retiro. Allí las estatuas parecían darle la bienvenida, y la gente que pasaba a su alrededor lo hacía sin percatarse siquiera de cuál era su estado de humor.
Porque, en ocasiones, Samuel necesitaba un respiro.
Pasó en febrero que los carnavales trajeron a la ciudad música y luces. Disfraces y alcohol. Y pasó, porque tenía que pasar, que Samuel se emborrachó entre sus amigos mientras se sentaban cerca de un local nocturno. Su móvil llevaba toda la noche sonando, pero él, simplemente, no quiso mirarlo. Porque sabía quién era, y no le apetecía enfrentarlo.
Días antes, Víctor había viajado hasta Extremadura para ver a sus padres, y a su regreso, las cosas parecieron ponerse tensas entre ellos. No fue nada extremo, ni tan siquiera reflejado en alguna pelea, era solo que incluso en la intimidad de su casa, aquel adonis rubio parecía rehuirle.
Cuando Samuel finalmente se cansó y lo encaró, Víctor le dijo que no pasaba nada. Que eran imaginaciones suyas, pero aquella noche durmió por primera vez en una cama solitaria, envuelto en sábanas que le parecieron montículos de hielo y sal.
A la mañana siguiente quiso ignorarlo, dolido como estaba, pero Víctor, después de hacer un copioso desayuno, lo abrazó contra la mesa de la cocina hasta que ambos terminaron tirados sobre las frías baldosas del suelo. Y mientras Samuel murmuraba cosas sin sentido a las luces fluorescentes, Víctor intentó absorberle el cerebro a través de su pene.
Días después, Samuel le habló sobre el carnaval. Sobre salir juntos disfrazados de alguna chorrada cualquiera. Víctor había sonreído entonces, pero sus ojos se mostraron evasivos.
-No creo que sea posible. Mi hermano vendrá de visita.
Y aquello lo decidió todo, porque esa misma tarde, Marcos apareció con sus sonrisas contagiosas y su buen humor, y Samuel tuvo que dormir de nuevo solo. Marcos, no obstante, era un soplo de aire fresco. Los miraba con ojos ilusionados mientras le contaba a Samuel las ganas que tenía de pasar allí los carnavales.
-¡Porque en el pueblo no hacemos nada!
Samuel había reído, asintiendo. Él comprendía, puesto que de dónde venía, pasaba exactamente lo mismo. Aquella noche, mientras Marcos se duchaba, Samuel cometió el terrible error de acercarse a Víctor para besarle. Pero pareciese ser que aquello era algún delito de lesa majestad, puesto que su pareja lo empujó, afortunadamente sobre el sillón, y salió corriendo. Literalmente corriendo. Samuel se quedó allí, mirando al techo mientras se preguntaba qué había hecho mal en aquella vida injusta.
Y eso les llevaba al presente. A un viernes de carnaval, disfrazado de PacMan, con un pulpo enorme dibujado sobre una cartulina roja que colgaba de su cuello a modo de poncho extraño. Horas antes, Marcos le dijo que si iba a salir con ellos. Víctor había quedado con sus amigos, y Samuel, estupefacto, se dio cuenta de que ni siquiera había contado con él. Como cosas feas, aquello se llevaba la palma. Enfadado, había contestado que no, que ya tenía planes.
Era mentira, por supuesto, pero María se apiadó de él y le invitó a participar en su disfraz colectivo junto a cinco de sus amigas. Víctor le había arrinconado contra la pared del recibidor antes de salir, disculpándose por cosas que ni él mismo llegaba a comprender. Pero Samuel estaba lo suficientemente dolido como para que aquello le importase una mierda.
-¿Estás bien?
Levantó la vista de su vaso de plástico para enfocar su mirada en aquella chica de cabellos pelirrojos que le contemplaba con ojos medio ebrios. Tenía una sonrisa bonita y un cuerpo redondeado.
-Sí, solo necesitaba algo de aire.
-Tu pulpo se ha roto un tentáculo.
Ante su mirada confusa, la chica rio, señalándole una de las esquinas de la cartulina. Efectivamente, uno de los tentáculos recortados se había rajado.
-Pobre.
-Sí, pobre. ¿Quieres compañía?
Samuel se encogió de hombros, porque, a decir verdad, le daba igual. Ella se sentó a su lado, su propio vaso bien agarrado entre dedos largos y finos.
-¿Tienes novia?
Levantando la cabeza, la miró sorprendido.
-¿Qué?
Ella se sonrojó, pero su mirada siguió fija en él.
-Si tienes novia.
-No -dijo, porque era verdad. Ni siquiera estaba seguro de tener novio.
-¿Querrías quedar algún día conmigo?
Samuel parpadeó. En sus muchos años de soltería, nunca se le había acercado una chica como ella. Guapa y resuelta. Una sonrisa triste estiró sus labios.
-Lo siento, no puedo.
-Oh. No pasa nada.
Ella miró hacia otro lado y él se sintió mal.
-Estoy viendo a alguien. Más o menos. -y porque él no era Víctor, añadió-. A un chico.