Espacio para Adam.

Capitulo catorce.

Mi lugar seguro.

—Sigo sin entender cómo terminaste en la casa de Melissa, como supiste que allí estaba.— Tomé asiento en uno de los bancos frente al instituto, ya habíamos llegado junto con Pierce por lo que no hice mas que pedir una explicación después de hablar de trivialidades todo el rato que llevábamos juntos.

Pierce cuando no tenía que admitir una derrota o callarse aunque no quiera era bastante interesante, no me obligaba a hablar si no quería y disfrutaba del silencio como yo. No lo corrí de mi lado porque no conozco el pueblo y caminar de noche solo no es lo mío, es decir, no es como si me fueran a secuestrar pero por si me pueden robar y mi teléfono es preciado. Así que me aproveche de su grata compañía.

—Éramos compañeros de clase, me lo crucé cuando se me dio por ir a comer después de que me dije a mi mismo que no vendrías mas. Me invitó a su casa después y acepte porque me comentó que su hermana había traído a un amigo a cenar, era obvio que eras tu.

—Que puto acosador de mierda.— fue lo único que me limite a decir. A Pierce parecía haberle dado gracia y se echó hacia atrás en la banca con una sonrisa en su rostro.

—¿Qué hacemos aquí, vamos a robar respuestas de exámenes como en las películas?— El desenfundo algo de su campera que no vi porque me enfocaba en escribirle a Shivangi que me viniese a buscar.

—Es mas que obvio que ninguno de nosotros necesita las respuestas de los exámenes.

—No sabia que estabas al pendiente de mi coeficiente intelectual. No puedo creer que con esa boca te atrevas a llamarme acosador.—La nicotina, arsénico, plomo y otras sustancias mas provenientes del humo de su cigarro invadieron mis fosas nasales y me hicieron alejarme un poco de Pierce, quien se había acercado, apoyando sus brazos sobre sus rodillas para hablar.

Él sonrió al percatarse de mi pequeña molestia y miró hacia otro lado para continuar fumando.

—Mis neuronas no tienen que hacer sinapsis para darme cuenta de que eres bueno en clases, aun así no entiendo porque te fuiste hoy.

—Quería estar contigo a solas. Se suponía que te darías cuenta pero eres mas centrado de lo que pensé.— Dejó caer su cigarrillo a un lado de su pie y luego lo piso, exhalo lo último del humo que mantenía retenido en su sistema por sus labios, directamente a mi y finalmente sonrió.

—Eso suena tan a qué interesante sería jugar a enamorar a un puto, digo, no es como si eso fuese posible porque estas del asco pero comienzas a estar tan presente en mi vida, ayudándome, revelando cosas que otros no saben y hablando tan melancólicamente que si yo fuese una chica estaría intentado conquistarte.

—¿Cuál es la diferencia entre que seas una chica o un chico?

—No lo se, tu dime, chico evidentemente heterosexual.— Pierce río, tranquilo, relajado, como si no le sorprendiera que ya esté al tanto de su orientación sexual, como si eso hubiese sido todo lo que esperaba de mí.

—Me descubriste.— El mantuvo una cálida sonrisa en su rostro, una la cual me recordó que nunca antes lo había notado, una sonrisa en la que jamás me había fijado, con tres pequeñas arrugas de expresión a los lados, que lo obligaban a tener otras dos a los lados de cada uno de sus ojos al ensancharla y que hacía que aquellos iris celestes se viesen pequeños, como si se alejaran, o como si fuesen lo único que quieres ver el resto de tu vida. Eran expresivos sin ser sobrecargados, reflejaban que, si no me equivocaba, era feliz. Pierce se sentía feliz y... quizás por la cercanía de su cuerpo, también tuve ganas de poder sonreír así. —Me descubriste— volvió a repetir, como si estuviese diciéndoselo mas para el que para mi. Asentía mientras lo hacía y eliminaba poco a poco aquella sonrisa que segundos atrás estaba ingiriendo como droga para mi cerebro, dejando una mucho mas pequeña, apenas existente pero presente para que también sea notada.

—¿Qué descubrí?— pregunte al percatarme de que la charla no iba hacia qué tipo de genitales el prefería.

—Qué quiero enamorarte, Adam.

Nos sumió el silencio, nos abrazo el viento, y las estrellas iluminaron la noche para que en ella podamos leer el mensaje que tenía para nosotros. Me pregunté si era el mismo para ambos pero aun así solo me centre en el mío:

Corre.

Me replantee la idea varias veces en mi cabeza. Llegue a la conclusión de que era estúpido e infantil teniendo en cuanta de que era una simple declaración.

Una que te pone los pelos de punta, pensé.

—Sabes que eso no es posible.— aclare luego de haber recuperado mi voz y de haber tenido el valor de levantarla. No era que me gustara Pierce, que me atraía ni nada por el estilo. Me asustaba el hecho de creerme las palabras de otras personas. Sinceramente, tardé mucho en entender que si no te ilusionas, no te decepcionas. 

Y, cuando lo veía a él, algo en mí decía que lo intentara; un yo de un universo paralelo se encontraba conmigo en un precipicio en mi mente y me empujaba para saltar. Pero yo no podía ver mas que eso: un precipitado precipicio. Encima tan, pero tan alto que no lograba ver el final... Entonces, ¿Qué habría si cayera?

Nada me aseguraba que iba a estar bien, que iba a llegar ileso, que iba a tocar la felicidad si saltaba; todo en el gritaba perdición, que me lastimaría, durante y después del trayecto de la cima al piso.

Quizás el no confiar no me aseguraba la felicidad pero si la seguridad, mi bienestar, el no volver a llorar por las noches en mi habitación.

Lo dude, pero llegue a la conclusión que lo mejor era no arriesgarme.

—Es verdad que no se lo ve posible, pero sé....— él tomó una pausa antes de hablar, como si estuviese pensando que era necesario para que tal tontería fuese posible.— que para que te enamores de mí, primero tienes que enamorarte de ti.— mis ojos se entrecierran hacia él, intentaban descubrir qué tramaba y Pierce me copio buscando que el ambiente no fuese tan pesado. Finalmente volvió a sonreír y recargo su espalda contra el banco.



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En el texto hay: parejas gays, autoaceptación, amor sutil

Editado: 21.02.2021

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