Especial Ángel Ciego. La Bella y el Namek

Demonios

El lugar era sombrío, Izbet lo sentía en su piel, como un frio que nada tenía que ver con la temperatura. Camino ayudándose con un bastón que le había regalado el hombre mayor.

— Anciano ¿Dónde está? — susurraba bajo la mujer.

Sintió roces y guiada por ese ruido llegó a una torre donde estaba el hombre mayor.

— Izbet, ayúdame para salir, pronto el monstruo volverá — estaba muy asustado.

— Espera — le costó un poco, pero con su fuerza sacó la puerta, y ayudada por el rescatado bajaron por las escaleras para huir.

Pero cuando llegaron a la puerta de entrada, alguien la cerró de golpe, atrás de ellos había un ser gigantesco.

— ¿Qué haces viejo? ¿Tratando de huir? No podrás escapar jamás de mí — la voz era muy profunda.

— Protégeme hija, eres muy fuerte.

El ser sonreía de lado, por la altura de donde se escuchó, Izbet se dio cuenta que era muy alto, al menos 2 metros o más.

— Déjalo en paz, abusivo — la ciega se puso frente al hombre mayor para protegerlo.

— No te metas donde no te llamaron, sino tú serás quien se quede en su lugar para recibir el castigo.

— No te tengo miedo, ANCIANO CORR... — antes que terminará la frase, ya el hombre había subido en Burro, el caballo, y desapareció en el bosque, ni las gracias le dio a su salvadora.

— JAJAJA que buen padre es.

— Cállate — se tiró a luchar, pero con tan mala suerte que se enredó en el borde del pantalón, ya que era muy grande para ella, entonces se lo rompió dejando sus piernas a la vista — ahora sí — pero la camiseta ahora no le dejaba lanzar los puñetazos, así que se la saco, quedó en peto. Entonces la pelea se desarrolló bien, pero luego de un rato el gigante le dio un golpe en la nuca, así la mujer cayó como una marioneta que le rompen los cables.

En ese momento aparecieron varios de sus súbditos, todos eran de piel verde, altos, y con antenas, la diferencia entre ellos, y quien luchó con la mujer, que era su príncipe, fue que el gobernante usaba un traje morado con cinturón rojo, los otros usaban ropa café.

— ¿Qué desea que hagamos con la mujer, señor, y con su padre?

— Ella tomará el lugar del anciano, déjenla en una mazmorra, y a ese cobarde no lo busquen, no voy a perder mi tiempo con esa sabandija, dejó a su hija a su suerte — se dio media vuelta y se fue a su cuarto.

— Señor, ya que esta mujer recibirá el castigo de su padre, le parece que la dejemos en una habitación más cómoda, ya que seguramente será su última noche con vida — le dijo su consejero, algo asustado.

El monarca se quedó quieto un rato y luego de un rato tomó su decisión.

— Está bien, haz eso, mañana temprano la quiero en el patio.

Cuando entre uno de los generales y el consejero llevaban a Izbet a una de las habitaciones de visitas, el primero estaba confundido porque el otro había intervenido.

— ¿Y si te hubiera mandado matar? Últimamente no anda de buen humor.

— ¿Recuerdas cuando la Hada Oscura lanzó la maldición sobre nuestro príncipe, y nosotros, sus lacayos?

— Nunca lo olvidaré... es que él no debió decirle que parecía una urraca.

—  Me interesa que recuerdes la condición para que se rompa el hechizo.

— Luego de verme convertido en un demonio, no preste mucha atención a lo demás.

— Dijo que para que el príncipe se convierta en un ser perfecto, y nosotros en quienes eramos él debe encontrar a alguien que pueda ver más allá de lo evidente, que no actué como los demás y que lo ame. Además, tendrá que hacer que ese ser se enamore de él. Esta mujer al ser ciega, no lo ve, además no le tiene miedo, estoy seguro que será quien romperá esa maldición, por eso la guíe a donde estaba encerrado el anciano. Él me contó sobre su hija.

— No lo sé, no es tan malo para mí ser un demonio, además ella tomará el lugar del anciano, seguro morirá.

— Tal vez te hayas acostumbrado, pero yo quiero volver a mi cuerpo anterior, y haré lo que sea para que eso pase.

— Pero no solo debe enamorarla, él también debe amarla, y sabemos que eso jamás pasara, lo intentó varias veces y nada... ¿Recuerdas la última que le trajiste?

— No me di cuenta que era una loca, decía que los ratones y los pájaros la ayudaban a vestirse, y a coser su ropa, se levantaba en la madrugada para limpiar todo el palacio, entiendo porque el príncipe la mando de vuelta con su madrastra.

— Y por eso decidió no traer a nadie más para romper el embrujo. Creo que ya le gusta su nuevo estado.

— Ahora entiendes porque no le dije mi plan con ella.

— Espero tengas razón, pero no creo que resulte. 

Al otro día el consejero estaba esperando que Izbet despertará.

— Diablos, como me duele la cabeza, parece que me hubiera tomado toda una botella de whisky sola.

— Buenos días, señorita.

Ella se puso en guardia, recordó que había luchado con un ser gigante que había en el lugar mientras el anciano que decía que la quería como a su hija, la había dejado abandonada a su suerte en ese lugar.

— ¿Quién eres y que quieres? — antes que le respondiera, se palpó el cuerpo, ahora tenía puesto un camisón — ¿Quién me cambio de ropa? — preguntó avergonzada.

— Fui yo... — antes que pudieras seguir, el hombre verde tuvo que esquivar todos los objetos que la mujer encontró cerca de ella.

— Eres un pervertido, desgraciado...

— Espere, no le quite la ropa interior, solo le puse encima el camisón, se lo juró.

Entonces Izbet se dio vuelta, se levantó el pijama, palpó para asegurarse que era verdad lo que decía el hombre.

— Disculpa, es que me ha pasado cada cosa en tan poco tiempo, que estoy muy nerviosa.

— ¿Cosas como qué? Si quiere conversar la escuchó. Si me permite la llevare al baño, hay una mesita con ropa para usted, luego debe ir a desayunar.

Así la mujer le contó, a través de la puerta, que no sabía quién era, que apareció en el mar, y sus demás aventuras.



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En el texto hay: princesas, humor amor, izbet

Editado: 18.01.2022

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