Especial Ángel Ciego. La Bella y el Namek

El Príncipe

— ¿Por qué lo dices? — preguntó Izbet curiosa.

— El anciano que nos hizo creer que era su padre, entró a robar las joyas del príncipe, cuando fue descubierto se le encerró, hoy debería dictarse su sentencia... podría ser la muerte... y como usted tomó el lugar del ladrón... ahora debemos bajar.

— ¿Y si no quiero? — dijo la mujer.

— Él puede venir y matarla.

— ¿Y si bajo me va a condenar a muerte?

— No lo creo, él no es tan malo como parece, incluso la está esperando para desayunar.

— No voy a bajar ni desayunar en su mesa si no viene a pedírmelo, y por favor.

— Pero...

— Si quiere matarme que lo haga, no le tengo miedo.

— No haga eso, él se molestará y de verdad puede decretar su ejecución.

— ¿Crees que le tengo miedo? — salió con su nuevo atuendo, un gi café con el cinturón celeste — si quiere que baje que venga.

Por más que el Consejero insistió no logró hacer cambiar de opinión a la mujer.

— No se va a enamorar de ella, sino que la matara — iba mascullando el hombre.

El príncipe está aburrido de esperar a la humana, en eso consejero llegó el consejero nervioso.

— ¿Y la prisionera? — preguntó conteniendo su ira.

— Ella... ella... no es nada del anciano... la recibió en su casa hace unos días...

— Además de ladrón, mentiroso ¿Le falta mucho para bajar?

— No quiere...

— ¿No quiere qué? — su furia se veía en sus ojos.

— No quiere venir ni desayunar con usted si no se lo pide... por favor — terminó agachando la cabeza para no ver la expresión del gobernante.

— Quién se ha creído que es — dijo luego de un momento en que su cara pasó del asombro, a la molestia, y término en furia — soy el que manda aquí, ella es mi prisionera, su vida depende de mi decisión... iba a darle la libertad... no debí pensar en ser tan benévolo — termino gritando, dio vuelta la mesa y se fue a la habitación de la mujer, cuando quiso entrar estaba cerrada con llave — sal ahora — gritó.

— No, gracias.

— Ahora dije — el tono calmado de la mujer lo exasperó — soy el príncipe, todos deben obedecerme — rompió la puerta de una patada.

Encontró a Izbet en medio del cuarto.

— Yo no soy de tu reino.

— Ahora veras — ella detuvo los primeros golpes, y pudo darle algunos.

— Que malvado, no se golpea a una dama.

— Aquí no hay ninguna dama, solo una rata que pronto morirá.

— Eres un amargado, te apuesto que no has tenido una cita en años.

— Eso no te importa — se acercó para tomarla del brazo, pero ella se tiró al suelo y rodó, logrando tirarlo al suelo.

— La rata te botó jajaja — gritó la mujer riéndose.

— Me las pagarás.

Unas horas después ella cayó sentada al piso, extenuada.

— Esta bien — la mujer levantó las manos, el principie quedó quieto en medio de una patada al ver como Izbet se reía — reconozco que me ganaste, luego de este ejercicio se me abrió el apetito, acepto ir a desayunar contigo, aunque no me lo pidas por favor, y ya luego si quieres mándame ejecutar.

Su oponente quedó como estatua, bajo la pierna lentamente, respirando agitado, la miró un rato, hasta que sonrió de lado.

— Declaró que tu castigo será entrenar conmigo todas las mañanas. Ahora anda a cambiarte, ya casi es hora de almorzar.

— Vaya forma de hacer que una dama se desvista... que despistada soy — se pegó con la mano en la cabeza — verdad que no soy una dama, soy una rata — dijo con una sonrisa.

El monarca rió con todas sus fuerzas, dejando a quienes los veían asombrados.

— Eres extraña, te espero para almorzar en una hora.

— Y eso que ya casi íbamos a almorzar, claro como ya desayunaste — trato de ubicarse para ir a su habitación.

— Permítame, la ayudo — dijo el consejero que había seguido la lucha — ¿Por qué no quiso ir cuando él se lo ordenó? — preguntó cuándo ella se estaba bañando de nuevo.

— No me gusta que me obliguen a hacer algo, eso es todo.

— Se arriesgó mucho, pudo matarla en el combate.

— Tuve suerte entonces — aunque ella se dio cuenta que él había controlado su fuerza al golpearla.

A partir de ese momento, luego del desayuno entrenaban, después él se iba a ver situaciones del reino, y ella se quedaba en su habitación, ya que seguía siendo su prisionera. El consejero se hacía un tiempo en las tardes para conversar con la mujer, al principio era para tratar de descubrir algo que le ayudará a su plan, luego fue para que ella no se sintiera tan sola.

— Así que todavía extraña a los niños.

— Sí consejero, me gustaría saber que fue de ellos y poderlos ayudar. Fueron los únicos antes que tú que me trataron bien.

Unos días después el consejero le tenía una gran sorpresa a la mujer.

— ¿Qué pasa? Es muy temprano para entrenar.

— La esperan en el patio.

Cuando bajo se llevó una gran sorpresa.

— Izbet — gritó Trunks apenas vio a la mujer.

— Pequeño ¿Cómo estás? — lo abrazó muy fuerte, además de él, sintió muchos bracitos que la rodeaban.

— Todos estamos bien, nos invitaron para verte — estaban también Goten, Shu, Pilaf y Mai.

— Estaba muy preocupada por ustedes ¿Se quedarán aquí?

— No, ya estamos con nuestros padres, ahora son libres y nos encontraron, vivimos todos juntos, seguros, en un pueblo cerca de aquí.

— Me alegro, no hay mejor lugar para un niño que con los padres. Consejero ¿Pueden desayunar conmigo?

—  Por supuesto, por aquí —  cuando terminaron, aparecieron varios soldados que llevarían a los niños a sus hogares.

— Nos vemos Izbet, te vendremos a ver de vez en cuando — todos se despidieron y se fueron contentos a sus casas.

— Gracias consejero, me alegraste el día — le dio un abrazo muy fuerte.

— De nada, aunque... prometa que lo que le diré quedará entre nosotros — miró nervioso a todos lados.



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En el texto hay: princesas, humor amor, izbet

Editado: 18.01.2022

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