Ese mismo día, esperé hasta llegar a casa con mi madre para contarle lo sucedido. No quería preocuparla durante el camino, ya que se veía ilusionada en nuevos proyectos que tenía como el nuevo trabajo que había conseguido.
Lo primero que hice fue quitarme la maleta de encima y dejarla en mi habitación para luego salir hacia el comedor y devorar con ansias mi almuerzo. No es que hubiese tenido mucha hambre, pero vaya que me daba un poco de nervios y temor contarle a mi madre todo lo que había hecho, pues claramente dentro de toda la educación que me había implantado, nunca estuve dispuesta a terminar haciendo algo así, pero supuse que la situación lo ameritaba.
Cuando se lo conté a mi madre, se le calló de las manos el cucharón con el que me estaba sirviendo la sopa, y preguntó: "¿Nadie las vio?, ¿ningún profesor entró a separarlas?"
"No, mamá. Ya era hora de salida, los profesores estaban en la puerta para vigilar que nos fuéramos con nuestros padres."
"¿Crees que tu compañera hable con sus padres o con los profesores y acabe haciendo que te castiguen?"
"No lo creo" , respondí después de tragar saliva y parte de mi almuerzo, y añadí: "A ella se le hace muy difícil el contar las cosas, y más sabiendo que alguien la vio tan sensible o eso fue lo que me dijo".
"Pues que lástima, porque de los castigos nadie se salva, hija mía".
Me quedé helada y sin probar bocado en cuanto vi que mi madre iba hacia la cocina, y regresó con un cuchillo, el cual usaba para cortar toda clase de verduras y carnes; tan filoso como los dientes de sable de un tigre. Me levanté de mi asiento a penas pude reaccionar como era debido, y corrí por toda la casa sin voltear a ver esa faceta tan amenazadora de mi madre, quien me gritaba: "¡Todo tiene un precio, hija!, ¡si ella no puede hacer justicia por algo así, yo lo haré para darte la lección de tu vida!, ¡yo no voy a tener una hija tan maleducada!"
«No hay ningún lugar donde pueda ocultarme, la casa es pequeña y puede verme hasta en el mejor escondite» , pensé mientras no paraba de correr, aunque me estuviese cansando, pues la caminata desde el kinder hasta la casa ya me había agitado primero. Sentía los nervios de punta; estaba incluso más nerviosa que un estudiante haciendo la tarea a última hora, y esa misma sensación fue la que me hizo correr hasta la puerta, pero mi madre ya estaba demasiado cera de mí para ese momento, y no pude impedir que me alcanzara al jalarme bruscamente del cabello. Nunca había sentido tal dolor, pues mi madre no solía castigarme ni golpes, ni a palabras; obviamente era la primera vez que me había portado mal.
"Mamá, por favor, ni siquiera quise mentirte, sé que eso está mal y por eso no te mentí" , dije mientras trataba de quitar su mano de mi cabeza. El llanto por desesperación me ganó, puesto que ese filoso cuchillo brillaba con los rayos del sol, que entraban por la puerta que logré abrir. Por primera vez sentí ese cosquilleo nervioso que me recorría por todo el cuerpo, y hasta me hacía sudar.
Así fue como mi madre logró incrustarme el cuchillo... una y otra vez por todas las partes de mi cuerpo; mientras yo sentía cada acuchillada como si fueran los hincones de una aguja más grande que mi cuerpo.
"¡Tu falta de educación te ha llevado a este castigo!" , gritó mi madre al no parar de clavarme el cuchillo, y prosiguió: "¡Así es como las malcriadas deben pagar!, ¡así es como se trata a una niña que no sabe cerrar la boca cuando debe!, ¡así es como se trata a las agresivas!"
Con las pocas fuerzas y el poco aliento que me quedaba para hablar le contesté: "Por favor para y llévame al hospital, yo sé que tú no quisiste hacer esto. Soy tu más grande orgullo, y me arrepiento de lo que hice, por favor, perdóname. Prometo que le pediré perdón a mi compañera, pero sálvame de esta fea sensación, te lo suplico, mamá. No voy a decirle a nadie, nadie tiene por qué saber de esto"
"¡Por supuesto que nadie sabrá de esto, niña. A partir de ahora dejas de ser mi hija, y dejarás de hacer más injusticias con esa pequeña que no merecía más problemas de los que ya traía consigo" , dijo mi madre para acabar de matarme al enterrarme el cuchillo en la cara, y después en el corazón.
Ahí fue cuando sentí mi alma presente. Me vi desangrada en el suelo, y me todavía me seguía doliendo cada acuchillada, pero mis gritos no podían ser escuchados por alguna razón. No pude contener mis lágrimas al notar que mi madre ya no me veía siquiera, y no pude dejar de lamentarme por todo lo que había hecho. En serio me arrepentía por tanto daño... y mi madre me convenció de que lo merecía.
«Fue mi culpa, yo lo hice, estuvo mal... todo lo hice mal» , pensé sin poder controlar mi llanto; quería parar, pero no podía.
Después de que mi madre llevara mi cuerpo aun más adentro de la casa, se escucharon unos golpeteos en la puerta, los cuales llamaron la atención de mi madre; lo suficiente como para que la abriera.
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Editado: 15.12.2019