La música retumbaba en las paredes mientras las luces bailaban al ritmo de los beats.
Voces y risas se entremezclaban con el sonido grave del bajo. Algunos invitados bebían y conversaban animadamente cerca de la barra; otros se dejaban llevar por la música en la pista, moviéndose como si el tiempo no existiera. En medio de todo, él estaba allí. El DJ. Enmascarado. Silencioso. Desde su cabina, manejaba la atmósfera con precisión, como si cada mezcla estuviera diseñada para controlar las emociones del lugar. Nadie sabía quién era, pero eso no importaba. Su música lo decía todo.
La música seguía envolviendo el lugar, pero entre canción y canción, los murmullos aumentaban. Cerca del escenario, un grupo de chicas conversaba con entusiasmo, sin quitarle la vista de encima al DJ.
—Dicen que nadie ha visto su rostro —comentó una, con una sonrisa cómplice—. Que siempre usa la máscara, incluso fuera del escenario.
—Eso no es cierto —respondió otra—. Mi prima dice que lo vio una vez sin ella. Juro que dijo que es guapísimo.
—Ay, sí. Yo he querido verlo desde hace tiempo. ¿Te imaginas que fuera un famoso oculto o algo así?
Las risas se mezclaron con el siguiente beat, que cayó como una ola sobre el público. El DJ enmascarado ni se inmutó. Seguía concentrado, con los dedos sobre los controles, como si no escuchara nada… aunque quizás sí lo hacía.
Un aplauso resonó entre la multitud, y la gente lo siguió con entusiasmo.
—¡Un aplauso para DJ Specter! —gritó un hombre desde el micrófono, su voz amplificada por los altavoces. La multitud estalló en vítores y aplausos, algunos levantando las manos al aire en señal de agradecimiento.
—Y con ese fuerte aplauso, lo despedimos esta noche —continuó, su tono lleno de admiración, mientras la figura enmascarada levantaba una mano en señal de despedida. Sin pronunciar una palabra, DJ Specter salió del escenario, dejando atrás un rastro de misterio y de música que seguía vibrando en el aire.
La sala se llenó de murmullos y comentarios, pero él ya se había ido, desapareciendo entre las sombras, como si nunca hubiera estado allí.
El chico salió por la puerta trasera, respirando con alivio mientras sus pasos resonaban en el pasillo vacío. Se dirigió hacia su camper estacionado en el aparcamiento, su pequeño refugio donde podía finalmente descansar después de una noche llena de música y adrenalina. Estaba a punto de quitarse la máscara cuando, de repente, un ruido lo hizo detenerse en seco.
Un crujido, como si alguien hubiera pisado una rama o tropezado con algo. Se quedó inmóvil, escuchando en la oscuridad. Algo no estaba bien. No debería haber nadie allí. Nadie sabía que él usaba la salida trasera, y mucho menos que se dirigía a su camper.
Sus sentidos se agudizaron. El aire frío de la noche acariciaba su piel, pero él no sentía nada más que una creciente inquietud. De repente, una sombra se movió en la penumbra.
Alguien había entrado sin su permiso.
Justo cuando estaba por subir al camper, escuchó pasos apresurados detrás de él. Se giró instintivamente, y lo vio: un hombre, con el rostro parcialmente cubierto por una capucha, corriendo directo hacia él con el puño en alto.
—¡Maldito imbecil! —gritó el desconocido, lanzando un golpe con furia.
Él logró esquivarlo por apenas unos centímetros, pero el segundo ataque lo tomó por sorpresa. Un puñetazo certero le impactó en el estómago, haciéndolo doblarse hacia adelante con un gemido ahogado. Se llevó una mano al abdomen, sintiendo cómo el aire se le escapaba por la boca.
El atacante volvió a hablar entre dientes, con la voz llena de rabia:
—¡No vas a poder esconderte detrás de esa máscara para siempre! Algún día tu otra vida te va a alcanzar... ¡te lo juro!
Antes de que pudiera responder, el sonido lejano pero claro de una patrulla comenzó a acercarse. Las luces rojas y azules parpadearon entre los árboles del estacionamiento.
El hombre se detuvo en seco, miró a su alrededor y, sin decir más, echó a correr hacia la oscuridad, perdiéndose entre los autos estacionados.
DJ Specter se quedó allí, inclinado, respirando con dificultad mientras se sujetaba el abdomen. La máscara seguía intacta en su rostro, pero en su interior, todo se había desordenado. Ya no estaba solo. Y alguien había cruzado una línea peligrosa.
Finalmente, logró ponerse de pie, aún con el dolor ardiendo en el estómago. Lanzó una última mirada al lugar donde su atacante había desaparecido y, sin perder más tiempo, abrió la puerta del camper, subió de un salto y encendió el motor.
Con las sirenas acercándose y el cielo comenzando a teñirse de tonos anaranjados, condujo a toda marcha hacia la carretera, dejando atrás el bullicio, los murmullos, y el peligro... justo cuando el primer rayo de sol se asomaba en el horizonte.
No muy lejos del camino por donde acababa de perderse el camper de DJ Specter, en un pequeño apartamento en el tercer piso de un edificio con fachada desgastada, una chica se levantaba con el sonido insistente de su despertador.
Saltó de la cama con pasos apresurados, maldiciendo en voz baja por haberse quedado dormida otra vez. Se movía por la habitación como un torbellino: recogiendo su cabello en una coleta desordenada, buscando el otro zapato debajo del sofá, y metiendo una tostada fría en su mochila en lugar de desayunar.
Cuando por fin estuvo lista, cerró la puerta tras de sí y bajó las escaleras a toda prisa. Aún no sabía que esa mañana —como cualquier otra— estaba a punto de empujarla hacia algo que cambiaría su vida por completo.
En un elegante hotel del centro, donde las lámparas colgaban como joyas y las paredes olían a limpieza y dinero, el caos se ocultaba detrás de la puerta de la cocina principal.
—¡Quiero ese buffet listo antes del mediodía! —gritó el chef, agitando un cucharón como si fuera un cetro de guerra—. ¡Hoy vienen empresarios importantes, y no acepto errores!