Era de noche. Gwen volvía a casa después de un turno agotador. Las calles estaban casi vacías y el eco de sus pasos parecía acompañarla. Se detuvo frente a una tienda cerrada, buscando las llaves en su mochila, cuando un sonido seco —como algo cayendo— la hizo girar.
Desde el callejón contiguo, vio dos siluetas forcejeando. Uno de ellos intentaba huir, pero el otro lo tenía arrinconado contra la pared.
—¡Muéstrales quién eres! ¡Voy a arrancarte esa maldita máscara! —gritó el agresor.
Gwen se quedó paralizada, observando desde la sombra, esperando no haber sido vista.
—¿Quien anda ahí? ¡Llamaré a la policía!— gritó de pronto una voz desde una ventana alta.
El agresor se sobresaltó, soltó al otro y huyó sin mirar atrás. Gwen se volvió hacia el callejón. La figura encapuchada seguía allí, en el suelo, respirando con dificultad. No se había dado cuenta de su presencia.
Entonces se quitó la máscara para tomar aire, y ella dio un paso instintivo hacia él.
—¿Estás bien? —preguntó, su voz temblando de sorpresa.
Él intentó girarse y alejarse, pero ella corrió hacia él, alarmada al ver sangre en su ropa.
—Necesitas ir a un hospital, estás herido —dijo, inclinándose para ayudarlo.
Cruzaron miradas por primera vez. Sus ojos eran más tristes que los que ella hubiera imaginado en una estrella tan admirada.
A pesar de los golpes que marcaban su rostro, Gwen pudo notar algo en él. No era solo la forma de sus rasgos definidos o su piel tan pálida como la nieve; había una belleza silenciosa, casi fuera de lugar para alguien tirado en un callejón. Pero no se exaltó. Lo observó con cautela, con la misma mirada con la que uno intenta descifrar un misterio más que socorrer a un herido. Era extraño: más que compasión, lo que sintió fue curiosidad.
—Estoy bien —murmuró él, incorporándose con esfuerzo.
Y entonces, Gwen reconoció lo que el sostenía en su mano: la máscara negra con detalles dorados. Esa forma. Ese diseño. No podía ser.
—¿Eres tú? —susurró—. ¿Eres DJ Specter?
Él la miró en silencio, con una mezcla de desesperación y súplica.
—No puedes decirle a nadie lo que viste —le dijo.
Ella asintió, aún sin entender del todo, mientras él, tambaleándose, se alejaba por la calle desierta
Gwen se quedó quieta unos instantes, sin saber qué pensar. Todo había sido tan rápido, tan extraño… ¿real?
Se llevó una mano a la frente y se golpeó suavemente, murmurando para sí:
—¿Qué se supone que acabo de hacer? ¿Estás loca? ¡Pudo haber sido peligrosísimo!
El corazón aún le latía con fuerza. La adrenalina no bajaba. Caminó en silencio hasta su casa, tratando de darle sentido a todo… pero no había forma.
Solo sabía una cosa: desde esa noche, nada volvería a ser igual.
Esa misma noche, lejos del callejón, en una bodega iluminada apenas por un par de focos colgantes, el agresor llegó agitado, con el rostro aún rojo por la frustración.
Un hombre de traje oscuro y expresión fría lo esperaba, sentado tras una mesa improvisada llena de papeles y fotografías.
—¿Y bien? —preguntó el jefe, sin levantar la voz ni la mirada.
—Casi lo tengo, jefe. Estaba solo. Casi se me cae la máscara en las manos, pero… se escapó otra vez —dijo, escupiendo las palabras entre dientes—. No sé cómo, pero siempre se nos adelanta.
El jefe entrecerró los ojos, pensativo.
—Desenmascarar a Jayden no va a ser fácil —dijo por fin—. Pero lo lograremos. Alguien en esa ciudad debe saber quién es realmente. Y cuando lo sepamos, todo su imperio caerá.
—Jayden siempre fue rápido, pero hasta el mejor piloto termina chocando... Él me debe, y si no paga con dinero, pagará con su carrera. Nadie se burla de mí y sale ileso.
El agresor asintió, aunque no parecía del todo convencido.
—¿Y si la gente lo descubre… y aún así lo apoyan? ¿Y si su fama crece más por el escándalo?
El jefe suelta una carcajada seca, apaga el puro en un cenicero de vidrio y responde con tono calculador:
—Entonces con más razón tendrá de dónde sacar para pagar lo que me debe.
Al día siguiente, la luz del sol entraba perezosa por las cortinas cuando Gwen escuchó la puerta abrirse sin previo aviso.
—¡Traigo café! —canturreó Vicky mientras entraba con dos vasos humeantes y una sonrisa que solo anunciaba problemas o chismes.
Gwen, aún en pijama y envuelta en una manta, sonrió apenas.
—¿Qué quieres hacer hoy en tu día libre? —preguntó Vicky, dejando las bebidas en la mesa.
—No sé... dormir otra vez, tal vez.
Vicky rodó los ojos y se dejó caer en el sofá a su lado.
—¡Qué aburrida! Hoy DJ Specter prometió anunciar una nueva canción. No ha dicho nada aún, pero tengo las notificaciones activadas por si acaso.
Gwen bajó la mirada al vaso de café y murmuró, apenas audible:
—No creo que tenga tiempo... anda huyendo de malechores.
—¿Qué? —preguntó Vicky, alzando una ceja.
—Nada —respondió Gwen rápidamente, sorbiendo su café como si fuera lo más interesante del mundo.
Vicky la observó unos segundos, pero decidió no insistir. Gwen, en cambio, se revolvía por dentro. Sabía que no debía decir nada… pero tampoco se sentía en deuda con él. Después de todo, no lo conocía. ¿Por qué cargar con su secreto?
Y sin embargo… lo había prometido.
Vicky sonrió mientras tomaba un sorbo de su café, pero su celular comenzó a vibrar con insistencia. Al ver la pantalla, frunció el ceño.
—Ay no… —murmuró antes de contestar—. ¿Sí? ¿Otra vez? Está bien, voy en camino.
Colgó y miró a Gwen con una expresión de disculpa.
—Lo siento, al parecer el perrito de la señora Torres volvió a comerse algo que no debía. Tengo que ir a la veterinaria. Pero te veo más tarde, ¿sí?
Gwen asintió, fingiendo una sonrisa.
—Sí, claro. Ten cuidado.
Vicky se despidió con prisa, dejándola sola en el departamento. Gwen se recostó en el sillón, mirando al techo, con la mente todavía reviviendo la noche anterior… y esa mirada bajo la máscara.