Espectro de mi alma

Contra reloj

—Ya dije que voy a pagar, pero necesito tiempo —gruñó Jayden con el ceño fruncido, sujetando con fuerza el celular—. Dile a tus hombres que dejen de seguirme. Sé que son ellos los que intentan quitarme la máscara.

Un breve silencio del otro lado de la línea fue seguido por una risa seca y cortante.

—¿Y tú crees que tengo todo el tiempo del mundo para esperarte? —respondió el jefe con voz fría—. La paciencia se me agota, Jayden. La ciudad no duerme, y yo tampoco.
Aposté todo por ti en esa carrera porque eras el mejor… y me fallaste.

—¡No fue a propósito! —espetó Jayden, su voz cargada de rabia contenida—. El carro falló. Hice lo que pude, pero no pude evitarlo.

—¿Y por eso huiste? ¿Por eso te escondiste detrás de una maldita máscara? —lo interrumpió el jefe con tono cortante—. ¿Eso fue lo mejor que pudiste hacer?

Jayden apretó los dientes y bajó la mirada, como si pudiera ver su reflejo en el suelo.

—Fui un imbécil… creí que podía escapar. Pensé que si desaparecía todo se calmaría. Me equivoqué.

Jayden apretó la mandíbula. Sabía que su margen se achicaba, pero no podía rendirse. No ahora.

—El tiempo avanza, Jayden. Cada segundo que pasa es un segundo menos para ti. Ya lo sabes: o me devuelves mi dinero… o destruyo tu carrera como DJ Specter.

Jayden cerró los ojos un instante, sintiendo el peso de cada palabra. Sabía que no era una amenaza vacía. Si el jefe revelaba quién era realmente, todo lo que había construido se desmoronaría.

—Tú decides —concluyó el jefe, antes de cortar la llamada sin darle oportunidad de responder.

Jayden dejó caer el celular sobre la mesa con frustración. Su mundo se tambaleaba entre dos caminos igual de difíciles, y no sabía cuánto tiempo más podría sostener el equilibrio.

Jayden apretó los puños con fuerza y lanzó una patada a la mesa más cercana, haciendo que un par de latas vacías cayeran al suelo.

—¡Fui un idiota! —gritó con rabia—. ¡Un completo idiota por haber aceptado esa maldita carrera!

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Hace 2 años

El rugido de los motores llenaba el aire. Luces de neón, humo y gritos formaban parte del espectáculo. Era una noche más en el mundo clandestino de las carreras, y todos los ojos estaban puestos en el mismo auto: el 127. Dentro, Jayden ajustaba los guantes con confianza, el casco aún en sus manos.

—Solo haz lo que mejor sabes —le dijo un hombre con un fajo de billetes en la mano, mientras otros anotaban apuestas frenéticamente.

Jayden asintió con una media sonrisa. En ese entonces, era el rey indiscutible del asfalto.

Los semáforos improvisados marcaron la salida y los autos arrancaron como proyectiles. Jayden lideró desde el inicio, sintiendo el poder del motor bajo sus pies. Pero a mitad de la carrera, algo cambió.

Un extraño temblor.

El pedal respondió con lentitud.

El auto 127 perdió fuerza.

—¿Qué demonios…? —murmuró, chequeando el tablero, buscando luces de advertencia. Nada claro.

Uno a uno, los otros autos comenzaron a adelantarlo. Jayden presionaba el acelerador con desesperación, pero el vehículo no respondía. En las pantallas gigantes, el público vitoreaba mientras se anunciaba un nuevo ganador… y el nombre de Jayden ni siquiera aparecía entre los cinco primeros.

Su mirada se quedó fija en la línea de meta que nunca alcanzó como antes. En ese instante supo que algo más que una carrera se había roto.

Apenas salió del auto, Jayden se quitó el casco con frustración. Sus mecánicos se le acercaban confundidos, pero no tuvo tiempo de decir nada. Desde la oscuridad de un rincón del taller improvisado, alguien emergió con furia contenida.

¡PUM!

Un puñetazo directo al rostro lo tumbó al suelo. Jayden cayó de espaldas, aturdido. El sabor metálico de la sangre se mezclaba con la rabia y el desconcierto.

—¡¿Qué rayos pasó, Jayden?! —rugió una voz grave.

Era el jefe. Sus ojos estaban desbordados de ira y decepción.

Jayden intentó incorporarse, limpiándose la boca con el dorso de la mano.

—El auto falló… algo en el sistema eléctrico, no sé qué pasó, no pude—

—¡Cállate! —lo interrumpió, dándole una patada a una caja de herramientas cercana—. ¿Tienes idea de cuánto me hiciste perder esta noche?

Jayden bajó la mirada, sabiendo que no tenía excusas.

—Tú me debes, Jayden. Cada maldito centavo. Y te lo voy a cobrar. Con intereses.

Jayden tragó saliva. En ese momento, entendió que su vida acababa de cambiar. Que ya no era solo un piloto… ahora era una deuda con piernas.

Pasaron algunos días.
Los intentos de Jayden por encontrar una solución eran en vano. Las amenazas no cesaban, el dinero no aparecía y su mente era un caos constante. La presión era insoportable.

Una noche, con nada más que una mochila a la espalda y la ansiedad mordiéndole el pecho, decidió huir. Sin rumbo fijo, sin plan. Solo quería desaparecer.

Meses más tarde, su andar lo llevó por calles ajenas, barrios donde nadie conocía su rostro ni su historia. Fue entonces cuando, al doblar una esquina, un cartel captó su atención:

"Convocatoria abierta: Nuevos talentos musicales. Demuestra quién eres. Hazte escuchar."

Jayden se detuvo. Leyó el cartel una y otra vez.
Recordó cuánto le gustaba la música, cómo se perdía entre ritmos y sonidos en su habitación desde que era adolescente. Siempre había tenido oído. Siempre supo mezclar.

Pero no podía arriesgarse a ser reconocido.

Entonces lo entendió.
No necesitaba mostrar su rostro.
Solo su talento.

Y así nació DJ Specter.
Detrás de una máscara, con un nombre nuevo y una misión clara: dejar atrás el pasado... o al menos intentar sobrevivir a él.

Creyó que podría arreglarlo.
Que si regresaba y tenía éxito, podría pagar su deuda.
Pensó que el talento bastaría. Que si demostraba lo que valía, todo se solucionaría.

Pero estaba equivocado.

Nadie estaba contento con su regreso.
Ni el jefe. Ni los hombres que aún lo vigilaban desde las sombras.
La máscara no bastaba para esconderse. El éxito no bastaba para silenciarlos.




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