—Aquí está el penúltimo pago —dijo Jayden, colocando un sobre encima de la mesa con firmeza.
El jefe lo tomó sin apuro, como si no le importara en absoluto lo que contenía. Lo abrió, echó un vistazo rápido y levantó una ceja.
—Solo me falta la mitad de eso —respondió Jayden en tono seco.
—Lo sé… y no me gusta eso.
Mientras ponía el sobre a un lado y entrecerró los ojos. —¿Quién es la chica?
Jayden parpadeó. —¿Qué… chica?
—La que te prestó este dinero. Tiene bastante, ¿no? ¿Por qué no te dio el resto?
Jayden se quedó helado, su respiración se cortó por un instante. —¿Qué estás diciendo?
—No te hagas el tonto —gruñó el jefe, recostándose en la silla con una sonrisa venenosa—. Ya sé que no estás ganando lo suficiente con la música como para pagar esto tan rápido. Así que… ¿quién es? ¿Una novia rica? ¿Una fan ingenua?
Jayden apretó los puños, su mente girando. ¿Cómo lo sabían? ¿La estaban siguiendo también?
—No metas a nadie más en esto —dijo, su voz baja, amenazante.
El jefe rió suavemente. —Entonces asegúrate de que me pagues antes de que me interese más por ella que por ti.
Jayden se dio la vuelta y corrió con desesperación. Su corazón latía como un tambor dentro del pecho. Sabía que si el jefe ya hablaba de Gwen, las cosas podían salirse de control en cualquier momento.
Gwen caminaba tranquila por una calle no muy transitada, revisando su celular distraídamente. El aire fresco de la tarde la envolvía, y por un momento se permitió disfrutar de la calma... hasta que sintió una presencia a su lado.
—Te dije que no te aparezcas así —murmuró molesta, pensando que, como de costumbre, Jayden había vuelto a acercarse sin previo aviso, casi como si la vigilara.
Pero al voltear, su expresión cambió de inmediato.
—¿Quién eres? —preguntó, dando un paso atrás al ver que no era él.
—Así que eres amiga de Jayden —dijo un hombre de complexión media, con una sonrisa torcida y una voz rasposa que erizaba la piel—. Más vale que no te metas más en estos asuntos. No sabes el peligro que podrías correr… aunque —agregó, bajando el tono como si ofreciera una salida— todo se puede resolver con algo de dinero.
Gwen tragó saliva, retrocediendo un poco más, sintiendo cómo el pulso se le aceleraba. Pero antes de que pudiera responder o pedir ayuda, una mano firme jaló al hombre por detrás con brusquedad.
—¡No te acerques a ella! —gritó Jayden, su voz cargada de furia, justo antes de propinarle un puñetazo que lo mandó al suelo.
Gwen se quedó paralizada. Todo ocurrió tan rápido que apenas podía entenderlo. El hombre se reincorporó tambaleante, pero ya no estaban solos.
De las sombras surgieron más hombres. Dos… no, cuantro… todos vestidos de negro, con miradas frías y pasos decididos. Jayden apenas tuvo tiempo de mirar a Gwen.
—¡Corre! —gritó con todas sus fuerzas.
Pero ella no se movía. Su cuerpo no respondía.
Los hombres se abalanzaron sobre Jayden como una manada de lobos. Lo derribaron sin dificultad y comenzaron a golpearlo sin piedad. Sonaban los golpes secos, uno tras otro, como una pesadilla en tiempo real. Jayden intentaba cubrirse, pero eran demasiados.
—¡Ya basta! —gritó Gwen, con la voz quebrada, desesperada, pero nadie la escuchó.
Jayden, con el rostro ensangrentado y la respiración entrecortada, alzó la vista apenas un segundo. Solo para asegurarse de que ella siguiera a salvo.
Los hombres, al ver a Jayden casi inconsciente y tirado en el suelo, decidieron que era suficiente. Uno de ellos escupió al costado con desprecio, y otro murmuró algo como "ya aprendió la lección". Luego, como si hubieran recibido una señal invisible, todos se dieron la vuelta y desaparecieron en las sombras, corriendo por la calle vacía.
Gwen se arrodilló de inmediato junto a Jayden.
—¡Jayden!—dijo con voz temblorosa, dándole palmaditas suaves en la mejilla.
Él apenas pudo abrir los ojos. Tenía sangre en el rostro, un corte profundo en la ceja y el labio partido. Gwen sintió que el miedo le apretaba el pecho.
—Vamos, te sacaré de aquí.
Con un esfuerzo que no sabía que tenía, lo levantó como pudo, pasando su brazo por encima de sus hombros y sujetándolo por la cintura. Por suerte, su apartamento estaba a solo unas cuadras. Caminó lo más rápido que pudo, con el corazón acelerado, sin mirar atrás. Cada paso se sentía eterno.
Al llegar, lo acomodó en el sofá como pudo. Sus manos temblaban y el sudor frío le corría por la frente. No sabía si debía llamar a una ambulancia... pero algo la detuvo. Jayden se había metido en un problema, eso era evidente, y no quería exponerlo más.
Entonces pensó en su mejor opción.
Marcó de inmediato.
—¿Victoria? Necesito que vengas ya. No preguntes, solo tráete lo que usas en el consultorio… es una emergencia.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien? —preguntó su amiga al otro lado.
—No es para mí. Es... alguien más. Está muy mal. Confío en ti, por favor, ven.
Victoria dudó apenas unos segundos antes de responder con firmeza:
—Voy en camino.
Gwen colgó y miró a Jayden. Su respiración era lenta, pero seguía consciente. Le limpió el rostro con cuidado usando una toalla húmeda.
—¿Por qué te metiste en esto...? —susurró, más para ella que para él.
Y por primera vez, se dio cuenta de que ahora ya no era solo una ayuda puntual. Estaba completamente dentro de algo mucho más grande.
Victoria llegó apresurada, aún con su bata del consultorio veterinario, el cabello recogido de forma desordenada y la expresión cargada de urgencia. Apenas cruzó la puerta y vio a Jayden en el sofá, cubierto de golpes, ensangrentado y semiinconsciente, soltó un grito ahogado:
—¡Ay por Dios, Gwen! ¿Quién es él y qué le pasó?
—No puedo explicártelo ahora, Vicky… —dijo Gwen con la voz quebrada—. Solo… necesito que lo ayudes, por favor.
Victoria se arrodilló sin hacer más preguntas, sacando rápidamente su botiquín. Aunque no era doctora de humanos, había curado heridas peores en animales que otros daban por perdidos. Examinó los golpes, revisó su respiración y murmuró para sí misma: