Espectro de mi alma

Entre cafés y cicatrices

Gwen por fin despertó, sintiendo el cuello entumecido por haber dormido sentada. Parpadeó un par de veces y, al no ver a Jayden junto a ella, su cuerpo se tensó de inmediato.

—¿Jayden? —murmuró, poniéndose de pie con rapidez, el corazón acelerado por la incertidumbre.

Pero entonces escuchó un leve sonido de tazas y se asomó a la cocina. Allí estaba él, de pie, descalzo, con una camiseta de ella que apenas le quedaba y el rostro lleno de moretones... pero vivo. Estaba preparando algo torpemente.

—Buenos días —dijo él con voz suave, volteando a verla—. No sabía si tomas café o té, así que... estoy improvisando.

Gwen soltó un suspiro de alivio tan fuerte que casi pareció un lamento.

—¿Qué haces levantado? Apenas podías respirar anoche.

Jayden esbozó una media sonrisa mientras giraba con dificultad para servir el líquido en dos tazas.

—No quería que el primer desayuno que compartimos fuera en una sala con olor a alcohol para heridas —bromeó, pero su tono tenía una sinceridad que la desarmó.

Ella se acercó, cruzada de brazos, sin saber si reprenderlo o dejarlo continuar.

—Podrías haberte desmayado de nuevo, sabias. —La frase le salió más tierna de lo que quiso.

Jayden la miró por unos segundos, en silencio, como si buscara algo en su rostro. Finalmente le extendió una taza.

—Gracias… por no dejarme morir.

Gwen la tomó, y por un momento se quedaron en una pausa tranquila, bebiendo en silencio.

—No deberías seguir metido en eso —dijo ella finalmente.

Jayden bajó la mirada.
—Ya no tengo opción. Pero por ti… intentaré pensar diferente.

Gwen no supo qué responder.

Gwen bebió un sorbo del café, aún con la mirada fija en Jayden. Sus ojeras eran profundas, y aunque la hinchazón en su rostro había bajado un poco, cada golpe seguía marcado como un recordatorio de lo que había pasado.

Jayden apoyó su taza sobre la encimera con lentitud.
—He estado pensando… —dijo, con la voz más grave—. Lo mejor sería que no te quedes sola.

Gwen lo miró, frunciendo el ceño.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Crees que van a volver?

Jayden se acercó un poco, recargando una mano sobre la mesa, con evidente esfuerzo.

—No lo creo. Lo sé. Gwen… ya estás metida. Y aunque no fue tu intención, ahora formas parte de algo que no entiendes del todo. No puedo permitir que te pase algo por mi culpa.

Ella desvió la mirada, inquieta.
—Yo solo te ayudé con algo de dinero… eso no significa que esté involucrada.

—Ojalá fuera así de simple —dijo Jayden, con una seriedad que heló el ambiente—. Pero cuando alguien como él sabe tu nombre, sabe tu cara, y sabe que me ayudaste… ya no es cuestión de opciones. Es cuestión de tiempo.

Gwen sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Quién es él? ¿Qué es todo esto?

Jayden apretó los labios, como si las palabras pesaran demasiado.

—Es alguien que no olvida. Ni perdona. Alguien a quien no puedes decirle que no… sin pagar un precio.

—¿Y tú le dijiste que no?

Jayden bajó la mirada, la sombra de algo más oscuro asomando en su rostro.
—Le debo muchas cosas. Pero no todas son dinero.

El silencio se instaló unos segundos, espeso. Gwen dejó su taza en la mesa con firmeza.

—Entonces dime qué tengo que hacer. No me voy a ir escondiendo. No voy a vivir con miedo por alguien que ni siquiera conozco.

Jayden la miró con una mezcla de admiración y preocupación.

—Entonces lo mínimo que puedo hacer… es no dejarte sola.

Ella lo observó en silencio. No había promesas fáciles ahí, solo la realidad cruda de que algo más grande los rodeaba.

Y, aun así, por primera vez en días, Gwen no se sentía sola.

Se cruzó de brazos, decidida.
—No voy a vivir con miedo. Pero necesito entender. No puedes seguir dejándome a oscuras. Tienes que contarme.

Jayden cerró los ojos por un segundo. Luego, suspiró y asintió con lentitud.

—Está bien —dijo, con un tono más bajo—. Supongo que ya no puedo ocultarlo más.

Se sentó frente a ella, bajando la mirada mientras hablaba.

—Hace unos años… me metí en carreras clandestinas. Al principio fue por emoción, adrenalina, dinero fácil. Creí que tenía todo bajo control. Pero no era solo eso. Detrás de esas carreras había algo más: apuestas, deudas, amenazas. El jefe —ese del que te hablé— controla ese mundo. Y cuando ganas, te aplaude. Pero cuando le haces perder dinero… te marca.

Gwen lo escuchaba en silencio, cada palabra más pesada que la anterior.

—Le debía una suma enorme —continuó—. Me escondí por un tiempo. Cambié de ciudad, de nombre, de todo. Empecé a tocar en fiestas, en clubes, como DJ Specter. Era como… crear otra versión de mí, una que no tenía pasado. Pero nada de eso me mantuvo a salvo.

—¿Y ahora volvió a encontrarte? —preguntó Gwen, apenas en un susurro.

Jayden asintió.
—Sí. Me dio un tiempo para pagar. Por eso estoy haciendo lo que sea para reunir el dinero… pero con lo tuyo… —la miró—. Me metiste en más problemas de los que imaginaba. No porque no quisiera tu ayuda, sino porque ahora él piensa que tú también tienes una deuda.

Gwen sintió un nudo en el estómago.

—Entonces… ¿qué hacemos ahora?

Jayden se encogió de hombros, con los ojos sombríos.
—Yo lo enfrento. Pero tú… tú deberías alejarte.

—No. —La voz de Gwen fue firme, decidida—. Me metí sin querer, sí. Pero ahora no pienso dejarte solo en esto.

Jayden la miró, sorprendido por su determinación. Por un instante, no supo qué decir.

Gwen bajó la mirada, incómoda por su propia valentía repentina.
—Además… ya conocí tu peor versión —dijo, intentando suavizar el ambiente con una leve sonrisa—. No puedo abandonarte ahora.

Jayden rió, apenas un poco, pero en sus ojos había algo más que gratitud. Una mezcla de miedo y esperanza.

—Gracias —dijo finalmente, con sinceridad—. Pero esto solo se pondrá peor.

—Entonces empieza a confiar —respondió Gwen—. Porque si vamos a salir de esta… no lo harás solo.




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