Espectro de mi alma

Un instante eterno

El sol se filtraba tímidamente por la ventana del apartamento de Gwen, tiñendo el ambiente con una luz suave y tranquila. En el pequeño rincón donde solía dejar su bolso, su celular vibró. Era una llamada entrante: Vicky.

Gwen respondió mientras se ajustaba los zapatos.

—Hola… —dijo, aún algo agotada por la noche anterior.

—¡Por fin me contestas! ¿Estás bien? —preguntó Vicky con voz urgente pero cálida—. Anoche me dejaste con mil preguntas atravesadas en la garganta.

Gwen suspiró, caminando hacia la ventana. Afuera, todo parecía seguir como si nada.

—Sí, estoy bien… solo que fue una locura todo eso. Gracias por venir, Vic. No sabía a quién más llamar.

—Ya sabes que para ti siempre estaré —respondió Vicky—. Pero, Gwen… ¿quién es ese tipo? ¿Qué pasa realmente?

Hubo un breve silencio. Gwen miró hacia la sala donde estaba Jayden

—No puedo explicarte todo ahora. No porque no quiera, sino porque… aún no entiendo muchas cosas yo tampoco. Pero confía en mí, no estoy metida en algo malo —respondió en un susurro.

Vicky guardó silencio por unos segundos.

—Solo me importa que estés bien. Y si te metes en problemas, más te vale llevarme contigo —dijo en tono medio en broma, medio en serio.

Gwen sonrió.

—Lo sé. Y te juro que te lo explicaré todo cuando entienda qué está pasando. Solo… gracias por no hacer más preguntas anoche.

—A veces no hace falta preguntar para saber que no es el momento —dijo Vicky—. ¿Estás segura de que puedes ir a trabajar hoy?

—Sí, necesito un poco de normalidad. Y además… creo que estar lejos por unas horas me va a ayudar a pensar.

—Está bien. Pero cualquier cosa, me escribes. Y si ese tipo empieza a hacer tonterías me llamas y le caigo—añadió con tono burlón.

Gwen rió bajito.

—Te quiero, Vic.

—Yo también. Cuídate.

Cuando colgó, Gwen guardó el teléfono con más calma que al principio. Por más que el caos estuviera apenas comenzando, había algo reconfortante en saber que no estaba sola.

El cielo ya empezaba a oscurecer cuando Gwen abrió la puerta de su departamento. A pesar del cansancio acumulado del día, una sonrisa se le dibujó en el rostro al percibir el aroma que inundaba la sala.

—Huele muy bien... —dijo mientras dejaba las llaves sobre la mesita.

Jayden apareció desde la cocina, con un delantal que claramente no le pertenecía, pero que llevaba con una mezcla divertida de dignidad y torpeza.

—Llegaste —dijo, y le dedicó una pequeña sonrisa—. Preparé la cena… me pareció que era lo mínimo que podía hacer después de todo.

Gwen se acercó al comedor, donde ya estaba todo servido con cuidado. El ambiente se sentía diferente, como si hubieran dado un paso más sin decirlo.

—Y yo te traje algo también —añadió ella, sacando de su bolso una pequeña bolsa de papel—. No es gran cosa, pero... te compré algo de ropa. La mía no te queda tan bien —dijo entre risas, recordando cómo él había tomado prestado una de sus sudaderas anchas en la mañana.

Jayden recibió la bolsa con una mezcla de sorpresa y aprecio. Abrió un poco para mirar dentro, y luego la cerró con cuidado.

—Gracias… de verdad. —La miró directamente, con una expresión que no necesitaba muchas palabras—. No estoy acostumbrado a esto.

—¿A qué? —preguntó ella con una ceja levantada.

—A que alguien se preocupe por mí sin esperar nada a cambio.

Hubo un pequeño silencio, lleno de algo nuevo.

Después de la cena, Gwen se levantó con calma y empezó a recoger los platos, pero Jayden la detuvo.

—Déjame ayudarte.

—Tú cocinaste, yo limpio —respondió con una sonrisa firme.

Mientras lavaba los platos, él la observaba en silencio, como si intentara memorizar ese instante. Luego de unos minutos, Gwen secó sus manos y se giró hacia él con determinación.

—Ahora me toca a mí hacer algo más —dijo, caminando hacia el pequeño botiquín que tenía en la repisa—. Aún tienes algunas heridas que no han sanado del todo.

Jayden intentó protestar, pero ella ya estaba buscando el algodón y el desinfectante. Se sentó frente a él con todo listo.

—Vamos, no te pongas terco. No duele tanto —le dijo con dulzura, aunque sabía que sí dolía un poco.

Jayden suspiró, rendido ante su voluntad.

—Está bien... pero lo haces ver como si fuera tu deber.

—Tal vez no lo es —respondió mientras comenzaba a limpiar una herida en su ceja con cuidado—, pero lo hago porque quiero.

Jayden apretó la mandíbula un poco, no por el dolor, sino por lo que sentía dentro. Aquella chica, prácticamente una desconocida hace unos días, estaba haciendo por él más de lo que nadie había hecho en años.

—Gwen… haces demasiado por mí —dijo en voz baja, casi como un susurro.

Ella detuvo un momento sus movimientos y lo miró a los ojos.

—Y tú aún no entiendes cuánto vale la pena hacerlo.

No hubo más palabras. Solo el silencio compartido de dos personas que, sin darse cuenta, estaban empezando a sanar algo más que heridas físicas.

—Listo —dijo ella finalmente, guardando el último apósito en el botiquín.

Sus manos aún estaban cerca de su rostro cuando alzó la vista y se encontró con los ojos de Jayden. Por un instante, ninguno de los dos se movió. El silencio era denso, pero no incómodo. Era una pausa cargada de algo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar aún.

Se miraban. Sin palabras. Como si todo lo que habían vivido en los últimos días los hubiera conectado de una forma silenciosa y profunda.

Jayden tragó saliva. Estaba tan cerca de ella que podía sentir su respiración. Gwen no retrocedió. Sus ojos, grandes y sinceros, brillaban con una mezcla de ternura y algo más... algo que a él le resultaba peligrosamente reconfortante.

Una tensión extraña, pero linda, llenó el aire entre ellos.

—Gracias… por todo —murmuró él.

—No tienes que agradecerme —respondió ella, en voz baja—. Solo… recupérate.




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