Jayden salió entre empujones del club, esquivando luces, cuerpos y música como si todo eso fuera una barrera entre él y lo que realmente importaba.
El celular vibraba una y otra vez en su mano, cada intento de llamada a Gwen lo dejaba con el corazón más apretado, más desesperado.
Tomó una ruta secundaria, un camino que no muchos conocían.
Un acceso trasero, por donde solía encontrarse con el jefe.
Tal vez… solo tal vez, Gwen estaba ahí.
Tal vez lo esperaba.
Tal vez todo esto era una reacción exagerada de su mente acostumbrada a lo peor.
Corrió.
Sus botas golpeaban el pavimento con fuerza, el frío de la madrugada comenzaba a calarle la piel húmeda, pero él no se detenía.
Giró por una calle estrecha y luego otra.
Finalmente llegó…pero el lugar estaba vacío.
No solo vacío... desmantelado.
El viejo punto de encuentro había sido cerrado.
Sin señales, sin luces, sin autos.
Solo una puerta metálica sellada y grafitis viejos que ya nadie respetaba.
Jayden se quedó inmóvil un segundo, como si su mente se negara a procesarlo.
Pero lo entendía.
Ya se habían reubicado.
El protocolo de seguridad había cambiado.
Y eso solo podía significar una cosa:
Gwen no estaba ahí.
Y eso lo dejaba con la certeza que más temía:
Gwen estaba sola y en peligro.
Su pulso se disparó, el teléfono volvió a marcar por reflejo.
Nada.
Ni un tono.
Jayden apretó los dientes, su respiración temblaba.
Ya no era solo preocupación.
Era furia, era culpa, era miedo.
Victoria salió del lugar con el pulso acelerado, empujando la puerta del club como si al hacerlo pudiera abrir también el silencio del teléfono. Había intentado llamarla tres veces más desde que Jayden le habló, y en cada intento, la falta de respuesta le apretaba el pecho un poco más.
La noche era fría y la música quedaba atrás, amortiguada por las paredes gruesas del local. Pero lo que seguía resonando en su cabeza era la expresión de Jayden. Esa mezcla de urgencia, miedo y furia contenida… no era solo preocupación. Era algo más profundo. Algo que Vic no alcanzaba a entender, pero que le revolvía el estómago.
—Vamos, Gwen… contesta —murmuró con el celular pegado a la oreja, caminando de un lado a otro en la acera.
Marcó de nuevo.
Nada.
La llamada iba directo al buzón.
Miró alrededor, como si pudiera encontrar alguna pista entre la gente que aún salía del club, entre los taxis que iban y venían, entre los rostros que no le decían nada.
Jayden había salido sin dar más explicaciones, con pasos rápidos y una energía que helaba. Y aunque ella todavía no sabía toda la historia entre él y Gwen, había algo que sí sabía con certeza: esa mirada no era la de alguien a quien simplemente se le perdió una amiga en la fiesta.
Era otra cosa.
Y ahora Victoria no solo se sentía confundida… se sentía asustada. Porque Gwen no era de desaparecer así. Porque algo no cuadraba. Y porque, por primera vez en mucho tiempo, tenía ese presentimiento que a veces se disfraza de duda… pero que, en el fondo, es miedo real.
Victoria abrió la puerta del departamento con las manos temblorosas. Tenía la llave de repuesto que Gwen le había dado meses atrás “por si acaso”, y esta noche, ese “por si acaso” parecía convertirse en realidad.
Encendió una luz tenue del pasillo.
—¿Gwen? —llamó con voz alta, esperanzada, como si solo hubiera olvidado el celular, como si estuviera en la ducha o dormida.
Pero el silencio respondió.
Cada habitación estaba en orden, la taza en el fregadero seguía ahí, la manta doblada sobre el sofá, todo en su lugar.
Todo… excepto ella.
Victoria se dejó caer en una de las sillas de la cocina, con el celular aún pegado al oído, escuchando ese tono inútil que ya comenzaba a odiar.
Nada.
Golpes en la puerta la hicieron incorporarse de golpe.
Abrió con fuerza, lista para gritarle a Gwen por haberla hecho pasar semejante susto… pero no era Gwen.
Era él.
Jayden.
—¿Tú? —dijo ella sin ocultar su sorpresa, retrocediendo un paso—. ¿qué haces aquí?
Jayden no respondió de inmediato. Su rostro estaba cubierto por una mezcla de cansancio, tensión y algo más oscuro que Victoria no supo descifrar del todo.
—Vine por unas cosas pero ya que estas aquí necesito tu ayuda —dijo con voz grave, sin rodeos—. Me falta dinero para poder traerla de regreso.
Victoria lo miró sin entender.
—¿Qué estás diciendo? ¿Qué significa “traerla de regreso”? ¿Dónde está Gwen? ¿Quién realmente eres tú?
Jayden pasó una mano por su cabello, frustrado. No tenía tiempo para explicaciones, pero tampoco podía dejarla sin respuestas.
—Soy un ex corredor de carreras clandestinas que debe dinero—respondió—.
—¿que rayos? —espetó ella, dando un paso hacia él—. ¡Tú apareces de la nada, se convierte en tu enfermera personal y ahora está desaparecida! ¿Y vienes a pedirme plata?
—No tengo otra opción —murmuró él, bajando la mirada por primera vez—. No me responde. Sé que alguien la tiene. Y creo saber dónde podría estar. Pero necesito terminar el trato. Hoy.
Victoria lo miraba con incredulidad, pero también con un miedo creciente en el pecho.
—¿Qué trato? ¿Quién la tiene?
—Alguien que quiere usarla para llegar a mí —dijo él, con la mandíbula tensa—. Ella no debía estar en esto, Victoria. Yo la metí. Y ahora voy a sacarla.
Victoria parpadeó, en shock.
Jayden seguía ahí, firme. Con el celular en la mano, los ojos nublados de desesperación,
No lo dudo
Gwen estaba realmente en peligro.
—¿Cuánto necesitas? —preguntó ella finalmente y llevate mi auto dijo en voz baja.
Jayden alzó la vista, y por primera vez en toda la noche, dejó que un poco de esperanza se asomara en sus ojos.
Jayden había recorrido media ciudad con el motor rugiendo como si compartiera su ansiedad.
El GPS no servía esta vez.
Las señales eran ambiguas, los rumores vagos, y cada segundo que pasaba sin una pista lo hacía sentir como si Gwen estuviera más lejos… más en peligro.