Espectro de mi alma

Sin mascaras

Pasaron varios días desde que Gwen volvió.
La tensión no desapareció del todo, pero al menos ya no había cadenas, ni sótanos, ni amenazas veladas.
Solo un departamento pequeño, con ventanas abiertas, olor a café en las mañanas… y un silencio cargado de todo lo que aún no se decía.

Jayden no se quedaba quieto.
Iba y venía. Planeaba. Escribía cosas en una libreta vieja.
Y cada tanto, lo decía.

—Tengo que volver. Tengo que saldar esa deuda.

Gwen giraba desde la cocina, con los ojos encendidos por el miedo.
Siempre la misma respuesta.

—No, Jayden. No lo harás.

—Gwen…

—No lo harás —repetía ella con firmeza, dejando lo que tuviera en las manos—. No después de todo esto.

Él suspiraba, pasándose las manos por el rostro. La culpa seguía ahí, como una sombra persistente.

—No es por él —dijo sin mirarla—. Es por mí. Quiero cerrar esto. Pagar lo que debo y salir limpio de una vez.
—¿Y si no sales? —preguntó ella, su voz más baja, más rota—. ¿Y si no regresas?

Jayden levantó la mirada.
Gwen estaba frente a él, con los ojos brillantes, pero firme.
El miedo no la paralizaba, solo la hacía más protectora.

—No quiero que te pierdas por arreglar algo que ya no tiene arreglo. —Le tocó el pecho, justo sobre el corazón—. Tú vales más que esa deuda. Que esas carreras. Que todo ese mundo.

—Jayden… —dijo Gwen con voz suave, sentándose a su lado mientras él revisaba una lista de contactos con frustración en el celular—. Ya llegaron las regalías de las canciones.

Él la miró sin entender del todo.

—Las de este trimestre —aclaró ella—. Y también el adelanto de la disquera. Es suficiente.

Jayden frunció el ceño, como si no quisiera escuchar lo que venía.

—Envié el último cheque esta mañana —continuó Gwen, tomándolo de la mano—. Ya está cubierto. Todo. Solo tienes que dejarlo ir.

—Gwen…

—No —lo interrumpió, firme pero con ternura—. Prometiste que no volverías. No quiero verte otra vez en ese lugar. No por una deuda. No por orgullo. Mírame, Jayden… —sus ojos estaban cristalinos—. Envíe el dinero porque no quiero que te pase nada. Así que ya está.
Se acabó, no es necesario que vayas a la carrera

Él bajó la mirada, sintiendo el peso de su decisión sobre sus hombros. Pero también el alivio de saber que no estaba solo.

—Te salvaste tú… y ahora me toca salvarte a ti —susurró ella.

Él la tomó de la mano y asintió, pero no dijo nada.
Porque una parte de él seguía queriendo volver.
Porque a veces cerrar un capítulo no es tan fácil como dar media vuelta.

La miró en silencio. Las palabras de Gwen aún flotaban en el aire, suaves pero firmes, como un escudo que ella había levantado para protegerlo. Para protegerlos a ambos.

Él no respondió de inmediato. Solo la observó. Esa mirada suya —llena de decisión, de ternura, de miedo disfrazado de fuerza— lo desarmó por completo.

Entonces, sin pensarlo más, la tomó suavemente del rostro.

Sus dedos rozaron su piel con cuidado, como si temiera romper algo frágil, y sus ojos se encontraron en un silencio distinto al de todas las veces anteriores. Esta vez no había dudas. No había excusas.

Jayden se inclinó hacia ella, guiado por un impulso que ya no podía contener.

Y la besó.

Fue un beso lento, sincero, como una promesa silenciosa entre dos personas que ya habían pasado por demasiado. Un beso que decía gracias, lo siento, te elijo… todo al mismo tiempo.

Gwen no se apartó. Cerró los ojos y se dejó llevar, respondiendo con la misma necesidad que él. Como si, por fin, ese caos que los había rodeado estuviera en pausa, solo por un momento.

Solo para ellos dos.

Pero esa noche, mientras Gwen dormía recostada a su lado, con la respiración tranquila y un mechón de cabello en su mejilla…
Jayden dudó.
Por primera vez en días, de verdad dudó.

Porque ahora no solo debía pagar una deuda.
Ahora también tenía algo que perder.

A la mañana siguiente, Gwen despertó con la luz suave del sol colándose por la ventana.
Estiró el brazo por inercia, buscando a Jayden entre las sábanas tibias, pero solo encontró el vacío.
Frunció el ceño, aún medio dormida, y se incorporó lentamente.
El departamento estaba en silencio.

Fue entonces cuando lo vio.

En la mesita de noche, junto a la taza de té que ella había olvidado la noche anterior, había una pequeña nota escrita con la letra inconfundible de Jayden.
No era muy larga, pero cada palabra pesaba más de lo que decía.

> Fui a mi viejo departamento a buscar más ropa.
Regresaré cuando pueda.
Llámame antes de que salgas de casa.
Te quiero.

—Jay

Gwen se quedó un momento mirando el papel.
Su corazón latía con una inquietud silenciosa, como si algo no terminara de encajar.
No era la nota en sí. No el contenido.
Era el cuando pueda…
Era ese “te quiero” que sabía a despedida más que a costumbre.

Se levantó y fue hasta la ventana.
La ciudad seguía su curso allá afuera, ajena a su preocupación.

Tomó su celular con sus manos y marcó.

Gwen marcó el número respirando hondo antes de llevarse el teléfono al oído.
Sonó una, dos, tres veces… hasta que por fin escuchó la voz que tanto necesitaba oír.

—¿Hola?

—Hola, cielo —respondió ella con una sonrisa suave en los labios—. ¿Dormiste bien?

—Mejor después de ese beso —bromeó Jayden con voz somnolienta, aunque se notaba que ya estaba en movimiento.

—Quería avisarte que ya salgo para el hotel —dijo ella mientras se recogía el cabello frente al espejo—. Hoy llevo mi carta de renuncia.

Del otro lado hubo un breve silencio. Luego, él respondió más serio, pero con cariño:

—¿Estás segura?

—Sí —afirmó Gwen, segura de sus palabras—. Voy a quedarme trabajando con Victoria en la veterinaria. Está más cerca, y... no sé, siento que necesito empezar otra vez. Más tranquila.




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