La noche era clara, pero llena de estrellas.
Gwen y Jayden caminaban tomados de las manos, sin miedo ni preocupación. Solo ellos dos, con un peso menos encima.
No hablaban mucho. No hacía falta. El silencio entre ellos era cómodo, como una canción suave que no necesitaba letra.
Pasaron por un parque tranquilo, y Jayden tiró suavemente de su mano para guiarla hacia una banca. Se sentaron, aún de la mano, mirando el cielo abierto.
—¿Te das cuenta de que ya no estamos huyendo? —dijo Gwen, rompiendo el silencio con una voz suave, como si aún no se atreviera del todo a creerlo.
Jayden la miró y asintió.
—Sí… por primera vez en mucho tiempo, siento que puedo respirar. —Hizo una pausa—. Y tú eres parte de eso.
Gwen giró el rostro hacia él, sus ojos brillando con un reflejo de las estrellas.
—Yo no hice tanto, Jayden.
—¿Bromeas? —Él sonrió, pero su mirada era seria—. Hiciste más que nadie. Creí que no me quedaba nada. Ni futuro, ni redención… y luego apareciste tú, con tu carácter fuerte y esa forma de ver más allá de todo.
Ella bajó la mirada, pero él le levantó el mentón con delicadeza.
—No tienes idea de cuánto te amo, Gwen.
Gwen se quedó quieta. Lo miró con asombro, como si esas palabras fueran el regalo más inesperado de la noche.
—Jayden…
—No quiero esperar más para decirlo. No quiero dejarlo para después, como si pudiera perder esta oportunidad de nuevo.
Ella sonrió, con los ojos llenos de emoción.
—Yo también te amo —dijo en voz baja, pero firme—. Lo supe desde que te vi con esa herida en la ceja y aún así intentabas fingir que estabas bien. Supe que eras más que una máscara.
Jayden acercó su frente a la de ella.
—No soy perfecto.
—Yo tampoco. Pero contigo no quiero serlo. Quiero ser real.
Se quedaron así, con las frentes juntas, el corazón latiendo lento, seguro.
Y se besaron. No como antes. Esta vez fue un beso lleno de todo lo que no dijeron en medio del caos, del miedo, del misterio. Un beso que era comienzo, promesa, descanso y amor verdadero.
Esa noche no necesitaban más.
Solo palabras de amor.
Solo ellos dos.
Jayden la miró con ternura, aún tomándola de la mano, y luego suspiró profundamente.
—Gwen… sobre la carrera…
Ella bajó un poco la mirada, pero no soltó su mano. Se tomó un segundo para ordenar sus palabras antes de hablar con firmeza, aunque su voz era suave.
—Escucha… sé que no puedo prohibírtelo —comenzó, mirándolo a los ojos—. Sé que tienes las ganas de hacerlo, que es parte de ti, de lo que amas. Y no me voy a interponer en eso.
Jayden abrió la boca para responder, pero ella levantó un poco la mano, pidiéndole que la dejara terminar.
—Pero por favor… piénsalo bien. No tomes decisiones solo por el impulso. No arriesgues todo lo que has ganado por demostrar algo. Y sobre todo… —hizo una pequeña pausa, tragando saliva—, cuídate. Cuídate de verdad.
Jayden se quedó en silencio. No era una orden. No era una súplica. Era amor. En su forma más honesta y directa.
Él asintió lentamente.
—Te lo prometo. No haré nada sin pensar en ti primero.
Gwen sonrió apenas, pero sus ojos se llenaron de emoción.
—Eso me basta.
Jayden le dio un beso en la frente, y luego la abrazó como si no quisiera soltarla nunca.
En medio de la noche estrellada, entre confesiones y promesas, los dos entendieron que el amor no siempre necesita grandes gestos.
A veces, solo basta con saber que el otro estará ahí… incluso cuando los caminos se pongan difíciles.
Jayden decidió que iría a la carrera. En su departamento, se preparaba con calma, aunque sentía que esta vez no era solo una competencia más, sino algo personal que tenía que resolver. Ajustó cada detalle de su equipo, asegurándose de que todo estuviera perfecto.
Mientras tanto, Gwen se quedó en casa con Victoria, quien la apoyaba con una sonrisa tranquila.
—¿No vas a ir? —preguntó Victoria, mirándola con preocupación.
Gwen negó con la cabeza, apretando los labios.
—No puedo —respondió—. Quedarme aquí y no saber nada me dolería menos que ir y tener miedo todo el tiempo.
—Es una carrera clandestina— dijo, no habrá noticias en ningún lado y eso me mata igual.
Victoria asintió, entendiendo el dolor de Gwen, pero sin dejar de darle ánimo.
—Estoy contigo, lo que necesites.
En el área de carreras, Jayden terminó de prepararse. Ronald se le acercó y Jayden le habló con firmeza.
—Ya no te debo nada —dijo—, pero correré para enmendar la falla que cometí en el pasado.
Con un suspiro profundo, Jayden se puso los guantes y ajustó el casco. Por un instante, su mente se llenó con la imagen de Gwen, con la idea de volver a casa y no fallarle de nuevo.
Subió al auto y se acomodó, sus manos firmes sobre el volante.
—No puedo fallarte —se dijo a sí mismo—. Tengo que volver a casa.
El motor rugió cerca, anunciando que la carrera estaba por comenzar.
El motor del auto 127 rugió con fuerza mientras Jayden apretaba el volante con determinación. La pista estaba mojada por la reciente lluvia, lo que hacía que el asfalto brillara bajo las luces amarillentas. Los neumáticos chirriaban en las curvas cerradas, mientras el pulso de Jayden se aceleraba con cada giro.
La salida fue rápida y agresiva. Jayden sintió cómo el motor respondía a la perfección y logró tomar la delantera en la primera recta. Pero no duró mucho; un auto negro con franjas rojas, el número 45, se deslizó a su lado y lo rebasó con una maniobra arriesgada, rozando apenas el costado del 127.
—No tan rápido —murmuró Jayden, ajustando su postura y mirando por el espejo retrovisor.
En la segunda curva, Jayden frenó con precisión para no perder el control. Aprovechó el derrape controlado para recortar distancia y aceleró con todo el poder de su motor. El 127 volvió a colocarse al frente, esta vez por solo unos metros.