Pasaron dos días desde la carrera. Gwen había intentado mantenerse ocupada en la veterinaria, pero la ansiedad la acompañaba en cada rincón. No había tenido noticias claras, y aunque confiaba en Jayden, la incertidumbre la desgastaba. Victoria, como siempre, trataba de mantenerla enfocada, pero incluso ella miraba de reojo la puerta cada tanto.
Ya era tarde. Gwen estaba limpiando el mostrador y revisando las últimas cosas antes de cerrar cuando escuchó el suave sonido de las campanillas en la puerta.
—Disculpe, ya estamos cerrados —dijo sin mirar, su voz cansada pero amable.
Al voltear, se quedó completamente inmóvil.
Jayden estaba allí, de pie en la entrada con una enorme sonrisa, todavía con el cabello algo despeinado y una chaqueta que no reconocía, pero sus ojos brillaban como siempre.
—Te prometí que volvería —dijo, su voz cargada de ternura y alivio.
Gwen no lo pensó ni un segundo. Corrió hacia él y lo abrazó con fuerza, como si necesitara asegurarse de que era real. Luego, sin contenerse más, lo besó con la intensidad de todo lo que había contenido en esos días: el miedo, la espera, el amor.
—¡Estás aquí! —susurró contra sus labios, apenas separándose—. Pensé que…
—Lo sé —la interrumpió con suavidad—. Pero volví, Gwen. Estoy aquí, por ti.
Victoria observaba desde la trastienda con una sonrisa discreta, sabiendo que en ese instante no había nada más que decir.
Victoria asomó la cabeza desde la trastienda con una ceja levantada y una sonrisa apenas disimulada.
—Creo que ya no me necesitan aquí —dijo, cruzándose de brazos con picardía.
Gwen se separó un poco de Jayden, todavía tomada de su mano, y asintió con una media sonrisa.
—Yo cierro. Puedes irte tranquila.
—Perfecto. No hagan locuras… —bromeó Victoria mientras tomaba su bolso y salía, lanzándoles una mirada divertida antes de desaparecer por la puerta.
El sonido de las campanillas marcó su salida, y entonces el silencio se volvió más íntimo.
Jayden miró a Gwen, aún tomándola de la mano.
—Te extrañé —dijo, como si no hubieran pasado solo dos días, sino una eternidad.
Ella lo atrajo de nuevo hacia sí, apoyando la frente en su pecho.
—No vuelvas a hacerme pasar por algo así —susurró.
—No lo haré —respondió él, y esta vez lo dijo como una promesa que planeaba cumplir.
La noche era suya. El reencuentro también.
Jayden sonrió con complicidad, como si hubiera estado esperando ese momento todo el día.
—Te traje algo —dijo mientras se quitaba la mochila del hombro.
Gwen lo miró con sorpresa, sus ojos brillando.
—¿En serio? ¡Quiero verlo!
Ambos se sentaron en el pequeño sillón de espera, uno junto al otro. Jayden abrió con cuidado el cierre de su mochila y sacó una cajita negra, pequeña, perfectamente cuadrada. Tenía un lazo rosa diminuto en la parte superior, delicado, como si él mismo lo hubiera elegido con especial cuidado.
Gwen lo miró sin parpadear, conteniendo la respiración por la emoción.
—¿Puedo abrirla? —preguntó, con una sonrisa entre nerviosa y emocionada.
Jayden asintió con suavidad.
—Es tuya.
Ella tomó la cajita con delicadeza, como si fuera algo frágil. Soltó el lazo con cuidado y levantó la tapa.
Sus ojos se agrandaron al ver lo que había dentro.
Dentro, reposaba un collar plateado con un delicado dije en forma de corazón. En el centro del corazón, resaltaba una “J” con detalles sutiles, como grabada con intención.
Gwen se quedó en silencio unos segundos, conmovida. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero esta vez eran de ternura. Alzó la mirada hacia Jayden y sonrió, sincera.
—Es hermoso… —susurró—. Así sabré que siempre estas conmigo….
Jayden la miró, conmovido también. Ella se inclinó y lo besó con dulzura, como agradecimiento, como promesa.
En ese instante, el mundo se sintió en pausa. Como si el universo entero supiera que lo que había entre ellos ya no podía deshacerse tan fácilmente.
—Ven, te lo pondré —dijo Jayden con una sonrisa suave, tomando el collar entre sus dedos.
—¡Sí! —respondió Gwen, ilusionada como una niña. Se dio la vuelta y apartó el cabello hacia un lado mientras él se inclinaba para colocarle el collar.
Con manos cuidadosas, Jayden enganchó el broche, y el dije con la “J” en forma de corazón quedó justo sobre el centro de su pecho. Gwen sonrió mientras acariciaba el colgante con la yema de los dedos.
Entonces, sin moverse mucho, se recostó suavemente contra él, de espaldas, dejando que su cuerpo se fundiera en el suyo con total confianza. Jayden rodeó su cintura con los brazos, abrazándola.
—Gracias por este regalo… —susurró ella—. Pero no solo por el collar, sino por todo lo bonito que hemos vivido. Quiero que esto dure para siempre, que no se acabe nunca.
Jayden apoyó su mentón sobre su hombro, y sus palabras salieron con la firmeza de una promesa:
—Así será, Gwen. Te lo juro.
Hubo un momento de silencio, solo los latidos compartidos y el leve sonido del reloj colgado en la pared de la veterinaria.
—Algún día… —dijo él con voz baja, como un sueño compartido— podríamos irnos lejos. Tú y yo. Empezar desde cero en un lugar donde nadie sepa quiénes somos. Vivir tranquilos, sin secretos, sin miedo.
Gwen cerró los ojos con una pequeña sonrisa, como si ya pudiera imaginarlo.
—Me encantaría.
—¿Y cómo sería ese lugar? —preguntó ella, con un susurro que parecía flotar en el aire.
Jayden esbozó una sonrisa suave.
—Sería un lugar con mucha naturaleza… sin ruido de motores ni luces de neón. Árboles enormes, cielos despejados y un lago o un río cerca. Un lugar donde puedas sembrar tomates, zanahorias o lo que se te antoje, y luego cosecharlo tú misma. Comida fresca, días lentos… una vida sin prisas.
Ella giró un poco su cuerpo y apoyó la cabeza en su pecho, escuchando los latidos de su corazón. Esa calma era nueva. Era hermosa.