—¡Buenos días! —saludó Gwen con entusiasmo al entrar en la veterinaria, una pequeña caja entre sus manos—. Traje los postres del día, y no es por presumir… pero me lucí —añadió con una risa ligera.
Victoria, que estaba revisando una ficha médica en el mostrador, levantó la vista y sonrió.
—Ya estaba esperando a ver qué delicia traías hoy. A este paso, voy a terminar abandonando la medicina veterinaria por la repostería —bromeó, dejando los papeles a un lado.
—No me tientes —respondió Gwen—. Podríamos abrir una cafetería con rincón pet friendly, y listo, lo mejor de los dos mundos.
Ambas rieron mientras Victoria se acercaba para mirar dentro de la caja.
—¿Qué es esto? ¿Mousse de maracuyá con galleta de almendra?
—Y ralladura de limón. Lo soñé anoche —dijo Gwen con tono misterioso, como si fuera una bruja de los postres—. No preguntes cómo funciona mi cerebro.
—No lo haré —dijo Victoria divertida, tomando una cucharita—. Pero sí voy a probar esto antes de que algún cliente me interrumpa.
Tomó un bocado y su expresión se transformó de inmediato.
—¡Gwen! Esto está de otro nivel. ¿Qué le estás poniendo a estas cosas? ¿Magia?
—Amor, estrés y un toque de rebeldía —respondió ella entre risas.
Victoria la miró un momento en silencio, con una media sonrisa.
—Estás diferente. Más… ligera. ¿Tiene algo que ver con cierto chico de chaqueta negra y mascara dorada?
Gwen rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír.
—Puede ser. Un poco. Bastante.
—Ajá… —Victoria asintió—. Solo te voy a decir una cosa: no lo dejes escapar si de verdad te hace sonreír así.
La campanita sobre la puerta sonó suavemente. Un hombre joven entró con un pequeño gatito blanco en brazos, acurrucado como si aún tuviera sueño.
—¡Hola! —saludó Gwen con una sonrisa cálida—. ¿Chequeo de rutina?
—Sí, es Snow. Apenas tiene tres meses. Lo traje para su control y vacunas —dijo el chico con una mezcla de orgullo y nerviosismo.
—Bienvenido, Snow —dijo Gwen bajando la voz como si hablara con un bebé, estirando suavemente un dedo para acariciar al minino en la cabeza—. ¡Eres una ternura!
El gatito maulló casi como si respondiera y Gwen sonrió, indicándole al chico que pasara al consultorio.
—Victoria ya los atiende —dijo señalando la puerta—. Ella es la mejor doctora de animalitos que conozco.
—Gracias —respondió el chico, cruzando la puerta con el gatito entre brazos.
Gwen aprovechó el momento para acomodar con cuidado los postres del día en la pequeña vitrina de vidrio que tenían en la recepción. Los alineó uno por uno, asegurándose de que se vieran tan bonitos como sabrosos.
Sin darse cuenta, comenzó a tararear una melodía suave. No era una canción exacta… eran acordes sueltos que Jayden había tocado en la guitarra la noche anterior, o eso creía. Se le había quedado en la cabeza, sin pedir permiso.
El aroma dulce del mousse y la alegría silenciosa del momento la envolvieron.
Era un día más. Pero también era uno de esos días que se sienten… bien.
Victoria salió del consultorio con el cliente agradecido detrás y una hoja en la mano. El gatito, con una curita diminuta en la pata, asomó la cabeza por la manta mientras salían.
—Listo Snow, todo perfecto —le dijo con una sonrisa profesional.
Una vez el chico se marchó, Victoria volvió al mostrador y se inclinó un poco para ver los postres.
—¿Ese de frutos rojos es nuevo? Porque si me lo niego, mi conciencia no me dejará dormir.
—Ese es el primero que debes probar —dijo Gwen, entregándole uno con una servilleta decorada—. Me lucí, lo sé.
Victoria tomó el postre con una sonrisa y se sentó en la banqueta junto a la barra. Gwen se apoyó al otro lado, ya más relajada.
—¿Como vas con Jayden? —preguntó Victoria tras un bocado—
Gwen bajó la mirada por un momento, como si buscara palabras exactas.
—Hace unos días… Jayden volvió a su apartamento —dijo al fin—. Fue decisión de los dos. Yo le dije que se quedara, pero él sintió que era momento de volver a su espacio, aunque va casi todos los días a casa.
Victoria la observó con atención, sin interrumpirla.
—Y me siento… extraña —continuó Gwen—. Me acostumbré a tenerlo cerca, a esa rutina compartida. Pero también siento que así estamos mejor. Más… conscientes. Valoramos más los momentos, hablamos más, nos conocemos sin la prisa de la cercanía obligada.
Victoria asintió, pensativa.
—Suena a una relación sana. De esas que dan miedo porque uno se da cuenta de que es real.
Gwen sonrió de lado.
—Eso mismo. Es raro sentir tanto por alguien que llegó de una forma tan… poco común. Pero él me hace sentir segura. Como si finalmente estuviera donde debo estar.
—Entonces disfruta cada parte del proceso —dijo Victoria, tomando otro bocado de postre—.
El sonido de la puerta se abrió con un suave tintineo. Un pequeño grupo de personas entró, curiosos, sonriendo entre murmullos.
—¿Aquí es donde venden esos postres que parecen de revista? —preguntó una mujer, mientras miraba los estantes con ojos brillantes.
Gwen, sorprendida pero encantada, se apresuró a atenderlos con su mejor sonrisa.
—¡Bienvenidos! Pasen, pasen… hoy hay variedad: de frutas, chocolate, almendras… lo que quieran probar.
En pocos minutos, la vitrina comenzó a vaciarse. Algunos clientes se sentaron a disfrutar allí mismo, otros pedían para llevar. Gwen se movía ágil y feliz, repartiendo dulces, contestando preguntas y sonriendo de corazón.
Victoria la miraba desde el fondo con una sonrisa de orgullo. Cuando la pequeña multitud se fue, dejando un aire dulce en el ambiente y elogios flotando en la puerta, se acercó con los brazos cruzados.
—Estás hecha para esto —le dijo, dándole un suave empujón en el hombro.
—No puedo mentir… esto me llena el alma —respondió Gwen, todavía sonriendo mientras limpiaba el mostrador.