Gwen despertó con el cielo apenas clareando. La maleta estaba junto a la puerta, su boleto ya enviado por Norman, y Jayden... sentado al borde de la cama, mirándola en silencio.
—¿Dormiste? —preguntó ella, con voz suave.
—No quería cerrar los ojos —confesó él—. Cada segundo contigo vale demasiado como para perderlo.
Gwen se incorporó, su corazón latiendo con un peso que no sabía cómo acomodar.
—No estoy molesta contigo —dijo—. Pero sí triste. Triste porque entiendo que lo haces por cuidarme, y eso también duele.
Jayden la abrazó sin decir nada. La sostuvo con fuerza. Con urgencia. Como si pudiera memorizarla con los brazos.
—No quiero que esto sea un adiós —susurró él.
—Entonces no lo digas como uno —respondió ella.
El camino al aeropuerto fue silencioso, salvo por la música suave que Gwen puso para evitar que el silencio gritara demasiado. Al llegar, él bajó con ella. No importaba si lo reconocían. Nada importaba más que verla una vez más antes de que subiera a ese avión.
Frente a la puerta de embarque, se quedaron inmóviles, sin prisa. Sin necesidad de llenar el aire con más palabras.
—Cuando subas, no mires atrás —dijo Jayden.
—¿Y si quiero hacerlo?
—Entonces sabré que aún me estás buscando.
Ambos sonrieron con los ojos brillantes. Y entonces, con un gesto que ya no podía esperar más, se besaron. Un beso sin máscaras, sin público, sin apariencias. Solo ellos.
—Te amo —susurró Jayden.
—Yo también te amo —respondió Gwen—. Y te veré en tres días. Solo tres… que ojalá pasen volando.
Él asintió, sin decir más. Porque el amor, cuando es verdadero, no necesita adornos.
Ella se alejó sin voltear. Pero Jayden sí la miró todo el tiempo, hasta que desapareció entre la gente.
Volvió al hotel con el pecho apretado. Esa noche, dio su penúltimo show y al dia siguiente el ultimo con más fuerza que nunca. El público enloquecía. Las luces lo envolvían. Pero por dentro, él solo pensaba en ella.
La veterinaria estaba tranquila esa mañana. Gwen y Victoria limpiaban los estantes y organizaban la comida para mascotas. Era una rutina sencilla, de esas que ayudan a mantener el corazón en calma mientras se espera que los días pasen más rápido.
—Creo que ese saco va al refrigerador —dijo Victoria, señalando con el codo mientras sujetaba a un gato nervioso.
—Sí, ya voy —respondió Gwen, sonriendo. Estaba por abrir la puerta cuando el televisor del fondo cambió abruptamente su programación.
“Última hora…” decía en letras grandes. El noticiero interrumpió todo.
Gwen alzó la vista por inercia. Al principio no prestó atención, pero el nombre la golpeó como un trueno seco.
“Esta mañana, un accidente en la carretera Panamericana 321 Este dejó al conductor gravemente herido. Según la policía, entre los restos del vehículo se identificaron pertenencias que confirmaron la identidad de Jayden Fisher, de 27 años, mundialmente conocido como DJ Specter.”
Victoria dejó caer el paquete de croquetas. El gato salió corriendo.
Gwen se quedó inmóvil.
“La identidad, que hasta ahora permanecía oculta al público, fue revelada por la policía con el fin de localizar a algún familiar o persona cercana que pueda acudir al hospital. No se han entregado detalles sobre su estado actual, pero fuentes médicas aseguran que se encuentra en observación crítica.”
—No… —murmuró Gwen, como si las palabras no quisieran salir—. No, no, no, no…
Corrió hacia el televisor, acercándose como si con verlo de cerca pudiera cambiar el mensaje.
Victoria se quedó paralizada mientras Gwen ya tomaba el teléfono con manos temblorosas. Llamó a Norman. No hubo respuesta.
Lo volvió a intentar.
—Por favor… contesta… —susurraba, entre sollozos contenidos.
Finalmente, una voz respondió del otro lado.
—Norman, dime que no es verdad.
Hubo un silencio denso. Luego, la voz del asistente, rota como nunca antes, dijo:
—Está vivo, Gwen… pero lo están operando. Fue grave. Muy grave.
El aire se le fue. Se le fue todo.
—Dime a qué hospital. Voy para allá ahora mismo.
Y salió corriendo, sin peinarse, sin cambiarse, sin pensar. Porque cuando amas a alguien, no esperas el final feliz… corres a construirlo.
Pasaron ya varios días desde la última noticia. Siete, tal vez ocho. Gwen los había contado una y otra vez en su mente, como si al enumerarlos pudiera borrar el último. El único que no quería que existiera.
Estaba en su cuarto, frente al espejo, alisando con cuidado su vestido floreado. El sol entraba por la ventana con una calidez engañosa. Victoria la llamó desde abajo.
—¿Lista?
—Sí, ya casi bajo —respondió Gwen con voz tranquila—. Solo... primero voy a pasar a ver a Jayden. Después te alcanzo.
Tomó entre sus manos un pequeño cupcake, decorado con la crema favorita de él. Sabía que no era mucho, pero era su forma de decirle “te traje algo”, como en los viejos días.
Salió de casa caminando bajo un cielo impecable, las flores del vestido bailando con el viento. Pero a medida que sus pasos la acercaban, algo dentro de ella se apretaba. Como si su alma reconociera el lugar antes que sus ojos.
Gwen se quedó de pie un segundo. Solo un segundo.
Luego cayó de rodillas. El cupcake quedó intacto a un lado, pero su corazón se desmoronó sin remedio.
—Jayden... —susurró, rompiéndose—. Te extraño. Por favor… vuelve.
Las lágrimas rodaban sin freno. El viento acariciaba sus mejillas, pero no era su mano. El sol calentaba su piel, pero no era su abrazo.
Llegó frente a la lápida. El mármol aún se veía limpio, nuevo. El nombre grabado la golpeó como si lo leyera por primera vez:
Jayden Fisher — DJ Specter
“La música fue su voz. El amor, su legado.”
Se abrazó a sí misma, llorando en silencio, con la única compañía de su recuerdo.
—Prometiste que no sería un adiós —dijo entre sollozos—. ¿Por qué se sintió como uno?