Espectro de mi alma

Epílogo

Meses después, el sol de la mañana iluminó con suavidad las letras doradas sobre la vidriera:
Jayden’s Bakery.

Gwen había transformado su dolor en algo dulce. Literalmente. Inauguró la pastelería en su honor, no solo como tributo al hombre que amó, sino como refugio para quienes buscan un pedazo de alma en cada canción, en cada bocado.

Las paredes estaban decoradas con frases sencillas, flores secas y cuadros sin rostro. Nada de espectáculos. Nada de máscaras. Porque Gwen no quiso convertir su amor en una exhibición. Ella no compartió la máscara con el mundo, la guardó en una pequeña caja, bien cerrada, junto a sus cosas más preciadas. No como símbolo de fama, sino como un recuerdo solo suyo, de quien fue debajo de todo eso.

Con la ayuda de Norman, lanzó las canciones inéditas de Jayden. Publicadas con su verdadero nombre. Sin artificios. Sin luces. Solo él, con su esencia. Y cuando el primer EP salió a la luz, fue como si Jayden volviera por un instante a la tierra, en acordes suaves, en letras sinceras.

En la pastelería, las canciones sonaban en bucle. Ella las tarareaba entre mezclas, decoraciones y risas de niños. A veces se detenía, cerraba los ojos y juraba que podía escucharlo detrás de ella, diciendo que desafinaba o que esa canción no era tan buena… aunque luego se reía sola, porque sí lo era.

Gwen no lo olvidó.
Pero tampoco se quebró.

Lo llevó consigo. En sus decisiones. En su arte. En su forma de amar sin miedo.
Y aunque él ya no estaba… su legado sí.
Dulce. Verdadero. Eterno.




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