El hotel Ensenada es bien conocido por sus precios populares. Lugar obligatorio para cualquiera que llegue a esta bulliciosa ciudad a pasar la noche sin desembolsar una pequeña fortuna. Pero también es populoso por otra cuestión que nada tiene que ver con la calidad de sus servicios o los ya mencionados precios para todos. Al hotel le persiguen (no sin razón) historias macabras sobre desapariciones y perturbadores encuentros con el más allá. De hecho hay foros abiertos sobre ello en Internet. Legiones de frikis y autoproclamados visionarios de la verdad echan gasolina al fuego, agrandando o exagerando la sonada fama del lugar. Pero también ha habido estudios de campo serios, bueno, todo lo serios que pueden ser este tipo de investigaciones. Ahora bien, no han arrojado demasiada luz al respecto ni tampoco alcanzado conclusiones que inclinasen la balanza hacia un lado u otro.
El matrimonio compuesto por Marcial y Penélope no pasaba por su mejor momento. Mediana edad y sin hijos habían asistido a terapia de pareja sin demasiado éxito. Como última oportunidad decidieran arreglar sus problemas maritales viajando. Podía ser una buena idea o una muy mala idea; podría funcionar o terminar en eventual desastre no obstante siempre hay riesgos cuando uno toma el último tren…
Llegaron al hotel Ensenada un viernes cualquiera del mes de Abril. Desconocían la fama que precedía al lugar y aún en el caso de conocerla no darían más importancia de la que realmente tendría. Y es que la gente habla por hablar, recargándolo todo y muchas veces ni siquiera saben de lo que están platicando.
Pronto se hicieron querer por la recepcionista, una peculiar chica gótica de piel súper pálida y tatuajes en latín. Cogieron una habitación para pasar la noche en aquel nido perturbador repleto de historias nada halagüeñas y experiencias al límite. El botones subió las maletas, acompañándolos al cuarto. Era joven, de mirada acelerada, pelirrojo y poco dado a conversar. Parecía tener el miedo pegado al cuerpo, sobresaltándose con excesiva facilidad claro que trabajando allí motivos no le faltarían. A todas luces estaba condenado a ser carne de infarto…
La puerta del ascensor se abrió. En primer término el largo y estrecho pasillo dotado con tenue iluminación, afianzando su marcada atmósfera opresiva. A esas horas los elevadores no andaban solicitados y la puerta de emergencia, ubicada al comienzo del corredor y que daba a las escaleras, aún menos. Pero quizás de eso se trataba; crear una atmósfera tétrica para atraer a gente ávida de emociones fuertes. Evidentemente para el hotel ese tipo de personas singulares constituían una buena fuente de ingresos. Turismo de lo macabro, nada menos. El resto de mortales no solían ni acercase a la puerta giratoria, salvo despistados como Marcial y Penélope.
La habitación no era excesivamente grande pero tampoco una caja de cerillas. El botones dejó las maletas lo más cerca posible de la puerta, alargó la mano para coger la propina y se largó a marcha de legionario. El tiempo parecía haberse detenido allí dentro, susurrando mil batallas entre aquella obsoleta decoración del siglo pasado y el recio mobiliario decapado, igualmente de otra época. Eso sí, la estancia lucía limpia, bañada por una agradable mezcla de azahar y lavanda. Las dos ventanas de la calle tenían corridas las cortinas color azul celeste. Ambas tocaban el suelo en perfecto alineamiento.
Tras pasar revista, cada cual priorizando gustos o formas de entender la decoración o disposición de los diferentes objetos, se percataron de algo que llamó poderosamente su atención. Sobre la mesita baja flanqueada por dos sofás de color crema había un martillo y una linterna. Quizás algún operario despistado habíalos dejado allí tras alguna chapuza de última hora. No le prestaron más atención y cansados se retiraron. Ya desharían las maletas a la mañana siguiente…
El dormitorio cumplía con lo necesario para pasar el control del algodón, sin apología a la opulencia. Cama de matrimonio con colchón mullido; un armario apolillado, una alfombra redonda y suave, la pequeña lámpara de techo, un puñado de cuadros abstractos y un par de mesitas de noche, una a cada lado de la cama. Sobre ellas dos lámparas con peces impresos en las tulipas. Por último la puerta lateral, entornada, dejando ver parte del vetusto baño.
Los esposos no tardaron en acceder a los dominios de Morfeo. El día claramente fuera largo y las horas al volante incontables. Cuando uno penetra en los mundos de los sueños los deseos se representan de formas pintorescas. Para ellos quizás no habría mayor dicha que arreglar un matrimonio que hacía aguas. Sin embargo las primeras ensoñaciones acudían convulsas y confusas. Curiosamente ambas cabezas trabajaban al mismo ritmo, soñando lo mismo o muy parecido. Y fue así hasta verse sentados en la cama… ¿Cuánto llevaban desvelados? Todo por culpa de algún desgraciado que golpeaba al otro lado de la pared. Primero se levantó ella y después él. Prendieron la luz y afinaron oído, guardando silencio sepulcral. Efectivamente los golpes procedían de la habitación contigua.
Otro impacto los sobresaltó especialmente. Se buscaron y buscaron dentro de sus miradas. A lo mejor esperaban hallar respuestas en las pupilas del otro empero no fue así. Marcial se recompuso y decidió llamar a recepción. No contestó nadie, ni siquiera el más leve tono. Poco después una respiración anormal y entrecortada lo intimidó de tal modo que colgó el aparato. Las dos ventanas que daban a la calle estaban tapiadas con ladrillos. Tampoco pudo abrir la puerta de la estancia ya que aparentemente estaba atrancada desde el exterior. Consecuentemente no podía salir al pasillo para bajar en persona a recepción a exigir cuentas. Aquella angustiosa situación atenazaba la razón tan fuerte que podían escuchar el latido de sus corazones en la boca ¿qué diantre estaba acaeciendo? El matrimonio lo desconocía empero los engranajes del hotel Ensenada habían comenzado a girar como manecillas de reloj…