Espeluznante -decimoquinto acto-

Decimoquinto acto

Cierra los ojos, tómate tu tiempo. Libera tu mente; un, dos, tres… ¿Qué imágenes acuden a ti?

            —Luz, un rayo cruzando veloz el cielo y lluvia fina. Una anciana cargando sobre su cabeza un bulto de trapos. Dos ciervos y dos zorros vigilándose mutuamente…

            —¿Por qué le temes a las arañas?

            —Porque tienen muchas patas y muchos ojos y me miran mal con todos ellos.

            —¿Por qué te miran mal?

            —Porque soy el muñeco de nieve que sobrevivió al verano.

            —Entiendo. Dime ¿ves dónde golpea el rayo?

            —Sí, alcanza a la anciana. No sé como lo hace empero no se le cae de la cocorota ese maldito bulto de trapos.

            —¿Y la luz se difumina?

            —Al principio no, aumenta de intensidad muy rápidamente y después sí, mengua hasta no ser ni sombra de lo que fue.

            —Háblame de esa lluvia fina.

            —Me hace sentir bien pues gracias a ella puedo chapotear sin zapatos, como un niño. Listo y preparado además para cuando llueva de verdad.

            —¿Y la lluvia es una araña?

            —No, son los ciervos que observan y los zorros que vigilan…

            —Comprendo. Ahora vas a abrir los ojos muy despacio. Deja tu mente en blanco, tómate el tiempo que precises. Un, dos, tres… ¿Qué ves al abrirlos?

            —Oscuridad. Una bruja montada en una escoba y un gato negro aferrado a su hombro. ¡Ah sí! Y a un ser deforme que la persigue.

            —¿Por qué le temes a los arácnidos?

            —Porque no son como usted o como yo…

            —¿Y la oscuridad te da miedo?

            —No, su negrura es tan lisa, tan raseada y tan inalterable que me hace sentir bien porque allá todo es previsible.

            —Entonces ¿eres la araña?

            —No, soy quién persigue a la bruja…

            —Y el gato ¿por qué dices que es negro?

            —Porque tiene los ojos de dos ciervos y las orejas de dos zorros… 

            —Y ese ser deforme ¿lo habías visto antes?

            —Sí, en la cocina de su casa…

            —¿En mi hogar? ¿Estás seguro?

            —Completamente, se vigilan.

            —¿Quiénes se vigilan?

            —El ser deforme y la araña.

            —¿Ambos en mi cocina?

            —Me siento agotado señorita. Quiero permanecer despierto pero me vence el sueño al igual que me venció la semana pasada. Esta luz falsa no me inspira tranquilidad, demasiadas cosas se mueven bajo su amparo…

            —¡Respóndeme! Por favor. ¿En mi cocina?

            —Sí, ambos se vigilan y ambos la vigilan a usted. Esta noche no debería irse a casa. Deje que amaine la lluvia y que cesen los truenos. Definitivamente esta noche olvídese de su domicilio; de ciervos y zorros, deje que la bruja pase de largo, que la oscuridad se consuma, que las arañas se descuelguen del palo de la escoba y quizás así no terminará su cabeza siendo el bulto de trapos que la anciana carga en la cabeza…

            —Cuanto me dices es incoherente. Me obligas no sólo a replantearme tu medicación sino también a cambiar el informe final de tu progreso en este centro. ¿Te das cuenta de lo que esto significa?

            —Señorita ¿sabe? El ser deforme también duerme, como yo o al menos lo intenta. Yo también lo intento…

            —Lo sé pero ¿has escuchado lo que te acabo de decir?

            —Hágame caso señorita y esta noche haga como que no tiene hogar, váyase a un hotel. Hay cosas que escapan a su comprensión; hechos que no se pueden recoger en un informe.

            —Agradezco tu preocupación no obstante no son más que fobias infundadas. Has creado un mundo propio a partir de malas experiencias de vida. Sin embargo aquí estamos para ayudarte a superar tus traumas...

            —¿Sabe? Es una verdadera lástima que no le gusten los hoteles.

            —Ni me gustan ni me desagradan.

            —Dígame señorita ¿le tiene miedo a las ancianas?

            —Por favor que cosa más ridícula. ¡Claro que no!

            —Pues a ésta debería tenérselo porque el bulto que lleva sobre la cabeza tiene su cara. La suya, no la mía ni la de cualquier otro. La araña nunca abandona su casa y usted que puede, sólo por una noche, no quiere hacerlo. Piénselo bien señorita porque todavía no es tarde…




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