Nos gusta reunirnos en torno a una fogata para contarnos cuentos de miedo. Cada quién narra el suyo para ver cual asusta más; para ello no sólo se pone énfasis en lo que dice sino también en cómo se dice. En silencio permanecemos nerviosos pero atentos al devenir de la narrativa. Angustiados pero necesariamente ávidos de cuentos robadores de sueños.
Cuando me toca a mí sinceramente no tengo nada que supere a cuantos me han precedido. Sin embargo recordé que en una de las visitas a mi abuela ésta me había compartido una asombrosa leyenda conocida como la Anciana del Saco. Mis amigos abren las orejas mientras dos de ellos echan leños a la fogata… Vamos allá.
Cada noche por los caminos de Argüelles de Aranda, nuestro pueblo, al cerrarse el cielo y dejar oculta la luna hace acto de presencia la Anciana. Una enjuta mujer de largo cabello canoso vestida íntegramente de negro. Parece arrastrar un hondo penar, un dolor tan descomunal que ni la muerte quiere llevársela al otro barrio.
Dicen que los incautos que se topan con ella terminan dentro de un saco. Con fuerza inhumana lo sube hasta la cabeza como hacían aquellas mujeres de antaño con los baldes de agua, de la leche o los atados de leña...
Camina lentamente y con serias dificultades porque la artrosis castiga su cuerpo con saña. El sonido de sus huesos resuena por doquier de modo siniestro y aterrador. Es como si a cada paso rompiese uno o varios. Escuchar tales crujidos equivale a una muerte segura. No importa cuanto corra la víctima, lo único cierto es que antes o después acaba en el costal. Pero esto no es todo, hay más y escuchadme bien pues esta señora completa su equipamiento con una garrota de nogal llena de signos tallados profundamente en la madera. Ni los etruscos lograrían darle sentido a aquellos garabatos.
La garrota es su elemento principal de trabajo ya que con ella dispensa golpes tan dolorosos como letales. Primero a las piernas, partiendo ambas para dejar inmóvil al desgraciado de turno. Puedes ser ¡tú! ¡Tú! ¡Tú! O yo mismo. A seguir otro batacazo en la cabeza, mortal de necesidad. Una vez acabado el desdichado es introducido en el saco y llevado a quién sabe dónde y con qué fin…
La Anciana del Saco, así la llaman. Seguro que algunos de vosotros habréis escuchado esta leyenda. Nadie en Argüelles es tan osado de adentrarse en la noche cuando ésta se ha cerrado como conventos de clausura.
Sin embargo pueblos más alejados al nuestro desconocen este hecho o de saber de su existencia no lo toman en serio. Por ende hombres, mujeres y niños han ido desapareciendo de manera sistemática sin dejar rastro. No es un loco o un perturbado como creen algunos; ni siquiera un psicópata de manual. En realidad esto es trabajo de la Anciana del Saco. Y te puede tocar ¡a ti! ¡A ti! ¡A ti! O a mí…
A parte de su lento caminar y de sus huesos quebradizos posee otra peculiaridad. Veréis, con ella viene un aire muy cálido, tanto que el cuerpo comienza a deshidratarse velozmente. Por lo tanto no sirve de gran cosa lanzarse a la carrera pues uno termina extenuado. Para cuando la Anciana lo alcanza éste ya está rendido e imposibilitado para seguir huyendo. La garrota entonces cae violentamente sobre sus piernas. Los gritos de dolor sacuden la noche hasta que el golpe final los silencia para siempre. La siguiente víctima puedes ser ¡tú! ¡Tú! ¡Tú! O yo mismo…
Recorre los caminos de Argüelles de Aranda una y otra vez empero no todo está perdido. No, cuando te la encuentras hay una cosa que te puede salvar, sólo una y nada más que una…
—¿Cuál? —Gritaron al unísono los adolescentes.
—Que el cielo se abra lo suficiente como para dejar ver una porción de la luna. Por su influjo o por la razón que sea la Anciana del Saco desaparece como por arte de encantamiento. El aire cálido refresca y aquel horrible rechinar de huesos cesa. Aparentemente todo vuelve a la normalidad… Pero esto no es más que una invención de mi abuela. A decir verdad no está bien de la azotea. Cosas de la edad ya sabéis de qué os hablo.
Cuando el último leño cae en la fogata los adolescentes se ponen en alerta. Me callo. El cielo comienza a cerrarse apresuradamente y con él la luna, tapada por amplios nubarrones negruzcos. En cuestión de minutos el calor y la humedad se hacen insoportables.
Tras mirase unos a otros con cara de incredulidad echan a correr en desbandada. El rechinar de huesos se escucha cerca, demasiado cerca. ¡Qué grima! El calor extremo me dificulta respirar. Sin haber hecho nada estoy consumido de puro agotamiento. El firmamento se ha engalanado en negro carbón; una penumbra tan aguda que oculta luna y estrellas. Para cuando miro al frente la tengo delante…
—Abuela, pero si eres tú. ¡Qué susto me has dado! ¿Qué haces con esa garrota y ese saco?...