Espeluznante -decimotercer acto-

Decimotercer acto

Y por fin abre sus puertas esta narrativa no inventada, punteada por melódicos sonetos tristes y charlas penosas entre amigos. Soy peregrino de la vida llegado de lejanas tierras; maestro para quienes deseen instruirse, quitándoles en ello cualquier rebaba del más enconado y oscuro desconocimiento. Llegué a este monasterio en busca de renovarme por dentro; espiritualmente herido y sin más presentes que mi humilde e imperfecta persona.

 Hacíase vital compartir mis vivencias, sobre todo una de ellas, aquella que más me angustia y aquella que en mayor medida me reconcome por dentro. Es ley no escrita que entre hombres de bien no existan secretos y por mi parte así será. Confío hallar la sosegada templanza de ánimo que tanto ansío, elevando mi espíritu más allá del firmamento. Por ello y como uno más de los hermanos que me han acogido con los brazos abiertos tomo pluma, papel y tinta para plasmar esta funesta historia que rueda sobre una venganza.

 Talijaman era una nación pequeña en extensión pero grande en ansias imperialistas y belicosas. Su rey ansiaba expandir fronteras, lo denominada “espacio vital” y para ello no dudó en enviar al grueso del ejército para tomar al asalto países vecinos y colindantes. Éstos no estaban preparados para la guerra y consecuentemente su capacidad de respuesta pasaba por poca o nula. Este hecho los condenó, tras algunas semanas resistiendo, a la rendición. Ante la sospecha de futuros alzamientos muchos oficiales serían fusilados a lo largo de las siguientes semanas. Por descontado cualquier ciudadano sospechoso de ser enemigo del régimen deportado a diferentes campos de “reeducación”.

 Sin embargo los años fueron pasando y vientos de cambio soplaban con fuerza. Y lo que parecía utópico se cumplió tras el ascenso al trono de su hijo Meruanok II, totalmente en contra del sometimiento y la fuerza. No sólo ordenó el regreso progresivo del ejército sino que devolvió el legítimo control autónomo a cada nación sometida.

 Algo inaudito que no despertaría simpatías entre los sectores más duros y conservadores del país pero bien por conveniencia o por miedo a posibles represalias aceptaron a regañadientes el nuevo rumbo social y político de Talijaman.

 Pero el ánimo del monarca pronto comenzó a flaquear. No fue algo de un día para otro sino prolongado en el minutero. Un extraño mal habíase instalado en su cada vez más frágil cuerpo. Esta circunstancia no era del todo desconocida en la alta sociedad porque antes que a él habíale acontecido a su padre…

 Del extranjero acudieron toda clase de oportunistas entre los que había adivinadores; videntes, hombres entregados a las artes oscuras, druidas, sacerdotisas egipcias y magos místicos. Alardeaban de poseer gran sapiencia y por ende nada escapaba a sus privilegiadas mentes. Fehacientemente estos charlatanes de medio pelo no fueron quienes de atinar con el suplicio que aquejaba al monarca. El susodicho lejos de mejorar merced a cuánto tipo existía de emplastes, potingues, jarabes, elixires y demás brebajes, empeoraba de manera progresiva. Sufría fuertes dolores de cabeza, acompañados de intolerancia a la luz. La piel tornaba mullida y esponjosa, los ojos aumentaban en tamaño pasando del marrón al naranja y hasta sus huesos parecían volverse huecos…

 Los ciudadanos extendían habladurías e hipótesis no sólo ceñidas a su persona sino comparándolo con el infortunio sobrevenido a su padre, Meruanok I El Conquistador, anterior rey y afectado curiosamente por el mismo mal.

 De su progenitor nunca más se supo, ni para bien ni para mal. Una noche de luna nueva desapareciera de sus reales aposentos sin dejar rastro. Dentro su guardia personal encontró todo revuelto; la ventana abierta de par en par y la puerta parcialmente bloqueada por los restos de una pequeña barricada que les había dificultado acceder al interior…

 ¡Diantre! Esperad amigos míos que voy a demandarle al padre Miguel más tinta. Con qué presteza he vaciado el tintero. Ya estoy aquí, ha sido rápido ¿verdad? Bueno pues damas y caballeros prosigamos.

 El joven Asdrúbal era un hombre de campo que con anterioridad a tomar la azada blandiera el sable de caballería para defender su patria de la invasión de Meruanok I. No era varón de armas, nada que ver con esas estiradas familias de larga tradición militar que hacen del ejército su vida y de la disciplina castrense su credo. Todo lo contrario, de hecho detestaba cualquier cosa que llevase pólvora o sirviese para cortar, a menos claro que se viese forzado a ello. Y no hubo mayor razón para caer en una espiral de locura y desesperación que el terrible asesinato de su familia a manos de la cuarta de zapadores, perteneciente al ejército de Talijaman. Se batían en retirada para reagruparse con la duodécima de infantería pertrechada al otro lado del río Perka. Tuvieron que pasar dos días enteros para que los acontecimientos tomasen punto de no retorno y a partir de ahí el infierno.

 Rompiendo las primeras luces del alba Asdrúbal llegaba a casa. Un par de días antes partiera al rancho de un amigo para ayudarle a reforzar el establo. Y lo peor del regreso no fue hallar los cadáveres de los suyos colgados de un árbol y picoteados por los cuervos sino no haber estado allí para morir con ellos. En tiempos de guerra algunas personas sacan hacia fuera el verdadero monstruo que transportan dentro…

 Pero hay algo que debo sacar también yo de mis adentros, amigos y amigas. Y qué mejor que dejarlo por escrito para que el futuro quede empapado del hoy y del ayer. Disculpadme un instante porque el padre Juan me ha traído algo de carne para cenar; un vaso de vino y otra vela para no quedarme a oscuras. ¿Dónde estaba? A veces mi memoria se va para volver cuando lo tiene a bien. ¡Ah sí! Ya recuerdo. Cenaré un poco más tarde…

 Ahora un detalle crucial. El joven Asdrúbal no era un hombre como los demás y no lo era porque no fuera parido por una mujer sino que su misterioso alumbramiento había tenido lugar en la angosta falda de la montaña de los Spurjias. Son entidades poderosas que en muchos casos están a medio camino entre águila, serpiente y tigre. Por el contrario otros tienen apariencia digamos más humana. La diferencia estribará en la altitud a la que le entrasen los dolores a la parturienta. Cuanto más a pie de la montaña el parto más aspecto reconocible por cualquiera y cuánto más tirando a la cumbre… pues eso aberraciones espantosas. Esto es así por la influencia de las brumas perpetúas del Okabongo, un gigantesco e inexplorado bosque húmedo que mira al mar…




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