Espeluznante -duodécimo acto-

Duodécimo acto

Decir que no existen es tanto como afirmar la negligente mirada que uno tiene del mundo. Ignorarlos es lo mismo que una invitación abierta para que uno tras otro, en lento peregrinaje, se presenten tañendo campanas de imperecederos suplicios.

 Yo era uno de esos muchos ignorantes que creen saberlo todo. Pobre de ellos y pobre de mí. Pero es que además me regodeaba de ello, alardeando orgulloso de lo que daba en llamar supersticiones de ignorantes y charlatanes de medio pelo. Dicen los que de esto saben que antes o después uno termina encontrándose con el auténtico reflejo que el espejo le devuelve. Ciertamente fui incrédulo y con esa incredulidad construí lo que consideré durante mucho tiempo como férreos valores inquebrantables. Bajo mi punto de vista la vida de cualquier persona estaba perfectamente estructurada ya que vivirla no deja huecos a supercherías baratas. Sin embargo estaba tan equivocado…

 Sea como fuere aquello que tenía por sentado terminaría tambaleándose cuan hojas de papel al viento. Afirmo sin vergüenza, pues es de sabios rectificar, que mi experiencia personal me hizo abrir los ojos a la fuerza.

 Han venido desde dimensiones inexploradas, arrastrándome a mundos donde todo es lo que parece y nada parece ser lo que es. Este aparente sinsentido torna literal y para mi desgracia doy fe, sin equívocos ni engaños. Esas cosas pululan entre nosotros como Pedro por su casa; vigilantes, expectantes y ansiosos, acechándonos como verdaderas alimañas…

 ¿Cómo puedo afirmarlo con semejante rotundidad? Bueno en realidad es sencillo ya que uno de ellos lo tengo a los pies de mi cama, mirándome con su único ojo. Apareció hace algunas noches y desde entonces ahí sigue, como perro fiel que no abandona a su dueño sean cuales sean las circunstancias.

 Dice llamarse Órsulo y ser el último de los suyos. A pesar de su larga vida los diablillos de un solo ojo llevan siglos luchando contra una afección desconocida que no cesa de diezmar su población. De hecho El Vaticano los considera extintos y tal vez ellos tengan mucho que ver en el asunto. De verdad os lo digo, para mí hubiera sido preferible que ese engendro del maligno se hubiera ido con los de su especie. Me evitaría sobresaltos y terrores nocturnos.

 Su cuerpo contrahecho es fofo y verrugoso, colgándole michelines supurantes tanto por delante como por detrás. Brazos cortos salpicados de sarpullidos acompañados por un par de extremidades inferiores desinfladas como una cámara de bicicleta pinchada. Sus pies poseen dos dedos separados por un par de finas membranas; sin uñas y costrosos. En ocasiones bromeo pensando que la extinción de los suyos debió estar en el hecho de mirarse unos a otros. Fijo que entraron en pánico al tener que lidiar con tamaña fealdad y claro, de la impresión, fueron cayendo como fichas de dominó…

 Órsulo también significa en su lengua natal “zona muerta”. Según parece es una tierra estéril y baldía donde ni la luz alcanza a llegar, caminando con la única compañía de densas y perpetuas tinieblas. Este adefesio postrado a pies de mi cama se cuela en mis sueños volviéndolos pesadillas recurrentes. Sabe lo que más fobia me da y me lo trae desde algún rincón desalmado para anidarlo dentro de mi alma. Con este vil acto se asegura de hacerme ver la imposibilidad de disfrutar de plácidas madrugadas. Estoy atrapado bajo su influjo y únicamente me libera de sus cadenas cuando él así lo tiene a bien, emitiendo gruñidos de satisfacción por el trabajo bien hecho.

 He llegado a odiarlo como jamás pensé que podría odiar a alguien. Por mi sesera pasaron constantemente planes sibilinos para tratar de romper tan nocivo maleficio. ¿Cómo poder desembarazarme de Órsulo? No se me ocurría nada, al menos nada distinto a lo que ya había intentado. Cualquier acción contra él terminaba en estrepitoso fracaso y claro, esto me llevaba a formularme mil veces la misma pregunta: ¿Podría ese hijo de la ponzoña conocer mis planes con antelación?…

 Demasiadas incógnitas y poco tiempo del que disponía, porque así lo indicaba mi deterioro físico, para intentar romper las ataduras que a aquella cosa me ataban.

 No supe el momento, ni el cómo ni menos el porqué no obstante en el único intervalo de genial lucidez vino a mí el ángel de la guarda en forma de osada posibilidad. ¡Sí! Debía llevarlo a cabo sin dilación pues aún en el peor escenario ¿qué podría perder? Si ya estaba perdiendo la salud y con ella la vida. Desde luego para el contrahecho desaparecer por las buenas, dejándome en paz para siempre, no entraba en sus planes y para muestra un botón; noche tras noche campeando a pies de mi cama.

 Cuando cayó la duodécima madrugada del sexto mes clamé al cielo dones en forma de fortuna y buenaventura para la resolución del entuerto. Si ese demonio extinto podía entrar en mis sueños para alimentarse de ellos yo podría hacer lo propio pero en la otra dirección. A fin de cuentas estábamos atornillados los dos a la misma opresión nocturna que él disfrutaba y yo padecía. Así las cosas ¿por qué no atacarlo desde allá?…

 Llegado el momento y fiel a su cita ya le faltó tiempo para colarse en mi cabeza durmiente. Sin embargo esta vez lo aguardaba intencionadamente. Para meterme en el papel de guerrero envalentonado incluso habíame pintado la cara con pinturas de guerra. Sabía lo que tenía que hacer pero el cómo ya no lo tenía tan claro. Así pues como cada noche me dejé llevar o más acertadamente… arrastrar. Mis pesadillas iniciaron deformaciones más o menos prolongadas, sintiéndolas como gotas de agua resbalando por superficies acristaladas. Distorsionaban cuanto se veía a través de las mismas, devolviendo reflejos y partículas que nada tenían en común con la muestra original.

 Allí estaba, maldito despojo ¿dónde si no? Empujando por ambos extremos de la misma soga. Esto era nuevo. Y en medio yo, atrapado de la cintura por tres vueltas de esa cuerda mientras el mezquino contrahecho tiraba y tiraba sin parar de hipar. Mas era mi pesadilla, de acuerdo que no buscada pero sí inducida. En cualquier caso algo podría hacer al respecto y a todas luces que sí pude hacerlo. Hice aparecer una caja metálica con cerradura de seguridad. Tras librarme de la cuerda, gracias a la inesperada habilidad de mis manos, obligué a Órsulo a seguirme. Para ello usé hechizos y encantamientos aprendidos sobre la marcha. Es lo que tienen los sueños; no necesitan raciocinio ni razón para ser…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.