Espeluznante -quinto acto-

Quinto acto

Déjame decirte que aquello que me cuentas emocionado de tan ilógico bien podría confundirse con una quimera y lo sabes. Nuestra mente puede engañarnos más de lo que creemos y eso también deberías saberlo. No soy experto en materias médicas, ni gusto de hurgar en masas encefálicas ajenas mas si algo sé es que toda mente humana tiene la capacidad de desplegar espejismos. Quizás sea su forma de llamar la atención o tal vez deseas tanto una cosa que la ilusión mental hace el resto.

 Cuanto damos por seguro puede no serlo. No platico de la exactitud de las matemáticas sino de eventos y entornos complejos a la par que imprecisos. Es más, podemos perder en cualquier instante la perspectiva. Nadie está exento y por ende mayor misterio que la mente humana no hay. Lo tengo claro amigo mío, esa y sólo esa será la última frontera a conquistar.

 Permíteme la osadía porque te hablo desde la confianza. Ve a tomar consulta con el loquero. Te lo digo sin acritud y desde esta amistad y confianza que nos une desde niños. Y por favor no me mires así pues aún callando sé lo que corre por tus neuronas. Evidentemente los ojos también hablan y los tuyos dicen muchas cosas. No me agrada ni me desagrada pero de cualquier forma a mí no tienes que convencerme de nada…

 Con la primera toma de contacto puede parecer más malo de lo que en realidad es. Lo digo viéndote de frente, sin bajar la mirada y creyendo sólidamente en mi discurso. Deja de convencerte con vanas justificaciones. Lo sé, te duelen mis reservas y precisamente por ello soy tu amigo. Lo soy pues no te digo lo que deseas escuchar sino lo que debes escuchar. Y también lo soy porque pongo en tela de juicio precisamente tu juicio.

 Deja de aferrarte a un clavo ardiente incrustado entre dos tablones abrasados. El horizonte no se aplana más allá del mar, amigo mío, y por mucho que surques sus aguas siempre habrá horizonte, o bien delante o bien detrás. Hablo seriamente; quiebra esas espartanas cadenas que te esclavizan. No alces la voz, ni muerdas la lengua observándome como si fuese un bicho raro. No aprietes los puños ni me maldigas por dudar de tu palabra. Júrame que dejarás de contarle a todo el mundo tu visión. ¿No ves que se ríen de ti? Te evitan, te eluden y ciego tú pues sigues en tus trece.

 No deja de ser igual de falso que una mentira servida entre dos verdades. Podrá ser más creíble, no te digo lo contrario, no obstante no dejará de ser incierto y de mentiras se llenan conciencias. No puede serlo amigo mío, ya te digo yo que no. Así como tampoco podrás mezclar agua y aceite por más rápido que agites el frasco. Antes o después se restablecerá el natural equilibrio de las cosas.

 Aún menos estoy aquí como asesor espiritual. Líbreme Dios de hacer semejante desfachatez porque ni soy sacerdote ni esto es un confesionario. Sin embargo, me preocupas y es mi compromiso decírtelo. Así como hablar conmigo te hace bien, aunque sea a ratos, escucharte hace bien a mi persona pues me doy cuenta, a pesar de mis cosas, de lo afortunado que soy.

 Tus noches se transforman en horas eternas y son tus desvelos amigo mío, cuestión peliaguda. Desvelos que han puesto en jaque tu raciocinio pues cada vez te cuesta más discernir realidad de ficción. Realmente me preocupas, apenas descansas, de hecho no tienes más que mirarte al espejo para contemplar esa figura que casi parece persona. Te alimentas mal y ello rubrica tu cuerpo sifilítico. ¿Y qué pasa con tu vida? ¿Hay sitio para el orden ahí dentro? Eso por no mencionar tu carácter agrio cuan zumo de limón.

 Apenas sé quién eres viejo amigo, tiras más hacia espantapájaros que hacia persona. Echa la cortina a tus párpados, aunque sea un momento; un segundo, amigo mío. Lucha, enfrenta el motivo a tan obsesa locura. ¿No lo ves? Te devora cuan gusano a la manzana y se lo estás permitiendo. Jamás me convencerás, por más énfasis que eches a la fábula. Ponte en mi lugar y por favor, deja de mirarme así, con la decepción pintada en tu cara. Quiero ser y soy dueño de mis palabras empero las tuyas no tienen señor, por no tener… ¡ni sentido tienen! Están vacías como el aire del universo y como las almas de los condenados por actos horribles. Aún así porfías, sigues, insistes… ¡no hay peor sordo que el que no quiere escuchar!

 ¿Qué ven tus pupilas cada noche de luna llena? O mejor dicho ¿qué creen ver? ¡Ya! No me digas más, lo de siempre. Sólo era una pregunta retórica. No hago sangre de tu desgracia que bien podría ser, bajo otras circunstancias de vida, la mía. Amigo mío todos tenemos algo de loco y algo de cuerdo de lo contrario ¿tendría sentido la vida?

 Sin embargo lo tuyo va mucho más allá y lo sabes, aunque no quieras ser partícipe del despertar. Te emperras en dar por cierta esta ilusión inverosímil. De hecho tanto que más pronto que tarde terminará cayendo por su propio peso. Tozudo amigo mío, en el claro del bosque ¡no hay ningún rinoceronte blanco! Observándote con ojos de mochuelo.

 Sé lo que expresas con tu inquietud, cómo lo haces y el ímpetu que pones en ello. Hasta sé lo real que es para ti. También sé que aguardas a la caída del sol, sí, aguardas impaciente. Al final lo único en claro es que desprecias horas de luz en pro de horas sin ella. Sin embargo, también debo decírtelo… más allá de la línea de árboles hay más árboles y cuanto más profunda esa línea más bosque. Esto es y no otra cosa viejo amigo. Olvídate de ese rinoceronte blanco, observándote con ojos de mochuelo. No es culpa tuya, ni suya, ni mía, ni de nadie. En realidad no hay culpables. Antes o después todos necesitaremos ayuda y hay que pedirla, sin avergonzarse.

 Confusión y nada más, confusión enredada dentro de tu cabeza. Estás abrumado por un espejismo, por una falsaria aparición que solamente se hace real en tu sesera, proyectándose en el claro del bosque. Dado que tras cada consecuencia hay una causa miras lo que deseas ver y claro que terminas viéndolo…




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