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Iván Contreras volvió a revisar la hora en la parada de autobuses. El taxi debía estar esperándolo hace una hora, aunque si recordaba como era su familia, lo habrán olvidado. Ya no le importó tener que resistir el frío. Durante su vuelo le tocó un hombre que no paraba de roncar y permaneció en el bar el mayor tiempo posible. Cuando por fin concilió el sueño, el cansancio era suficiente para tener dolores de cabeza. Al aterrizar recogió su maleta y caminó fuera del aeropuerto. La parada estaba vacía, lo que le pareció curioso. En estas fechas, la gente se pelea por el transporte.
Guardó el celular en su abrigo luego de quedarse sin batería. Se resignó al no poder escuchar música para distraer el ambiente. La noche envolvía las rutas que bifurcaban a unos metros del lugar, pero no estaba muy transitado. Las salidas principales estaban del otro lado del aeropuerto y eran un atajo que todos preferían. Debía atenerse a las indicaciones de su hermana Joanna; esperar al taxi que lo llevaría seguro hasta la casa de su madre. Pensaba en dar la vuelta y subir a otro vehículo, pero decidió quedarse. La luz del foco lo hacían ver solitario, y los aviones despegando creaban una acústica que no le hacía pensar en los alrededores. Aunque creyó escuchar voces en el campo detrás de él, ayudado en parte por el viento que movía las vallas haciendo fluir la imaginación. La peor parte, claro está.
La impaciencia le empezaba a molestar y un estornudo le hizo entender que quizá ya se había contagiado de algo. Qué noche… mi mejor navidad, pensó sacando un termo de su maleta. Tenía el hábito de llevarlo cuando viajaba, y en esos momentos era de agradecer. Comprobó que el café siguiera caliente y se lo sirvió en la tapa. Dejó el termo a un lado y bebió un sorbo.
—Yo también tengo frío —dijo una voz cercana.
Se dio la vuelta y pegó un salto de la impresión. Pocos sustos lo habían dejado con el corazón al cien, pero la chica apegada a uno de los postes no había hecho ningún ruido para advertir su presencia. Apretaba los labios sin perder de vista la tapa vacía que Iván limpió luego de recobrar la compostura. Miró a la joven que lo acompañaba; el abrigo le llegaba hasta las rodillas y llevaba un gorro con un pompón rosado. Se veía pálida, pero se dio cuenta de que era su piel. La chica se disculpó e Iván tomó asiento asintiendo en silencio.
Se sirvió de nuevo el café y su acompañante también esperó. Le sorprendió que no llevara equipaje, y se preguntó hace cuanto llevaba ahí. Debió esconderse en la sombra para no verla, eso esperaba. Al tenerla cerca, notó que no aparentaba ser mayor de edad y tenía una marca en su mejilla derecha de otro color como si se le estuviera descascarando. Iván recordó el vitíligo de su abuelo, y siempre que le preguntaba a su madre si era contagioso. Cuando vio que soplaba sus manos para combatir el frío, le ofreció el café.
—Pensé que jamás lo harías —comentó bebiendo la mitad sin importar quemarse—. Le falta azúcar, ¿tienes de esas bolsitas?
Iván negó con la cabeza y suspiró. Deseó que hubiera sido un perro con hambre, al menos este no hablaría.
—Gracias por eso —agradeció entregándole la tapa—, soy Megan, ¿y tú?
—Iván —contestó a secas, aunque luego de mirarla se lo pensó mejor—. ¿Esperas a alguien?
Megan hizo pucheros y estiró las piernas moviéndolas arriba y abajo. No se veía preocupada, algo que contrastaba con el lugar que ambos ocupaban.
—No hace falta esperar a nadie —contestó arreglando su gorro—, estamos aquí y ambos tenemos que estar en otro lado.
La respuesta le pareció incierta, por no decir insulsa. Iván no acostumbraba a tener conversaciones largas con las personas, inclusive su familia le comentaba que era bastante distraído o alejado del mundo. A pesar de esto, recibía mensajes para que visitara su hogar de vez en cuando, y tras faltar a las últimas tres navidades ya era hora de volver a mostrar el rostro.
Evitó responderle, era mejor que pensar en cómo hacerlo y revisó su reloj. Más de media hora, poco faltaba para cenar el sándwich mordido en medio de la carretera, aunque tendría que compartirlo con Megan luego de escucharla. Le preguntó a la joven si podía prestarle su celular para realizar una llamada, pero esta extendió sus manos para enseñarle que no traía nada más que lo que llevaba puesto.
Pasó otra media hora cuando llegó el taxi que su hermana le había prometido. En ese tiempo se acabó el café junto a Megan y a regañadientes decidió compartir el sándwich tras ver brillar sus ojos al sacarlo. En el fondo, no quería ser tacaño en navidad. No esta vez.
El conductor preguntó su nombre y llevó su equipaje al maletero. El vehículo estaba temperado y se acomodó en el rincón mientras esperaba a que el taxista arrancara. Giró su vista y vio a Megan volver a jugar moviendo las piernas. Tenía las manos en los bolsillos y parecía agitarlos para entrar en calor. Iván se aupó a la ventana y apretó los labios, sabía lo que haría a continuación. Lo que debía hacer, mejor dicho.
Editado: 07.12.2019