Cada noche, me perdía en los sueños de cómo sería mi vida cuando creciera. Me preguntaba si mi mamá estaría finalmente conmigo, compartiendo cada día y cada experiencia. Me preguntaba si podríamos superar la pobreza, si podríamos transformar nuestras vidas.
Me imaginaba a nosotros riendo juntos, disfrutando los momentos simples y preciosos como una familia feliz , a pesar de tener un padre ausente. ¿Podríamos alguna vez compartir esas risas sinceras y llenas de alegría? Siempre tuve esa visión, ese sueño persistente de tener una familia perfecta, unida y llena de amor.
Pero creo que mientras sueñas y deseas algo mejor a pesar de las adversidades , esos pensamientos se convierten en un consuelo. Se transforman en algo tan simple como una chispa de esperanza que te permite enfrentar cualquier dificultad. Tus sueños y esperanzas se vuelven una especie de escudo, una fortaleza que te protege de cualquier cosa mala que pueda suceder. Y a pesar de todo, mantienes la fe y sigues adelante, soñando con un mañana mejor y más brillante.
Este pensamiento, esta esperanza, se convirtió en mi fortaleza. Cada noche, me abrazaba a estos sueños y me permitían seguir adelante, independientemente de lo que la vida me depara.
Sin embargo, a pesar de todas las dificultades que enfrenté, la única fortaleza que tuve, la única cosa que me mantuvo a flote y me permitió seguir adelante, era la visión de ver a mi madre feliz, su sonrisa, su alegría. Eso era todo lo que necesitaba. Lo que necesitaba era “Hijo estoy orgulloso de ti”.