Esperanza en Espinas.

Capítulo 2: El Refugio de la Cocina.

El día transcurre rápido entre trajín del trabajo .A media tarde, mientras hago mis cosas , mi teléfono suena. Es un mensaje de mi hermana, Naylee."Ven a cenar esta noche. Mamá te necesita",dice el texto. Inmediatamente, una sensación de urgencia me invade. Cierro la oficina y me dirijo a la casa de mi madre.

La casa donde crecimos, aunque modesta,siempre fue un refugio cálido. Mi madre ha vivido allí toda su vida y, aunque mi hermana y yo hemos intentado convencerla de mudarse a un lugar más cómodo, ella siempre se ha negado. "Esta casa está llena de recuerdos", solía decir.

Al llegar, la puerta se abre antes de que pueda tocar. Naylee está allí, con una expresión que mezcla preocupación y alivio.-Gracias por venir tan rápido -dice mientras me abraza.

—¿Qué ocurre? ¿Mamá está bien? —pregunto, sintiendo un nudo en el estómago.

—Está cansada, Antonio . Ha estado trabajando demasiado en su pequeño jardín y no ha estado comiendo bien. Creo que solo necesita descansar, pero quería que estuvieras aquí.

Entro en la casa y encuentro a mi madre en la cocina, tratando de preparar la cena. A pesar de su evidente cansancio, sonríe al verme.

—Hola, Tony —dice, usando el apodo que siempre me hace sentir como un niño pequeño de nuevo.

—Mamá, ¿por qué no te sientas un momento? Naylee y yo nos encargaremos de la cena. Tú necesitas descansar.

Ella trata de protestar, pero la guiamos suavemente hacia una silla. Naylee y yo nos movemos por la cocina con la facilidad de la costumbre. Hemos hecho esto innumerables veces, especialmente en aquellos días difíciles de nuestra infancia.

En los años difíciles, la cocina era el corazón de nuestra casa. Era el lugar donde mi madre nos enseñó a cocinar con los pocos ingredientes que teníamos. Hacíamos guisos con lo que podíamos encontrar y pan casero que llenaba la casa con su aroma reconfortante.

Una noche, durante uno de los inviernos más fríos, la calefacción se había estropeado y no teníamos dinero para repararla. Recuerdo que mi madre nos hizo unos tallarines que tenían jamonada y mantequilla, era simple pero muy rico. Mientras cocinábamos, nos contó historias de su infancia en el campo, de como tuvo que salir de su casa a la capital , porque sufría mucho estando ahí.

La cena está lista y la mesa puesta. Ayudo a mi madre a levantarse y la llevo al comedor. Naylee sirve el estofado mientras conversamos y reímos. Es un momento sencillo, pero lleno de amor y gratitud.
Después de la cena, mientras Naylee lava los platos, me siento con mi madre en la sala. Ella me mira con esos ojos sabios que siempre han visto más de lo que yo podía entender.

—Antonio, estoy tan orgullosa de ti —dice suavemente—. Has logrado tanto y sé que tu vida es ocupada, pero siempre encuentras tiempo para nosotros.

—Todo lo que he logrado es gracias a ti, mamá. Tú me enseñaste todo lo que sé sobre la vida y el trabajo duro.
Ella sonríe, y veo una sombra de cansancio en sus ojos.

—Prométeme que siempre cuidarás de tu hermana y de esta casa. Aquí están nuestras raíces, y quiero que siempre tengas un lugar al que volver.
—Te lo prometo, mamá.

La noche avanza, y me quedo hasta que ella se duerme. Mientras salgo de la casa, miro hacia atrás y siento una oleada de gratitud. Sé que, sin importar lo lejos que llegue, siempre llevaré conmigo la fortaleza y el amor que mi madre me dió.

 




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